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El debate electoral entre chicanas y cambios globales

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

El fragor de la carrera electoral es el escenario natural donde se proyectan las diferentes propuestas partidarias.

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También, se ha convertido en el lugar donde se filtran algunos dislates con supuesto gancho electoral en materia de crisis económicas, que suponíamos que los hechos habían ya laudado. Por último, nos va desenfocando sobre hechos regionales y globales que tendrán consecuencias sobre nuestro devenir como país.

Sobre el tema de los dislates, no podían faltar las menciones sobre la crisis del 2002, las semejanzas con la situación actual de Argentina y la responsabilidad de la administración de aquel momento para conducirnos a aquel trance extremo de nuestra historia económica. Como ejemplo tomo las palabras recogidas de un medio de prensa (UY.Press) del candidato Daniel Martínez, que dijo en un acto público: “No tuvieron capacidad y terminaron llevándonos a la crisis del 2002, parecida a la que ahora hay en Argentina, ¿no?"

Es entendible que la intensidad de los momentos electorales sea propicia para las chicanas buscando rédito político. Pero en este caso, es demasiado serio hacerlo comparando aquel pasado con la realidad actual de Argentina. Aquel episodio tuvo sus raíces en circunstancias regionales y globales también distintas, donde por vez primera apareció el contagio regional como factor desencadenante. Primero, el cercenamiento de nuestra demanda de exportaciones desde Brasil. Luego, la “importación” de aftosa desde Argentina cerrando nuestro principal rubro de exportación, para luego recibir el impacto de su crisis macroeconómica que transitó después hacia nuestro sector financiero. A lo que se agregó el cariz exótico de las políticas argentinas de aquel momento. Para citar algunas, destacamos la instauración del corralito, la declaratoria de default de su deuda con vítores y aplausos, impedir que la sucursal del Banco Galicia en Uruguay recurriera a su liquidez depositada en el exterior para pagar a sus depositantes, y la pesificación asimétrica (tipo de cambio distorsionado) de los depósitos en dólares.

Y si hubiera que recordar cómo Uruguay logró salir de esa difícil situación, explayada en una crisis bancaria primero y luego derivada en una de endeudamiento, la historia muestra que contrariando al FMI y habiendo obtenido una ayuda extraordinaria del gobierno de Estados Unidos, el Frente Amplio se negó a votar la ley (agosto 2002) que reestructuraba al sistema financiero, que era condición para recibir esa ayuda, y que inició el proceso de consolidación bancaria vigente hasta nuestro días. A lo que luego, a través de sus máximas autoridades (marzo 2003) solicitó el default de nuestra deuda soberana, jaqueando los esfuerzos de la administración Batlle, que planteaba un canje voluntario del endeudamiento, cuya ejecución luego se convirtió en un paradigma internacional de cómo resolver este tipo de crisis de endeudamiento. Y lo más importante: se preservó el buen crédito de país, se convirtió en el facilitador fundamental para recibir abundante inversión externa y le permitió a los gobiernos del Frente Amplio financiarse en el exterior sin dificultades.

Concluyendo, el afán por los votos no justifica el uso de ciertos argumentos. Este ejemplo es un tema demasiado importante de nuestra historia para caricaturalizarlo en una campaña electoral. Nuestra sociedad no se lo merece.

Elevando la mira, el panorama externo muestra fracturas propias de una transición histórica que conducirá a nuevos re acomodamientos con efectos a escala global.

El aplacamiento del crecimiento mundial es una realidad que también alcanzó a la gran usina del dinamismo europeo y mundial. Alemania estancada desde hace tres trimestres, está al borde de entrar en recesión. Su modelo exportador enancado en la demanda china flaquea, abriéndosele la disyuntiva de usar la política fiscal —lo que rechaza desde su reunificación— como el único instrumento disponible. Por encima de esos resultados, la mayoría de la UE está igual, a lo que se agrega el Brexit, que entra en vigencia el 31 de octubre próximo.

Por tanto, una parte relevante del mundo industrializado navega sin rumbo cierto, empañando los destinos de esa deriva.

Complicando las cosas, hay consenso creciente del ocaso de los bancos centrales como instrumentos para manejar la inflación y el ciclo económico de las economías desarrolladas. La razón es que la tasa de interés se encuentra a niveles tan bajos, que su efectividad para expandir gasto y estimular la inflación está agotada. Con niveles nominales cercanos a cero o negativos, se ha demolido la política monetaria tal como la conocemos, dándole lugar a formas heterodoxas de inyectar dinero, comprando activos de los gobiernos o corporativos, cuya aplicación permanente abre desafíos desconocidos.

El tira y afloje entre Estados Unidos y China va en una escalada, donde lo único cierto es la ruptura de reglas preestablecidas y el freno de la economía mundial. También marca el ocaso del orden comercial internacional multilateral, yéndose hacia formas de bilateralismo con variantes diversas. En esa deriva, Brasil intenta abrir su economía sin ataduras, siendo su resultante el arrastre hacia al resto de su región circundante. Su postura respecto al Mercosur es su mejor ejemplo.

Por último, los incendios en la Amazonia ponen en el tapete un tema que la comunidad internacional ha soslayado. La selva amazónica, como depurador de nuestra atmósfera, es un bien que toda la humanidad necesita pero que no paga por su uso. Es un clásico ejemplo de los bienes públicos, que hace tiempo la teoría ha resuelto determinando que se le debe pagar una renta al propietario del bien en cuestión (Brasil, Bolivia), financiado por el usuario (población global). Es la forma de prevenir un desastre como el actual y tratar con seriedad un tema donde jugamos nuestra supervivencia. Sin dudas, un tema a incluir en las conferencias de cambio climático.

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