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Un diagnóstico erróneo

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Reses: Gremiales de ganaderos satisfechas con la nueva normativa. Foto. archivo El País
Frigorifico Carrasco, foto Ines Guimaraens, Archivo El Pais, nd 20080215, hombres trabajando con reses
Archivo El Pais

Las instituciones oficiales dedicadas a la transferencia de tecnología han estado los últimos tiempos discutiendo y rediscutiendo sus roles, en particular porque hay mucha competencia que le hacen los servicios de asesoramiento de múltiples entidades profesionales, gremiales o comerciales.

Lo que resulta indudable es que, salvo para algunos productores vulnerables, el acceso a la tecnología es algo disponible con poco esfuerzo. Por eso no deja de llamarme la atención el marcado empeño que están poniendo algunas instituciones, aparentemente lideradas por el Plan Agropecuario y por el propio MGAP, para encarar un "Programa Nacional de Transferencia de Tecnología Ganadera" para el año próximo. Es notorio que hay varias instituciones con participación pública que pueden tener conocimientos importantes aunque no exclusivos, para alentar cambios tecnológicos en la ganadería. Están por allí no solo el Plan Agropecuario y el propio MGAP, sino el SUL, el INIA, INAC y algún otro que se me puede escapar. En este sentido, cualquier intento de coordinar acciones de transferencia de tecnología a la ganadería podría ser bienvenido. Digo "podría" porque no siempre las coordinaciones institucionales hacen ganar eficacia.

Ideas viejas.

No obstante, hay un error en la conducción del ministerio, que repite concepciones de muy vieja data, consistente en afirmar que si los ganaderos no aplican más tecnología es porque no la conocen, o porque conociéndola prefieren por razones muy raras no aplicarla. En esta línea se ubica el ministro de ganadería cuando afirma que la tecnología en ganadería no se aplica estando disponible y siendo rentable, por falta de conocimiento de los ganaderos. Yo no comparto esta afirmación. En efecto, se trata de una concepción vieja de la CIDE, la Facultad de Agronomía, o del propio Plan Agropecuario en su fundación, que intentaban explicar así el estancamiento de la ganadería hasta fines de los ´80 cuando esa teoría se abandonó. Esta hipótesis generó un sinfín de medidas para alentar un cambio técnico que se discutía por qué no se aplicaba. Nace así el paquete neocelandés de pasturas, nacen todos los sistemas tributarios vinculados a la renta presunta, aparecen instituciones que en Jeep y con formularios de crédito en canasta del Banco Mundial proponían un nuevo paquete tecnológico, etc.

El enfoque tecnológico de aquel estancamiento de la pecuaria que duró exactamente hasta 1990, tenía errores superados más adelante. Por ejemplo el creer que la solución para el desarrollo procede de tecnologías que algunos —el Estado, la facultad— han desarrollado y saben que se tienen que aplicar. Y que si no se aplican es por ignorancia o —peor— por no querer progresar individual o colectivamente. La experiencia indicó que no solo aquellos paquetes tecnológicos muchas veces llevaron al desastre, sino sobre todo pusieron de manifiesto que no es el Estado —ni el MGAP ni ninguna institución— el depositario de la verdad, de una verdad que otros no saben o no quieren impulsar.

Ideas nuevas.

En realidad las decisiones de producción y consumo, de inversión y asignación de recursos dependen de los precios relativos, o si se prefiere de la expectativa de ganancia. Nadie puede pensar hoy —a lo mejor ayer sí— que las instituciones oficiales tienen la tecnología que los ganaderos no conocen, ya que salvo raras excepciones todo está disponible. Si no aplican esa tecnología, otras son las razones según la teoría económica. En efecto o bien las relaciones de precios son inapropiadas —se duda si es negocio intensificar la producción— o bien el riesgo de alcanzar esa rentabilidad adecuada es muy alto, no solo el riesgo climático o de precios propios del agro, sino especialmente el riesgo político muy válido en decisiones de mediano plazo con gobiernos socialistas. En una intervención sobre el tema, el ministro se planteaba el desafío tecnológico para alcanzar 2,6 millones de cabezas de faena, 600 mil toneladas de producción de carne o el nacimiento de 3 millones de terneros. En realidad debió preguntarse quizás como es posible que el país ya haya crecido en su producción de carne para alcanzar en 2006 precisamente esos guarismos: 2,6 millones de cabezas faenadas , exportación de 470 mil toneladas de carne en una producción de cerca de 600 mil, y desde ese entonces, con los mejores precios de la historia, la producción física no cesó de caer, evidenciando hoy un estancamiento de 10 años en una época dorada. En mi anterior artículo difundí una cantidad de indicadores productivos de retroceso en estos 10 años de la pecuaria, que muchas razones pueden tener pero que sin duda no incluyen la falta de conocimiento tecnológico de los empresarios ganaderos, porque de hecho alcanzaron guarismos destacados hace diez años, cuando completaron un período de 15 años en el que nuestra ganadería fue la que más creció del mundo.

Más allá de coordinaciones institucionales para procurar eficiencia en la transferencia de la tecnología, si con los precios que se dieron ocurrió lo que ocurrió, para lograr el cambio que el MGAP desea deberá trabajar también en reducir el riesgo político, ese que el mismo gobierno alimenta cuando amenaza el negocio —impuestos, combustible, infraestructura— o cuando no entendiendo su rol —diseñar marcos generales— se empeña en sustituir las decisiones individuales con obligaciones, registros, permisos previos, como si todo el agro fuera una gran estancia.

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Reses: Gremiales de ganaderos satisfechas con la nueva normativa. Foto. archivo El País

JULIO PREVE FOLLE

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