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Desafíos de la integración regional

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Edificio del Mercosur. Foto: Archivo El País
Fachda del edificio Mercosur, banderas, pabellones, nd 20060809, Nicolas Pereyra, Archivo El Pais, Sede del Mercosur
Archivo El Pais

En estos tiempos de dislocación del funcionamiento del sistema económico mundial, ha reaparecido la integración económica como uno de los temas del debate actual. En unos casos motivado por los efectos del Brexit, en otros por las perspectivas y desafíos que ofrecería la formación de nuevos bloques, y finalmente por los estertores de un Mercosur moribundo.

El denominador común de la situación actual es la disolución de la idea un multilateralismo abierto a todos, afín a un concepto de ordenamiento mundial emanado después de la segunda guerra mundial y complementado con las instituciones de Bretton Wods. Aquella visión fue quedando obsoleta por la fuerza de los hechos, siendo la disolución del bloque soviético, el resurgir de Asia y la aparición de China como otro hegemónico de escala global, los impulsores de cambios geo económicos que desplazaron el polo gravitacional del mundo hacia el Oriente. En definitiva los 500 años de predominio occidental, desde ahora comienzan a ser compartidos con quienes otrora ya habían cumplido ese papel en la antigüedad.

Esta realidad expone nuevos desafíos y desata nuevas fuerzas de cambio que obliga a repensar hacia dónde van los países como imperativo para posicionarse en un mundo distinto, achicado por lo tecnología y que a su vez imbrica a paso acelerado culturas y valores diferentes que son fuente de conflictos y tensiones sociales. Los acontecimientos últimos de terrorismo en Europa son una muestra al respecto.

En ese reacomodamiento a la nueva realidad es que entra de lleno la búsqueda de las nuevas formas de integración, incluida la dislocación de las existentes como el Brexit, la conformación de nuevos bloques regionales como la Alianza del Transpacífico y las reflexiones de qué hacer con el Mercosur.

Sobre este intento de integración regional, el debate reconoce nuevas circunstancias que enmarcan su funcionamiento, muestra aristas noveles de cómo convertirlo en un mecanismo efectivo para propulsar crecimiento pero también recae en ideas de viabilidad cuestionable dadas las características de los países que la integran.

En primer lugar, el crecimiento de las exportaciones de la mayoría de los países de América Latina se hizo de la mano de la aparición de China. Ese fue el verdadero puntal de su crecimiento. En tanto el comercio intra regional languideció, tanto en términos absolutos como relativos. Conclusión: la integración económica regional, incluido el Mercosur, fue irrelevante como palanca de crecimiento. Sin la aparición de China, la tasa de crecimiento promedio de estos países hubiera sido sustancialmente menor.

En segundo lugar, el Mercosur tampoco fue catalizador de inversiones de interconexión física ni energética. Una región riquísima en energía, hoy se muestra con interconexiones escasas fruto de la fragmentación de su estrategia y aun dependiente de fuentes extra regionales como el gas y el petróleo. En lo que es básico y actuó como puntapié inicial en el modelo que le sirvió de inspiración la Unión Europea, sigue siendo una enorme carencia.

Por último, cuando se analiza la composición de las corrientes intra comerciales, salvo alguna excepción, lo que se observa es una estructura similar a la existente previa a la creación del Mercosur. En otras palabras, la creación de comercio intra regional, que no es otra cosa que una forma de sustitución de importaciones a escala regional, no tuvo lugar. No hubo creación de nuevas líneas de productos aprovechando la protección que otorga el mercado ampliado, tampoco la generación de cadenas de valor, entendiendo por estas la integración de procesos productivos utilizando insumos primarios o semi procesados provenientes de distintos países del Mercosur. Aquí corresponden algunas precisiones. La industria automotriz y sus formas de complementación tienen data pre-mercosuriana y se mueven por carriles manejados por las matrices usando regímenes de promoción especiales. Pero un hecho notable de esa estrategia es que la mayoría de los modelos producidos, por razones diversas no tiene posibilidades de ser comercializados en extra-zona, lo cual permite inferir que hay ineficiencias por cuestiones de escala, calidad o precio. Por otro lado, podría argumentarse como hecho positivo que el escalón arancelario regional le ofrece a algunos productos sujetos al dumping como los lácteos, la posibilidad de atemperar las fluctuaciones de los mercados externos.

Con ese telón de fondo, puede decirse que se entró en una fase nueva de inserción internacional, donde lo regional sigue jugando su papel pero interpretado de manera distinta que en el pasado, so pena de quedar descolocado ante una situación que es diferente.

Como punto central debe entenderse que el nuevo Mercosur debe perder la rigidez del esquema actual, posibilitando la concreción de acuerdos por cualquiera de sus socios con otros bloques o países. La experiencia muestra que las velocidades o restricciones de sus integrantes para operar en ciertos temas son distintas. La flexibilidad, además de los beneficios para el país signatario, debe entenderse como un catalizador para que los otros socios apuren el paso.

Sin duda que negociar en bloque potencia capacidades, pero arriesga lentitud en los procesos y por ende magnitud en los resultados. Por lo cual es imperativo acordar que pasado cierto lapso operan las flexibilidades del caso para facilitar acuerdos individuales.

Ignorar este precepto básico arriesga entrar en un mecanismo de integración que por definición va rumbo a la esclerosis, tal como nos enseña su historia.

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Edificio del Mercosur. Foto: Archivo El País

CARLOS STENERI

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