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Desafíos ante la incertidumbre: apremiados en grado mayor

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El presidente Trump anuncia el acuerdo con México, en la Casa Blanca. Foto: AFP

Opinión

Una norma proteccionista general, perforada por acuerdos comerciales que le dan preferencias al país asociado, a cambio que éste otorgue lo mismo a EE.UU. en algún sector con interés particular.

Los episodios que delinean la culminación del 2018 confirman la incertidumbre reinante tanto en el plano global como el regional, con derrames sobre lo local.

En lo global se destacan dos hechos nuevos. El primero es el anuncio por el presidente Donald Trump de la culminación de las negociaciones modificando el Nafta, al aceptar Canadá a última hora cambios en ese acuerdo.

"Aunque sean realidad diferentes, la experiencia argentina muestra que la demora en atacar los desequilibrios apostando al optimismo es un mal camino"

Carlos Steneri grande
Carlos SteneriEconomista

Cumpliendo con lo prometido en su campaña electoral, la administración norteamericana resalta que el nuevo tratado tiene la modalidad nueva de un Acuerdo Comercial entre EE.UU., México y Canadá, que desecha la idea del automatismo del libre comercio.

En realidad, es más un cambio cosmético que de sustancia, pues las bases del acuerdo original fueron respetadas, a lo que se agregaron ahora preferencias para ciertos productos. En el caso de Canadá, éste facilita el acceso de la industria láctea estadounidense a su altamente protegido sector lechero. Lo que importa es el mensaje de lo que se vendrá en materia comercial para quienes pretenden acceder a Estados Unidos. Es decir, acuerdos donde la negociación se centrará en la equiparación de acceso de sectores sensibles.

Ya se vio lo que aconteció con el acero y aluminio. Una norma proteccionista general, perforada por acuerdos comerciales que le dan preferencias al país asociado, a cambio que éste otorgue lo mismo a EE.UU. en algún sector con interés particular. En definitiva, está anticipando lo que hará con China cuando llegue el momento de hacer la paz comercial con ese país, después de las escaramuzas arancelarias actuales. Como complemento de ese escenario, el Presidente Trump acaba de endilgarle a ese país en el seno del Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas que se está inmiscuyendo en las próximas elecciones legislativas para perjudicar su gestión y a su partido.

El enfrentamiento subió un escalón, de lo comercial a lo político, en lo que parece ser una estrategia de negociación que confirma su desdén por el multilateralismo para resolver pujas comerciales o geopolíticas.

Sin dudas, se ha entrado a un mundo distinto, que tiene desconcertados a los analistas y a los mercados, los que a diferencia del pasado, aceptan o muestran indiferencia. Como prueba, las cotizaciones de la bolsa en New York avanzan en territorio récord y el dólar mantiene su fortaleza. En tanto, Europa aun enredada en sus problemas, mira de costado esa performance, sin saber cómo engancharse.

En las antípodas se encuentra nuestra región aledaña. Brasil, con una situación política compleja por el perfil de los candidatos en puja y los hechos que rodean la inminente contienda electoral y su desenlace final. Solo de una cosa hay certeza: cualquiera fuera el ganador, se encontrará una situación económica compleja cuya resolución no admite demora, pues no hay margen. Corresponde recordar que la economía oscila entre la recesión o el bajo crecimiento desde el gobierno de Rousseff, acompañada de un deterioro fiscal que lleva su déficit actual al 7% del PIB. Eso implica alto desempleo, aumento de la pobreza y el cegamiento de las fuentes de crecimiento. Hay consenso que su sistema de seguridad social requiere reformas por oneroso e injusto, junto al recorte del gasto dispendioso.

Se lo intentó varias veces, pero falló por falta de consenso político y el lobby adverso de los afectados. La solvencia profesional de sus equipos económicos, principalmente de su Banco Central, han permitido correr la arruga de los desequilibrios, ayudados por la bonanza externa de la mano de China y la tasa de interés baja. Hoy ese panorama ha cambiado hacia un futuro menos favorable.

Y aquí se abre un campo de incertidumbres de cómo reaccionará su futuro equipo económico después de las elecciones. ¿Se repetirá la experiencia gradualista de Argentina que confluye hacia un escenario desordenado apurado por las urgencias de la crisis, o tomarán cartas en el asunto de inmediato? En cualquiera de los dos escenarios, las diferencias serán de grado, pero con una única conclusión. Brasil pasará necesariamente por un lapso de contracción mientras ordena su macroeconomía, condición básica para retomar el crecimiento. En términos prácticos, contracción de su demanda interna, profundización de su ritmo devaluatorio y caída de sus importaciones.

Mientras tanto, Argentina está comenzando una vez más la necesaria consolidación macroeconómica después del desbarajuste kirschnerista. Lo único predecible por el momento es que será un camino largo, con alguna contramarcha posible. Los consensos políticos son una dimensión importante en la solución, y no parecen estar a la altura de las circunstancias.

En ese entramado de incertidumbres que conforman un panorama desafiante, nos encontramos inmersos. Discutiendo una rendición de cuentas diseñada con parámetros pertenecientes a una realidad obsoleta por la fuerza de los hechos, y con la característica especial que tendrá validez por dos años. Ello limita la flexibilidad necesaria para operar en situaciones cambiantes.

Al mismo tiempo, es un tema difícil para cualquier candidato ser explícito en la materia, por cuestiones de incertidumbre para trazar escenarios y también políticas. Lo único cierto es que este nivel de déficit fiscal es un riesgo latente serio y el desfasaje del tipo de cambio con todo el resto del mundo, una cuestión a resolver.

Lo que sí se puede decir, que más allá de que son realidades diferentes, la experiencia argentina muestra que la demora en atacar los desequilibrios apostando al optimismo es un mal camino.

Ese es el gran desafío que tenemos por delante.

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