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El desencuentro entre lo que se debe y se puede hacer

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

Existe un divorcio entre oferta y demanda de políticas públicas; la sociedad pide que el Estado provea bienes y servicios, pero no tiene la misma convicción a la hora de tener que financiarlo.

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Hace algunas semanas leí una entrevista a un colega argentino, Martín Rapetti, consultor, investigador y profesor de macro economía, que se encuentra en la web de Visión Desarrollista, de fecha 17 de mayo. Dicha entrevista se titula “La aspiración de gasto de los argentinos no se condice con la productividad de nuestra economía” y dicho título contiene uno de los dos conceptos que encontré bien relevantes, no sólo para Argentina, sino, en términos generales, para las economías de desarrollo medio o emergentes, como lo es la nuestra.

Rapetti sostiene que “hay países desarrollados que tienen mayor gasto público pero el nuestro es un país en vías de desarrollo. La diferencia es que los desarrollados tienen mayor productividad”. Y afirma que “tenemos un desequilibrio entre las demandas de bienestar material de la sociedad y la productividad de la economía. La escasa productividad no permite financiar las demandas de la sociedad”.

He encontrado muy importante esa definición, con plena vigencia en nuestro país. Existe un divorcio entre la oferta y la demanda de políticas públicas. La sociedad pide que el Estado le provea bienes y servicios públicos, pero no tiene la misma convicción a la hora de tener que financiarlo, de hacer lo necesario para conseguirlo, lo que conlleva sacrificios: ya sea mediante el pago de mayores impuestos, ya sea mediante la finalización de actividades que hayan perdido relevancia y cuyos recursos puedan ser utilizados por actividades con demanda emergente. Se desea una mejor enseñanza pública pero no se está dispuesto a gestionar mejor los recursos ya disponibles ni a asignar nuevos; se desea tener mejores jubilaciones, pero no se acepta tener que trabajar más años a pesar de nuestra creciente longevidad; se desea tener combustibles más baratos, pero se insiste en mantener un mercado hiper regulado en beneficio de rent seekers; se desea mejorar la situación de los niños más pequeños, pero se sigue priorizando a los uruguayos más veteranos. Sólo por dar algunos ejemplos.

La clave está en la productividad de la economía, como bien expresa el colega argentino, lo que en última instancia se traduce en la tasa de crecimiento de la economía a largo plazo, a la cual va “acollarada” la recaudación de impuestos. En nuestro país, según el MEF, esa tasa se ubica en apenas 2,1%, por lo tanto, a esa tasa y no más puede crecer el presupuesto sin empeorar las cuentas fiscales, que todavía tienen un desequilibrio inadmisible.

Y para crecer más hay que hacer cosas que (muchas de ellas) duelen: abrir más la economía al comercio mundial, modernizar la gestión de la enseñanza pública, achicar el costo que el sector público le impone a familias y empresas, flexibilizar la legislación laboral, desregular sectores domésticos con muchas “vacas atadas”, reformar la seguridad social, y varios etcéteras. Reformas que en definitiva no se hacen (cada una de ellas) por alguna o algunas de las cuatro íes: idiosincrasia, ideología, intereses creados, ignorancia.

El otro núcleo de conceptos que encontré muy buenos en los dichos de Rapetti, está vinculado con lo anterior y todavía complica más las cosas pensando en el futuro. Dice el colega que “si un esquema económico es sostenible desde el punto macro económico pero no lo es desde el punto de vista político y social, entonces no es un esquema sostenible”. Y esto viene al caso porque él considera que “un proyecto viable no puede ignorar la idiosincrasia argentina. Los argentinos somos, a mi modo de ver, una sociedad que valora la equidad y que el Estado brinde servicios públicos”.

Lo que también tiene indudable aplicación para el caso de nuestro país. Por lo que Rapetti destaca la cara menos visible de una medalla cuya cara más conocida y aceptada refiere que no “es viable un modelo que busca garantizar el equilibrio social a expensas de los equilibrios macroeconómicos. Al no ser viable desde el punto de vista macroeconómico, el proyecto tampoco es sostenible. También está destinado al fracaso”.

Esto último lo sabemos de memoria quienes hemos pasado por innumerables crisis. Sacrificar los equilibrios macroeconómicos es suicida y esto se sabe bien desde tiempo inmemorial. Pero lo otro no y es un fenómeno más reciente. “Antes”, proceder a ajustar la economía y a introducir reformas necesarias pero costosas, era más sencillo que “ahora”.

La “sostenibilidad política y social” de ajustes y reformas era más fácil de lograr. ¿Será que los líderes de antes tenían otro carácter? ¿Será que las sociedades se cansaron de remar y remar sin llegar a buen puerto? ¿Será que ahora vivimos en un mundo de una mayor inmediatez e impaciencia?

¿Será que la masificación de las reacciones en tiempo real (debido a las redes sociales) opera como un obstáculo a medidas de los gobiernos? ¿Será que el acceso a más información genera más necesidades insatisfechas?

Lo cierto es que hoy día es tan relevante lo que un gobierno “debe” hacer como lo que él “puede” hacer. Y es probable que después de las reacciones que ha habido en la región ante políticas y medidas de algunos gobiernos, éstos teman tirar demasiado de la piola. Me pregunto en qué habrá de terminar todo esto, con gobiernos que de algún modo ceden la función para la cual fueron electos, que es gobernar. Porque perciben que el deber y el poder no tienen punto de encuentro.

Más que nunca se necesitan líderes con agenda, carácter y capacidad de maniobra. Justamente, lo contrario a lo que muchos han venido eligiendo.

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