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Cuatro años perdidos en nombre del gradualismo

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Nicolás Dujovne. Foto: AFP

Se esta armando otra bicicleta: en vez de Lebac versus dólar, ahora es Leliq versus dólar.

El valor de una moneda es respaldado por la confianza que generan las instituciones jurídicas, políticas y económicas. En Argentina, ¿qué confianza pueden generar las instituciones jurídicas, políticas y económicas luego de su historia de destrucción monetaria?

Acompañando el acuerdo con el FMI, el gobierno argentino anunció una nueva política monetaria que consiste en emisión cero. Es decir, la base monetaria no aumentará hasta junio del 2019, de acuerdo a lo anunciado por el nuevo presidente del Banco Central.

Para referirnos a la base monetaria, recordemos que se compone de la suma del total de billetes y monedas en circulación más los encajes bancarios (dinero que deben inmovilizar los bancos en el Banco Central como porcentaje de sus depósitos).

En rigor, para poder hacer política monetaria, primero hay que tener moneda y la realidad es que Argentina no tiene moneda. Los pesos que produce el BCRA son una mercadería que la gente no quiere. Su demanda baja constantemente porque se deprecia en forma continua.

Para explicar un poco más claramente el problema que tiene el gobierno, voy a dar un ejemplo, pero antes quiero recordar que la moneda es una mercadería como cualquier otra, con la diferencia que es utilizada como medio de intercambio y reserva de valor.

Desde que Nixon abandonó el patrón oro en 1971, todo el sistema monetario internacional está basado en la confianza que la gente pueda tener en los papeles que emiten los bancos centrales y que se los denomina moneda. Detrás de un euro, un dólar o un yen, no hay oro u otra mercadería respaldándolos, mercadería que tiene un costo de producción y que es demandada por la gente.

El respaldo que tiene cada dólar, euro, yen o peso en circulación es solo la confianza que la gente puede tener en las instituciones jurídicas, políticas y económicas del país que emite esa moneda. Si la moneda fuera el oro, como lo fue hasta 1971 en EE.UU., los dólares eran simples recibos de ese oro. Lo mismo cuando existía la caja de conversión en Argentina. Los pesos eran simples vales respaldados por el oro. Ahora bien, producir oro tiene un costo. Hay que encontrar un veta que sea explotable, normalmente esas vetas no están en lugares tan fáciles de acceder con lo cual se requieren grandes inversiones en infraestructura para extraerlo, transportarlo, etc.

El oro, que era una mercadería con diferentes usos, también fue moneda porque era fraccionable y constituía reserva de valor pero tenía un alto costo de producción y limitada la cantidad que podía ofrecerse en el mercado. En cambio, producir un billete llamado moneda tiene el costo de una imprenta, pero agregarle un cero a un billete para que en vez de 50 euros sea de 500 euros casi no tiene costo adicional. Solo un poco más de tinta. Y la producción de papel moneda depende de la cantidad de imprentas disponibles. Producir papel moneda es más fácil que producir oro.

De manera que producir moneda hoy se limita a ser una imprenta, con lo cual todo el valor de esas monedas va a estar respaldado, como decía antes, por la confianza que generen las instituciones jurídicas, políticas y económicas de ese país. La pregunta es: ¿qué confianza pueden generar hoy las instituciones jurídicas, políticas y económicas de Argentina para emitir un papel que sea aceptado como moneda luego de la historia de destrucción monetaria que tenemos? ¿Qué confianza puede generar para emitir moneda una dirigencia política que, en su gran mayoría, es gastadora compulsiva?

Si a esto le agregamos que Argentina tiene una tradición de confiscar activos (plan Bonex, pesificación asimétrica, confiscación de los ahorros en las AFJP… y sigue el listado) y de defaulteador serial, la desconfianza se extiende de la moneda al sistema financiero. La gente es recelosa de depositar sus ahorros en el sistema financiero argentino por miedo a ser confiscada por el Estado como ocurrió en otras oportunidades. Por eso los argentinos tenemos la particularidad de depositar nuestros ahorros en países desarrollados, donde se respetan los derechos de propiedad, con lo cual, siendo un país subdesarrollado, terminamos financiando el consumo y la inversión de los países desarrollados. Este es el resultado del populismo que vive de las confiscaciones para financiarse y mantenerse en el poder.

En este contexto, el acuerdo con el FMI solo logra despejar el fantasma del default pero no resuelve los problemas estructurales de la economía argentina. Si bien es cierto que en el primer día de aplicación de la banda cambiaria el tipo de cambio bajó, también es cierto que, buscando frenar el dólar y la inflación, el Banco Central absorbe pesos vía las Leliq (Letras de Liquidez) que pagan tasas de interés superiores al 70% anual.

Es fácil imaginar que con estas tasas, la recesión va a ser muy profunda en los próximos meses y que la única opción que puede ofrecer actividad es la exportadora, o sea granos, carnes, y el cambio en el flujo de turismo. Por ahora hay que olvidarse de las inversiones, y el consumo va a caer porque los salarios aumentarán por debajo de la tasa de inflación.

Agreguemos que el déficit primario cero (déficit fiscal sin contar los intereses de la deuda pública) se basa en incremento de impuestos, lo cual genera mayor ajuste sobre el sector privado.

Una vez más se cree que las medidas monetarias y financieras son sustitutas de las reformas estructurales. Se ve el problema del déficit fiscal pero no se ve el problema del nivel y calidad del gasto público.

¿Qué es lo máximo que puede lograr el gobierno con este apoyo del FMI? Llegar a las elecciones de 2019 sin que se dispare el dólar, con una inflación más baja y un nivel de actividad que, en el mejor de los casos, deje de caer.
Pero ojo que se está armando otra bicicleta, en vez de Lebac versus dólar, ahora es Leliq versus dólar.

Cuatro años perdidos, en esta oportunidad, en nombre del gradualismo.

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