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Las cuatro debilidades que anticipan dificultades

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Horacio Bafico y Gustavo Michelin. Foto: El País
Nota a Gustavo Michelin y Horacio Bafico, economistas uruguayos docentes de la Univ. Ort, Mvdeo., ND 20160419, foto Ariel Colmegna
Archivo El Pais

TEMA DE ANÁLISIS

La coyuntura de Uruguay está en un momento muy especial. Cuando se mira la situación de la economía, no aparecen dificultades extremas del tipo recesión profunda, desempleo agobiante, quiebra masiva de empresas, déficit fiscal sin financiamiento o tasas de interés muy altas. Hay dificultades en varios frentes, pero en forma muy moderada. El gran problema que enfrentamos hoy es que, por detrás de esta situación moderadamente mala, se van construyendo debilidades que hacen que las dificultades que podamos tener en el futuro se puedan convertir en crisis severas.

En este proceso de construcción gradual y sostenida de debilidades se pueden destacar cuatro situaciones. El nivel de actividad está estancado y no se logra agarrar velocidad de crecimiento aceptable. En el mercado de empleo no se crean puestos de trabajo suficientes lo que, además del aspecto productivo, involucra situaciones que terminan en traumas sociales.

Con poca actividad y masa salarial en caída, la recaudación del gobierno ya no crece y eso complica la gestión financiera del sector público. El cuarto punto es que el déficit creciente está poniendo gradualmente presión sobre la deuda pública.

Actividad estancada.

Los distintos indicadores que se van divulgando sobre la marcha de la economía confirman una situación de estancamiento con dificultades para crecer, lo que va debilitando sus fortalezas y restando capacidad de maniobra, frente a un mundo en el que la incertidumbre es cada vez mayor.

Las fuerzas de demanda que explicaron el fuerte crecimiento de la década anterior se han ido agotando y van quedando en evidencia las dificultades propias, fruto de desequilibrios acumulados, que le restan capacidad para enfrentar shocks externos negativos que si bien no los esperamos, no los podemos descartar a la luz de la debilidad que muestran las economías vecinas.

La economía uruguaya registra tres trimestres consecutivos sin crecimiento. En una perspectiva de más largo plazo, desde el año 2014 el crecimiento prácticamente se concentró en el sector comunicaciones con escaso o nulo aumento en las restantes ramas. Incluso, por problemas metodológicos, es claro que en la última década hay una sobre-estimación de la variación del PIB, porque la ponderación utilizada para el sector de comunicaciones es excesiva.

Corrobora la pérdida gradual de dinamismo en el nivel de actividad, la evolución que se observa en la inversión privada. La formación bruta de capital fijo a nivel del sector privado cayó por quinto año consecutivo en el 2018, situándose en niveles inferiores con relación al PIB a los registrados en 2005.

La menor inversión refleja una menor confianza, que se explica por un contexto global más incierto y por un clima para los negocios ya no tan favorable. En particular, la evolución de los precios relativos a lo largo de los últimos años fue desfavorable, fundamentalmente para el sector transable. La suba de los costos internos medidos en dólares no pudo ser absorbida ante la caída que experimentaron los precios internacionales, precisamente a partir de 2014, con un deterioro paulatino de los márgenes de rentabilidad que fueron desalentando a la inversión.

El deterioro del tipo de cambio real afectó la competitividad del sector exportador, que en términos reales, salvo por la excepcional temporada turística de 2017, no aumenta los volúmenes comercializados con el resto del mundo desde 2014.

Para una economía pequeña como la uruguaya, tomadora de precios, la principal restricción para aumentar sus exportaciones proviene por el lado de la oferta, y ésta crece en la medida que el empresario perciba un horizonte favorable que lo induzca a invertir. Los problemas de competitividad y la dificultad de acceso a los mercados internacionales extra regionales son obstáculos que, en la medida que no se reviertan, resultan insalvables y están condenando a la economía a transitar por un sendero sin dinamismo, por debajo de su potencial.

Cae empleo y sube costo salarial.

Con escasa inversión y dificultades por el lado de la exportación, el restante factor de demanda que pueda impulsar al nivel de actividad es el consumo. Pero este también está deprimido, ya que va de la mano con el mercado laboral. Lamentablemente, la economía está generando menos empleo y en los últimos cuatro años se perdieron aproximadamente 47 mil puestos de trabajo.

Pero no sólo hay menos puestos efectivos, sino que también se trabajan menos horas. En el último año, el efecto conjunto de menos puestos de trabajo y menos horas determinó que la cantidad total de trabajo utilizada cayese 1%. La leve suba promedio del salario real no alcanzó para revertir la caída, resultando en consecuencia que la masa salarial total, es decir el total de salarios que se pagan en la economía, cayese 0,8% en términos reales en el último año respecto al promedio observado en 2017.

Empleo: menor nivel en década; se pierden 25.000 en 3 meses. Foto: El País.
Foto: El País.

Si bien es cierto que el salario real que mide el INE no refleja el verdadero nivel, ya que se demoraron las negociaciones en el marco de los Consejos de Salarios, lo cierto es que, aunque moderada, su suba afecta negativamente el empleo, generando un problema distributivo, de confianza y de estabilidad social mayor. Esto retroalimenta la baja en actividad, porque empeora el clima para los negocios y baja la confianza de los consumidores.

Déficit fiscal.

Todo lo señalado afecta los ingresos del sector público. El menor consumo termina generando menos impuesto al valor agregado, y en los últimos doce meses se observa una caída del 1% en la recaudación real de este impuesto.

El empeoramiento de las condiciones en el mercado de empleo limita el nivel de la masa salarial y con ello, la recaudación del IRPF basado en los sueldos y de las contribuciones a la seguridad social.

La presión tributaria es alta y viene creciendo en la última década. Hace diez años, los ingresos del gobierno central y el BPS representaban el 26% del PIB, hace cinco años ya habían subido al 28% del PIB y en la actualidad llegan al 31% del PIB.

El problema fiscal tiende a agravarse cuando se estanca la recaudación, porque hay una serie de gastos que tienden a crecer con el tiempo, como consecuencia de políticas adoptadas en el pasado. Uno de los casos es el gasto en transferencias para el seguro de salud, que aumentó cada vez que se incorporaron más beneficiarios al Sistema. Otro caso son las pasividades que, luego de la reforma del año 2008, modificaron significativamente la tendencia que venían observando.

En diez años hay un aumento de 99.000 jubilaciones y una baja pequeña (-13.500) en pensiones. Por lo tanto, la flexibilización para jubilarse provocó mayor número de prestaciones, pero al mismo tiempo son aquellas de mayor valor unitario. Como consecuencia, el gasto en seguridad social aumenta año tras año por cantidad y por valor promedio.

El nivel del déficit fiscal actual es del 4,5% del PIB. Es un déficit superior al aconsejable, que el gobierno había ubicado cuando presentó el presupuesto quinquenal en el orden del 2,5% del PIB. Por lo tanto, tenemos una situación en la que la deuda pública crece año a año. Esto va generando mayor carga de intereses y con ello, mayor presión sobre el déficit fiscal.

Deuda pública.

Ninguna de estas dinámicas del gasto es explosiva, pero año a año hay que buscar financiamiento que supera en más de US$ 1.000 millones el nivel que sería confortable.

La deuda total del sector público se ubica en 64,2% del PIB al cierre del 2018. Es un nivel alto, aunque todavía manejable. Si se limita la deuda al sector público no financiero y se deducen los activos financieros acumulados, se llega al concepto de deuda neta relevante para analizar la dinámica fiscal a futuro. Al cierre del año 2018, esta deuda neta era del 47,2% del PIB cuando cinco años atrás el nivel era del 36,8%. En solo cinco años creció más de diez puntos porcentuales.

En su estructura es una deuda muy manejable pues hay muy pocos vencimientos en el corto plazo y las concentraciones de las obligaciones en los años futuros es muy baja. Tampoco hay grandes riesgos de subas en la tasa de interés, pues buena parte de la deuda está emitida con tasas fijas que no deben ser reajustadas. En el riesgo moneda, poco más de la mitad es en moneda extranjera, principalmente el dólar, por lo que la devaluación afectará solo a una parte del total.

La dinámica perversa proviene exclusivamente del frente fiscal y del déficit fuera de control. Hay que considerar que estamos en un ritmo de acumulación de deuda pública que nos puede ubicar en situaciones comprometidas en pocos años.

Cuando se observa el pasado, hay que considerar que en 1999 la deuda neta era 26% y previo a la crisis del 2002 llegaba a 36,9%. La debilidad se construyó en poco tiempo y al final no hubo capacidad de respuesta a una crisis de gran magnitud como la que recibiéramos desde Argentina en el 2001.

Estas cuatro debilidades se seguirán acumulando en los próximos años si no se toman medidas al respecto. El contexto externo también indica que es necesario tomar medidas de austeridad. El mundo cada vez crece más lento, China ya no es el motor de años atrás y Europa todavía acusa los golpes de una crisis profunda. A esto hay que agregar otros problemas, como la guerra comercial entre Estados Unidos y China, que solo hacen más compleja la situación.

La región tampoco es muy auspiciosa, con Argentina al borde de una gran crisis y Brasil en medio de una gran incertidumbre institucional.

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