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Los demócratas, la deuda y la doble moral

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Donald Trump. Foto: EFE

Opinión

Todo ese lloriqueo por la deuda era hipocresía; a los republicanos en realidad nunca les preocupó la deuda

Donald Trump. Foto: EFE

Donald Trump dedicó casi todo su discurso sobre el Estado de la Unión a describir las amenazas que según él Estados Unidos enfrenta: principalmente, la amenaza de la terrorífica gente de piel morena, pero también la del socialismo. Los medios noticiosos debatieron de manera extensa lo que dijo acerca de esos temas.

Sin embargo, hubo poca cobertura sobre uno de los aspectos más reveladores del discurso: lo que Trump dijo sobre la amenaza de la históricamente enorme deuda pública de Estados Unidos.

Un momento… tal vez quieran objetar; no dijo nada acerca de la deuda. En efecto, no lo hizo; no mencionó ni una sola palabra al respecto, justo por eso fue tan revelador.

Después de todo, los republicanos se pasaron todo el gobierno de Barack Obama arremetiendo sin parar contra los peligros de la deuda, advirtiendo que Estados Unidos enfrentaría una crisis inminente a menos que los déficits se redujeran significativamente. Sin embargo, ahora que están en el poder —y que el déficit se está disparando gracias a un enorme recorte fiscal a las corporaciones y los ricos— han dejado de hablar del tema por completo.

Según ABC News, Mick Mulvaney, el actual jefe de gabinete de Trump, les explicó a los congresistas del Partido Republicano por qué la deuda no se mencionaría ni una sola vez en el discurso: “A nadie le importa”.

¿Y saben qué? En cierta medida tiene razón. No solo a los republicanos parece haberles dejado de interesar la deuda de manera repentina. Durante años, los sermoneadores del déficit dominaron el discurso al interior de Washington; buena parte de las noticias hablaban sobre la urgencia de la austeridad fiscal como un hecho irrefutable, olvidándose de las reglas habituales de neutralidad informativa y dejándose llevar por el apoyo descarado. No obstante, desde la elección de Trump, extrañamente, esas voces han guardado silencio.

Así pues, lo que hemos visto confirma lo que algunos de nosotros estuvimos tratando de decir desde el comienzo: todo ese lloriqueo por la deuda era hipocresía.

A los republicanos en realidad nunca les preocupó la deuda; solo fingieron ser los guardianes del déficit para que no avanzara la agenda de Obama. Muchos centristas resultaron tener una doble moral, puesto que reservan su preocupación apasionada por la deuda para cuando los demócratas están en el poder.

No obstante, aunque el cambio radical de postura ha sido, como dije, profundamente revelador, todavía hay dos grandes interrogantes. La primera es ¿qué tanto debe importarnos la deuda? Y la segunda, ¿seguirá prevaleciendo la doble moral? Es decir, ¿los sermoneadores del déficit volverán a pronunciarse, de manera repentina, en caso de que los demócratas lleguen al poder nuevamente?

Sobre la primera pregunta: una cuestión sorprendente sobre la obsesión de la deuda que llegó a su punto más álgido en 2011 es que nunca tuvo mucho sustento en el análisis económico. Por el contrario, todo lo que sabemos sobre política fiscal dice que es un error centrarse en la reducción del déficit cuando el desempleo es elevado y las tasas de interés son bajas, como lo eran cuando los sermoneadores del déficit se pronunciaban con mayor fuerza.

La preocupación por el déficit está más justificada ahora que el desempleo es bajo. No obstante, las tasas de interés todavía son muy bajas de acuerdo con los estándares históricos, de menos del uno por ciento después del ajuste inflacionario; son tan bajas, que no debemos temer que la deuda vaya a aumentar de manera desproporcionada, con pagos de intereses que hagan estallar el déficit. Esto también sugiere que estamos padeciendo una debilidad crónica en la demanda de inversión privada (que, por cierto, el recorte fiscal de 2017 no parece haber impulsado en absoluto).

Así que en los últimos meses, varios economistas destacados —entre los que se encuentran el ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional y algunos de los economistas más importantes del gobierno de Obama— han publicado análisis en los que afirman que incluso ahora, con el desempleo tan bajo, la deuda no es un problema tan serio como se pensaba.

Sigue siendo una mala idea aumentar la deuda sin una buena razón; digamos, para otorgar exenciones fiscales que las corporaciones solo usan para readquirir sus propias acciones, lo cual es, claro está, lo que el Partido Republicano hizo. No obstante, tomar préstamos a tasas de interés extremadamente bajas para pagar inversiones en el futuro —infraestructura, por supuesto, pero también cosas como nutrición y atención médica para los jóvenes, quienes serán los trabajadores del mañana— es muy justificable.

Esto nos lleva a la cuestión de la doble moral.

No hay que estar de acuerdo con todas las propuestas del “Nuevo Acuerdo Verde” para reconocer que es básicamente un programa de inversión, no solo una dádiva. Así que me ha consternado ver que muchos comentarios sobre estas propuestas exigen una explicación inmediata y detallada sobre cómo pagarán sus ideas los demócratas o que lo desechan por completo por ser impráctico. ¿Los recortes fiscales republicanos causaron la misma consternación? No.

Miren, esto lo hemos visto una y otra vez; en tres ocasiones desde 1980. Los republicanos despotrican contra los déficits presupuestales cuando no están en el poder, luego se olvidan de todas sus preocupaciones y disparan el déficit una vez que están en condiciones de recortar los impuestos. Luego, cuando les toca su turno a los demócratas, se espera que limpien la tinta roja de los republicanos en lugar de atender las que son sus prioridades. Ya fue suficiente.

No estoy diciendo que los demócratas deban ignorar por completo las implicaciones fiscales de sus acciones. Los planes de gasto realmente importantes, en especial si no es evidente que incluyan inversión —por ejemplo, una expansión importante del gasto federal de salud—, tendrán que pagarse con nuevos impuestos. Pero cuando llegue el momento en el cual los demócratas estén en condiciones de legislar, deberían ser ambiciosos, y no dejar que los sermoneadores del déficit los asusten para que no piensen en grande.

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