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Descubrieron las políticas que funcionan

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Foto: El País
Fernando Ponzetto

OPINIÓN

Al analizar 50 años de políticas públicas, se descubrió que las inversiones directas qué más rinden son las que se enfocan en la salud y educación de los niños de hogares pobres.

Unas semanas atrás, el journal científico número 1 en el ranking mundial —The Quarterly Journal of Economics— publicó un estudio sobre 133 políticas públicas aplicadas en Estados Unidos en los últimos 50 años. El trabajo fue liderado por Nathaniel Hendren y Ben Sprung-Keyser, ambos de Harvard University.

Invertir un dólar en los niños rinde el doble

¿Conviene invertir directamente en los niños de hogares pobres (por ejemplo, mejorando su acceso a la educación y a la salud)? ¿O es mejor subsidiar a sus padres (por ejemplo, a través de transferencias monetarias)? Los citados investigadores se enfocaron en políticas en el campo de seguros sociales (por ejemplo, seguro de salud, desempleo o discapacidad), educación (por ejemplo, educación preescolar, o Primaria, Secundaria y Terciaria), capacitación para el trabajo, impuestos, transferencias monetarias (por ejemplo, asignaciones para familias con hijos dependientes), y transferencias en especie (por ejemplo, canastas de alimentos).

Para cada política calculan sus beneficios y costos, incluyendo los efectos de largo plazo sobre el presupuesto del gobierno. Las inversiones en la educación y salud de los niños pobres son las que más rinden, y se pagan por sí mismas. El gobierno recupera lo gastado a través de impuestos que pagan a futuro esos individuos (y se ahorra transferencias futuras a esos hogares).

Hendren y Sprung-Keyser examinan, por ejemplo, las políticas que expandieron los seguros de salud para los niños en los últimos 50 años. Calculan los costos y beneficios de esas políticas y encuentran que por cada gasto inicial de un dólar se generan 1,78 dólares para el gobierno. En otras palabras, esas expansiones en el acceso a la salud de los niños pobres se repagan solas.

En el ámbito de la educación, también se mostraron muy efectivas las inversiones en la mejora de la Educación Primaria y Secundara y las políticas que facilitaban los logros en los estudios terciarios.

Pero, cuidado, los autores indican que no todas las políticas dirigidas a los niños son efectivas. Ya se ve que no hay soluciones milagrosas: se necesita trabajar bien y cuidar los detalles. Un ejemplo local: en 2015 publicamos la investigación “Giving a Second Chance: An After-School Program in a Shanty Town Interacted with Parent Type. Lessons from a Randomized Trial”. Se trataba de la evaluación de impacto de un programa educativo para niños en Casavalle. Demostramos allí que no es suficiente con sacar a los niños de la calle para tener efectos positivos, sino que era necesario trabajar, al mismo tiempo, con las familias de los niños.

Otra precaución: no todos los programas que rindan poco hay que eliminarlos. Hendren y Sprung-Keyser nos recuerdan que las transferencias a las familias con niños que tienen algún tipo de discapacidad rinden poco en términos económicos, pero no por esto son “indeseables” para la sociedad.

Invertir en mejorar las prácticas de crianza

Los resultados publicados en el mencionado journal muestran menor rendimiento para las inversiones en adultos. Por ejemplo, invertir un dólar en seguros de salud para adultos rinde entre 0,4 y 1,63 dólares. Algo parecido sucede con las transferencias en especie (las canastas de comida o vouchers para alimentos): cada dólar invertido rinde sólo 0,65-1,04 dólares. Incluso hay programas de transferencias de dinero que tienen rendimiento negativo. ¿Cómo se explica que dar dinero a los adultos más pobres pueda generar rendimiento negativo? Los autores señalan que una posible explicación es que ese dinero que se recibe puede desembocar en reducción de ingresos laborales.

En suma, las inversiones que se centran en los adultos rinden menos, pero aumentan su rendimiento para el país en su conjunto si producen efecto derrame sobre los niños. En esta categoría entraría la investigación que lidera Ana Balsa (Universidad de Montevideo).

Balsa y su equipo diseñan una intervención llamada “Crianza Positiva” y estudian su efecto en cientos de familias que asisten a Centros CAIF. Demuestra que los programas que se enfocan en mejorar las prácticas de crianza de los padres o cuidadores tienen efectos positivos sobre los padres y sobre los niños.

Otro ejemplo de inversiones en los adultos que se derraman positivamente en los hijos son los programas que facilitan que las familias que viven en contextos pobres puedan mudarse a barrios un poco mejores. Uno de estos programas es el Moving to Oportunity Experiment que facilita la mudanza: este programa incrementa los ingresos de los niños cuando pasan a ser adultos (por mejor acceso a educación y mercado laboral) y los impuestos que pagarán. El programa se repaga por sí mismo.

Abandonar la jubilación

Hace unos días leí un artículo en New York Times que invitaba a repensar el retiro o jubilación propia. Citaba a algunos psicólogos y gerontólogos que señalan que, al retirarse, una persona se enfrenta a grandes cambios en su identidad, sus relaciones (las personas con las que compartía su jornada laboral desaparecen) y su actividad (de pasar de trabajar 10 horas se pasa a 0). “Algunas personas se sienten inestables, ansiosas o incluso aburridas. Y se dan cuenta que las relaciones personales y tener un propósito en la vida realmente importan, y quizás más que nunca”, señalan los entrevistados.

Hendren y Sprung-Keyser nos recordaron en su investigación en el Quarterly Journal of Economics que invertir directamente en la educación y salud de los niños pobres es muy efectivo. Si usted está jubilado o retirado, ¿no podrá ofrecerse como voluntario para ayudar a tantos niños que están necesitados en nuestro país? Darles clases de matemáticas e inglés a niños de contextos vulnerables puede tener un efecto enorme en el futuro de esos niños. El artículo de New York Times concluía: “la pandemia de este año nos ha empujado a muchos de nosotros a realmente valorar la preciosidad de la vida. Nos hemos dado cuenta de que queremos ser “útiles” más que “jóvenes”.”

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