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El desempleo como desafío de los nuevos tiempos

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

La falta de empleo como problema tiene que ocupar un aspecto central en la agenda política de este y de los gobiernos por venir

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Las señales contradictorias de la Reserva Federal, anunciando que aumentaría la tasa de interés de referencia antes de lo esperado, ante los indicios de presiones inflacionarias, para una semana después desmentirlo a través de su titular Jerome Powell, muestran el estado de incertidumbre reinante en las altas esferas de la conducción financiera mundial. Esos comentarios implicaron turbulencia en los mercados bursátiles y movimientos en el precio de las materias primas, cuyo efecto es la disminución del bienestar global al deteriorar la calidad de las decisiones de los agentes económicos, tanto públicos como privados.

Protegerse de la incertidumbre siempre tiene un costo hundido que disminuye el retorno de la inversión y aplaza la puesta en marcha de nuevos proyectos. No es un juego de suma cero, pues implica una pérdida social neta donde nadie se beneficia.

Y la incertidumbre es mayor aún pues todavía no se sabe en qué fase del ciclo económico se encuentran los grandes países. O sea, todavía entrampados en una fase de escasez de demanda a la que se le debe seguir inyectando incentivos para vigorizarla y recobrar el crecimiento permanente, o en una etapa posterior donde ya afloran las presiones inflacionarias haciéndose necesario retirar los incentivos.

Paralelo a esa realidad, se agrega la nueva incertidumbre proveniente de la anhelada post pandemia, que por lo que se ve, tiene y proyectará efectos por un tiempo más largo de lo esperado. En definitiva, entramos a una realidad nueva, donde se mezclan los efectos de un evento exótico en su manejo y prognosis, a los que se agrega la resolución de problemas previos caracterizados por enlentecimiento de la actividad económica, la profundización de desigualdades sociales y la caída secular del empleo.

Salvo excepciones, esa realidad atraviesa continentes, no diferenciando el grado de desarrollo de los países. Es un panorama que despertó con el siglo y que hoy sigue presente. Viene motivando debates intensos sobre los correctivos adecuados, sin resultados aun concluyentes y es el desvelo de las administraciones de turno en cómo resolverlos. Incluso viene creando una frondosa literatura que responsabiliza al sistema capitalista de los resultados, señala su agotamiento como generador de bienestar y generador de inequidades, lo cual obliga necesariamente —según sus proponentes— a cambios sustanciales en su funcionamiento. Quizás las ansiedades del momento, acicateadas por la presencia de cambios tecnológicos inéditos, cambios geopolíticos recientes como la irrupción de China y la pandemia, hacen olvidar que el capitalismo en dos siglos mejoró el bienestar de la humanidad como nunca lo hizo otro sistema económico hasta ahora, incluido el socialismo real y todas sus variantes.

De todos modos, debe aceptarse que existen problemas que necesitan ser resueltos con premura, adaptando al sistema a las nuevas circunstancias, como forma de satisfacer los desafíos presentes. Como lo fue haciendo a lo largo de su historia, al integrar a su modo de funcionamiento los cambios tecnológicos que su propio accionar fue promoviendo a través de la innovación constante en nuevos productos. Como así también, en la modernización de su institucionalidad, con el objetivo para facilitar las mejoras en el bienestar social. Es un camino que tiene baches y donde el horizonte de las aspiraciones colmadas siempre se aleja, pero sigue siendo el preferido de manera casi espontánea por la mayoría del planeta como el sistema económico más eficiente para colmar sus aspiraciones. Con diferencias o matices según los casos, con fronteras políticas que atravesar, pero todos aceptando a un tronco común de funcionamiento.

En este momento particular del siglo, América Latina, incluido Uruguay, muestran tasas de crecimiento anémicas lindantes con el estancamiento, caída de la inversión y aumento del desempleo. Es el resultado de una trayectoria que tiene más de un quinquenio de duración y por consiguiente, presente antes de la pandemia. Bastó el apaciguamiento de una coyuntura externa extraordinaria para que el continente retornara a su senda endémica de bajo crecimiento. A lo cual, para varios países del continente, se les fue agregando el descontento social gatillado por expectativas defraudadas de clases medias nacientes, que ven como riesgo cierta baja en su bienestar o incluso, el retorno a la pobreza. Estos hechos plantean dificultades adicionales a las del combate a la pandemia, que son las de reencauzar el crecimiento y mejorar el empleo.

En ese entrecruzamiento de realidades, nuestro país muestra fortalezas, como el funcionamiento ejemplar de su democracia, el respeto de la ley, una macroeconomía bajo control a pesar de las tensiones que le provoca un déficit fiscal abultado y la aceptación sin cortapisas de que el crecimiento va de la mano de un modelo exportador junto a una inserción comercial profunda con el resto del mundo.

Pero en el seno de esas fortalezas se encuentra como punto débil: el alto desempleo, el subempleo y la informalidad laboral. Es una realidad transversal a todo al continente, de la cual no somos ajenos. En nuestro caso, la izquierda intentó corregir y fracasó, a pesar de haber estado en el poder tres periodos sucesivos contemporáneos a una bonanza internacional inédita. Entregaron el gobierno con niveles de desocupación similares a los promedios de alto desempleo de administraciones anteriores, salvo la del período de la crisis de principios de siglo. Es una realidad objetiva, sin bandería política, que muestra la complejidad del problema entre manos.

Su presencia endémica es la promotora de otros puntos oscuros de nuestra sociedad, como son la proliferación de asentamientos, el aumento de la criminalidad y el fortalecimiento de un círculo vicioso de mayor pobreza.

Si estamos en lo cierto, la falta de empleo como problema tiene que ocupar un aspecto central en la agenda política de este y de los gobiernos por venir. Paralelo a los incentivos a la inversión para generar más empleo, también hay otras tareas donde se requiere que las gremiales empresariales, sindicales y el Estado actúen en consonancia en el logro de ese objetivo. Ello implica replanteos en el sistema educativo para dotar a los educandos de las habilidades demandadas en los nuevos tiempos, evaluar los impuestos al trabajo que desestimulan el empleo, el entrenamiento de los desplazados por el cambio tecnológico, y reformas en el mercado de trabajo que faciliten la contratación de mano de obra. Países como Finlandia o Nueva Zelanda, a los que tomamos frecuentemente como referencia, son un ejemplo a seguir.

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