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Ciudades para todos

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Times Square. Foto: Wikimedia
De Marco, Juan Pablo

¿Recuerdan cuando Ted Cruz trató de abatir a Donald Trump acusándolo de tener valores neoyorquinos? Claro que no funcionó, principalmente, porque abordó el tipo equivocado de odio.

Cruz estaba tratando de asociar a su rival con el liberalismo social; pero, entre los votantes republicanos, el desagrado por el matrimonio gay, por decir algo, va un distante segundo lugar respecto de la enemistad racial, a la que está atendiendo bastante bien, muchas gracias.

Sin embargo, había otra razón por la que asociaba a Trump con Nueva York resultaba ineficaz: las diatribas anticuadas, antiurbanas, no encajan con las realidades del urbanismo moderno estadounidense. Hubo un tiempo en el que se podía describir a las grandes ciudades como arenas del colapso social distópico, del crimen rampante y de la drogadicción. Hoy, no obstante, estamos experimentando un renacimiento urbano. Se puede decir que Nueva York, en particular, nunca había sido un sitio en el que más se hubiera deseado vivir; si es que se puede pagar.

Desafortunadamente, son cada vez menos personas las que pueden hacerlo. Esa es la mala noticia. La buena es que el gobierno neoyorquino está tratando de hacer algo al respecto.

Entonces, sobre la asequibilidad: en el primer trimestre de este año, el departamento promedio que se vendió en Manhattan costó más de dos millones de dólares. La cantidad bajará un poco. De hecho, el frenesí de adquisiciones ya se enfrió. No obstante, tales cantidades son un indicador de un mercado inmobiliario que se ha movido para quedar fuera del alcance de la familia trabajadora común. Cierto, los precios cayeron durante el reventón inmobiliario nacional entre el 2006 y el 2009, pero, después, empezaron a volver a subir, superando con mucho las ganancias obtenidas en el ingreso familiar. Historias similares han evolucionado en muchas de nuestras grandes ciudades.

El resultado, como era de esperarse, es que el renacimiento urbano es una historia que está demasiado basada en las clases. Los estadounidenses de ingresos altos se están mudando a zonas de alta densidad, donde se pueden beneficiar con los servicios y comodidades citadinos; las familias de bajos ingresos se están saliendo de esas áreas, presumiblemente, porque no pueden pagar las propiedades.

Es posible que se sientan tentados a decir: ¿qué hay de nuevo? La vida urbana se ha vuelto deseable otra vez, es limitada la oferta de vivienda urbana, así es que ¿acaso no se esperaría que los acaudalados presenten mejores ofertas que el resto y se muden? ¿Por qué los departamentos urbanos no son como los terrenos en la playa, que también tienden a estar ocupados por los ricos?

Sin embargo, vivir en la ciudad no es como vivir en la playa, porque la escasez de vivienda urbana es principalmente artificial. Nuestras grandes ciudades, incluso Nueva York, podrían, tranquilamente, acomodar a bastantes familias más de las que hay ahora. La razón por la que no es así es que ...las normativas y regulaciones bloquean la construcción. Los límites a la altura en las construcciones, en particular, evitan que hagamos un mayor uso del sistema más eficiente de transporte público que se haya inventado, el elevador.

Bien, no estoy haciendo un llamado a ponerle fin a la zonificación urbana. Las ciudades están llenas de excedentes, positivos y negativos. Mi edificio alto puede quitarle a usted luz del sol; por otra parte, puede ayudar a apoyar la densidad necesaria para sostener a las tiendas locales o, para el caso, a toda la base económica de una ciudad. No hay razón para creer que se conseguiría un buen equilibrio con la construcción sin regular.

Sin embargo, las políticas de construcción en nuestras grandes ciudades, en especial en las costas, son, casi seguramente, demasiado restrictivas. Y esas restricciones conllevan importantes costos económicos. En el ámbito nacional, los trabajadores, en promedio, se están moviendo, no a regiones que ofrecen salarios más altos, sino a zonas de sueldos bajos que también tienen vivienda barata. Eso hace que Estados Unidos en su conjunto sea más pobre de lo que sería si los trabajadores se mudaran libremente a locaciones más productivas; y algunas de las estimaciones de los ingresos perdidos son muy altas, hasta de 10%.

Más aún, dentro de las zonas metropolitanas, las restricciones a la nueva vivienda alejan a los trabajadores del centro y los obligan a pasar más tiempo en los traslados y generar más congestionamientos de tránsito.

Así es que es contundente el argumento para que se permita mayor construcción en nuestras grandes ciudades. La pregunta es: ¿cómo se puede persuadir políticamente sobre una mayor densidad? La respuesta, de seguro, es juntar la reducción de restricciones a la construcción con otras medidas. Que es la razón por la cual lo que está pasando en Nueva York es tan interesante.

En resumen, el alcalde Bill de Blasio impulsó un programa por el cual se reducirían selectivamente las normas sobre la densidad, la altura y el estacionamiento, siempre que los constructores incluyan vivienda asequible y para personas mayores. La idea es, en efecto, acomodar la creciente demanda de un estilo de vida urbano por parte de familias acaudaladas, pero aprovecharla en nombre de hacer que la ciudad también sea asequible para las familias de bajos ingresos.

No a todos les gusta este plan. En efecto, hubo protestas ruidosas en la reunión del consejo municipal en la que se aprobó la medida. Y pasarán años antes de que sepamos qué tan bien ha funcionado. Sin embargo, es un intento inteligente por abordar el problema, en una forma que podría mitigar ligeramente la desigualdad, entre otros cosas.

Y yo puedo decir cuán revigorizante es, en este año espantoso, ver a un político tratando de ofrecer soluciones reales a problemas reales. Si esto es un ejemplo de los valores neoyorquinos en acción, necesitamos más como este.

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Times Square. Foto: Wikimedia

PAUL KRUGMAN

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