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El desarrollo también está en transición

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

A partir del pasado lunes iniciamos en Uruguay una transición y esto, según la Real Academia Española, significa: “la acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto”.

Prima facie, será entonces el estado intermedio que nos tocará vivir entre la realidad que generaron las políticas del actual partido de gobierno y el cambio que iniciará la coalición opositora el próximo 1º de Marzo.

Ahora bien, siendo más ambiciosos y afines con una perspectiva de desarrollo, sabemos que el país debe encarar una transición de más largo plazo que le implicará desplegar capacidades diferentes. Al mismo tiempo, se deben buscar consensos claves para instrumentar las reformas estructurales necesarias para dar el salto cualitativo que tenemos pendiente hacia la nueva economía, basada en el conocimiento y la digitalización.

Esto último implica entender que la planificación contemporánea impulsa una visión más integral y multidimensional del desarrollo y que va más allá del crecimiento; pone énfasis en la igualdad, la inclusión social y la erradicación de la pobreza. Por lo pronto, no podemos seguir manteniendo nuestra atención sólo en “el ingreso de los hogares”; ello no da cuenta de otros factores que comprometen esta transición y que progresivamente irán demandando los ciudadanos: calidad y pertinencia de la educación no sólo cobertura, protección social para todos, trabajo decente, optima conectividad (previniendo la incorporación del 5G) e instituciones públicas eficientes y creíbles.

Justamente, la OCDE junto a Cepal y la CAF han planteado este año el enfoque del “Desarrollo en Transición” para avanzar hacia un modelo más incluyente y sostenible. Señalan que los retos y las oportunidades para los países están actualmente determinados por megatendencias: el progreso tecnológico y digital, el envejecimiento de la población, una mayor migración, la evolución del capital humano, el cambio climático, el impacto de la globalización en los diversos grupos socioeconómicos y el creciente descontento social. Como consecuencia, todo ello pone a prueba nuestra visión colectiva, dificulta los consensos políticos y exige soluciones innovadoras

Los últimos años nos han demostrado que, en la medida que los países de esta región alcanzan mayores grados de desarrollo, se enfrentan con “nuevas trampas” producto de debilidades de larga data y problemas nuevos que van surgiendo; Chile es un claro ejemplo. Y en esta línea existe conformidad en identificar como principales escollos:

• La Productividad que incluye la estabilidad macroeconómica, el crecimiento y el empleo, el desarrollo de infraestructura e inversiones en ciencia y tecnología. Esto está asociado con una estructura exportadora centrada en sectores primarios con bajos niveles de sofisticación y que menoscaba la participación en cadenas globales de valor. En Uruguay, la productividad no va más allá del 40% respecto a los países de la UE y algo más de un 20% respecto a EE.UU.

• La vulnerabilidad social que comprende el desarrollo social y humano, la inclusión y la cohesión social, la equidad, la calidad de la educación y el acceso a servicios básicos. Muchas personas escaparon de la pobreza pero se mantienen con empleos de mala calidad y escasa protección social. Nuestro botón de muestra en educación desde Uruguay: los resultados de las pruebas PISA conocidos el martes pasado y los últimos datos del INEED; éstos últimos demuestran que el 63% de los estudiantes de tercero de liceo son incapaces de realizar un promedio numérico.

• La dimensión institucional que comprende la modernización de los servicios públicos, la seguridad ciudadana y la justicia. La expansión de las capas sociales medias trae aparejada expectativas y aspiraciones que las instituciones no logran responder; esto acrecienta la desconfianza e insatisfacción. En Uruguay, las Fuerzas Armada encabezan el ranking de aprobación con un 62% y en la otra punta están los partidos políticos con un 21%. Por otra parte, siendo éste un país de ingreso alto, está registrando tasas de homicidio mayores que Bolivia.

• El eje ambiental: Muchas economías hacen uso intensivo de sus recursos materiales y naturales y esto podría llevar a una dinámica insostenible desde los puntos de vista ambiental y económico. En Uruguay además, hay que profundizar las acciones que estimulen modalidades de producción y consumo más sostenibles.

Por ende algunos desafíos parecen estar claros en esta ardua pero factible transición hacia el desarrollo, que en definitiva es la que más nos importa y tendrá por delante la coalición multipartidaria:

• Alcanzar y mantener a través de su gestión de gobierno un riguroso equilibrio técnico- político para asegurar, tanto en las fases de diseño, como de monitoreo y evaluación, políticas públicas que garanticen la sostenibilidad del cambio.

• Generar los consensos políticos y sociales que, a nivel nacional, sectorial y territorial, legitimen reformas estructurales en temas clave: inserción internacional, educación, protección social, seguridad ciudadana, relaciones laborales. Todos se vinculan con el componente de mayor cohesión social: el empleo.

• Movilizar suficientes recursos públicos y privados para financiar esas políticas llamadas a ser coherentes y transformar en círculos virtuosos las actuales trampas que afectan el desarrollo.

Reconozco que un reto no menor es el de involucrar en esta movida al sector de la población que apoya al gobierno saliente; quizás la estrategia debería estar centrada en demostrar que si se quieren mantener los beneficios adquiridos, es imprescindible instrumentar cambios. Y emulando a Adolfo Suarez en 1979 insistir en que: “No hay que derribar lo construido ni hay que levantar un edificio paralelo. Hay que aprovechar lo que tiene de sólido, pero hay que rectificar lo que el paso del tiempo y el relevo de generaciones está dejando anticuado”.

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