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Desafíos en el sector externo: nuevo entramado comercial

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Los presidentes Xi Jinping y Donald Trump, juntos con sus asesores y ministros, encabezaron la cena en Buenos Aires. Foto: AFP

Análisis

El fuego cruzado entre el "nuevo proteccionismo" liderado por el presidente Trump y su homónimo chino Xi representando a la apertura comercial, fue uno de los hitos de la reciente reunión del G20.

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Como era de esperar, más allá de disipar algunas tensiones preocupantes, el riesgo de una guerra comercial sigue latente. Y también se afirma una manera nueva de resolver conflictos, en este caso comerciales, a través del contacto directo entre los líderes de las grandes potencias. Si bien los liderazgos son necesarios, esta forma de nueva institucionalidad es un retroceso histórico para las naciones más pequeñas, pues magnifica el accionar de los más poderosos. En esa carrera no están solos, pues por doquier han aparecido defensores de esos procedimientos, así como de los fines que se persiguen encaramados en el proteccionismo, el control de los flujos inmigratorios, llegando hasta la xenofobia.

Así lo vemos en el nuevo gobierno de Italia o en Turquía y sin forzar el argumento, también en Rusia. Como efecto espejo, el declinar político de la canciller Merkel confirma el cambio de rumbo que posterga al regionalismo europeo y al multilateralismo como forma de resolver conflictos comerciales y políticos. Refrendan esa situación las peripecias del Brexit, ya irreversible, que se encuentra en la polémica natural de sus fases finales de diseño. Todo eso conforma el mundo nuevo que ya está entre nosotros, y que rápidamente va mostrando sus aristas más relevantes. Aunque sin dudas, es prematuro delinear sobre sus resultados, salvo decir que es un barajar de nuevo pues las condiciones que dieron lugar al orden multilateral nacido de la segunda posguerra han cambiado drásticamente. Hoy surgen nuevas fuerzas, producto de la irrupción de Asia, que inevitablemente inclinan hacia el Oriente las oportunidades comerciales, las tensiones políticas resultantes y las formulas necesarias para resolverlas.

En consecuencia, se irá leudando un nuevo orden internacional, con sus reglas e instituciones, acomodado a la nueva realidad. Pero es impensable, por lo riesgoso, que el mundo se mueva al compás de liderazgos que la historia muestra como efímeros, pero de cuyo accionar pueden quedar secuelas permanentes.

Los liderazgos. La reunión del G20 es un mojón en ese camino, pero no mucho más, pues la complejidad de los problemas requiere debates más extensos y profundos, donde a su vez países grandes y pequeños estén incluidos.

Teatro Colón: los líderes del G20 disfrutaron de un espectáculo en el histórico escenario de Buenos Aires. Foto: Reuters
Foto: Reuters

En ese entramado de situaciones, el presidente electo brasileño Jair Bolsonaro ha mostrado afinidad por los liderazgos a la manera del presidente Trump. Aquí nos incumbe lo que opine en el plano internacional, y en particular su política comercial que incluye su visión sobre el Mercosur.

Ha quedado claro su alineamiento explícito con Estados Unidos, tanto por su afinidad ideológica con el primer mandatario de ese país, como también como aliado para fortalecer su capacidad de negociación frente a China. No olvidar que este país es hoy su principal socio comercial donde los productos primarios son la mayoría. El denostado paradigma de los países pobres como proveedores de materias primas, se replica hoy en Brasil como nunca en su historia, con China. Lo mismo puede decirse de la inversión proveniente de ese país, que se dirige hacia los recursos naturales. Sin duda, esto no cuadra con la visión del futuro gobierno brasileño donde fluyen corrientes de nacionalismo económico. En el acierto o el error, hay una búsqueda de flujos comerciales más balanceados en los porcentajes de valor agregado. Y tener un aliado poderoso, que piense igual en esa materia, es un activo importante.

El convencimiento que el Mercosur ha sido un corsé mas que una catapulta del crecimiento por parte de las nuevas autoridades es una postura rupturista inesperada, que agrega grados de libertad a la política comercial del resto de los países del bloque, en especial para Uruguay.

Jair Bolsonaro, presidente electo de Brasil. Foto: Reuters
Jair Bolsonaro, presidente electo de Brasil. Foto: Reuters

Modificadas las reglas y liberada entonces la restricción que impide negociar individualmente acuerdos comerciales con países o bloques, uno de los desafíos es saber cómo será la transición hacia el nuevo sistema. El tema deviene pues un tratado como el Mercosur, en su esencia básica es un régimen de sustitución de importaciones de carácter regional. Amparadas por el arancel externo común, pudieron sobrevivir y en algunos casos prosperar industrias locales sin capacidad de penetrar mercados alternativos. Algo similar ocurre con la lechería, donde la magnitud y proximidad de ese mercado con el cual se tiene acceso preferencial, es un punto de apoyo indudable. A la industria automotriz, cuyas preferencias arancelarias regionales se negocian por cuerda separada del Mercosur, una vez modificadas las reglas del tratado le será difícil mantener el status quo actual.

El desafío de la apertura. Al respecto, quiero emitir un llamado de atención sobre el abanico de complejidades que se abren por delante. Una cosa es pedir flexibilidad para negociar tratados comerciales con terceros países cuando se trata exclusivamente de nosotros. Otra cuando se baraja de nuevo entre todos los participantes del Mercosur, flexibilizando reglas que tendrán entre sus objetivos la rebaja del arancel externo regional. Existe consenso generalizado de las ventajas de mediano plazo de esa política. El tema es cómo administrar los costos de esa transición, donde el riesgo de achique de sectores protegidos es uno de sus temas relevantes. Reflexionar y debatir sobre el punto no admite demora, para disminuir costos innecesarios.

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