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Dos más dos es cinco

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En mi último artículo para Economía & Mercado, "Quedan muy pocos ilustrados" (25/05/2015), intenté resaltar que en Uruguay no sólo los resultados promedio son desalentadores sino que también aquellos estudiantes que logran niveles sobresalientes en pruebas de enseñanza son apenas unos pocos. Tenemos poca escala productiva a nivel industrial y también educativo.

Pero como también mencioné en esa columna, este es un problema de menor calibre frente a la angustiante e inmensa cifra que representa que 29 por ciento de los estudiantes no llegan siquiera al nivel más mínimo de las pruebas PISA (Programme for International Student Assessment).

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Contundente.

De cada tres estudiantes, uno no es capaz de hacer las tareas de matemática más elementales.

Ni las más básicas. Es decir, de pique un tercio fuera. Los estudiantes, según los puntajes obtenidos, se distribuyen en seis niveles, pero como la mala educación sí es homogéneamente mala, otro 26.5 por ciento de los jóvenes quedan rezagados en el Nivel 1 y otro 23 por ciento en el Nivel 2.

Los estudiantes en el primer nivel "son capaces de contestar preguntas que impliquen contextos familiares donde toda la información relevante esté presente y las preguntas estén claramente definidas", mientras que en el nivel 2 "pueden interpretar y reconocer situaciones en contextos que requieren únicamente de inferencias directas. Pueden extraer información relevante de una sola fuente y hacer uso de un solo tipo de representación" (*).

Queda claro así que sólo dos de cada diez estudiantes pueden hacer algo medianamente desafiante, porque los restantes ocho pueden interpretar sólo lo más básico (y algunos ni siquiera eso). Ocho de cada diez. ¡Tan sólo ocho!

Decir "409 puntos de promedio en matemática en 2012" no me dice nada, pero entender que ese número está dentro del nivel 1 —nivel que va desde los 358 a los 420 puntos— me parece no sólo más claro sino también más doloroso. Si señores, el estudiante uruguayo promedio se ubica en el nivel más bajo de las lista. Y dos más dos es cinco.

Todos mal.

Es de público conocimiento que este tema es generalizado en América Latina, y aquí una de esas gráficas que nos confunden y nos conformamos en ser lo mejor de la B. En Colombia un 42 por ciento de los estudiantes no llegan a ubicarse en el nivel 1 de las PISA, y el 92 por ciento de los estudiantes se acumulan en el nivel 2, 1 o menos.

En Uruguay en cambio en esas tres subdivisiones acumulamos "solamente" el 79 por ciento (los ocho de cada diez que menciono arriba). En Argentina esto es un 89 por ciento y en Brasil un 88 por ciento. Pero en Uruguay no hay guerrilla organizada y el narcotráfico no llega a los niveles colombianos, ni tenemos 200 millones de habitantes como en Brasil, ni la constante tensión política y macroeconómica argentina.

Somos un país chico, estable y en pri mero en el ranking de mejor distribución de ingresos, pero aún así, en educación no nos destacamos. Y cualquiera que afirme que estar primero entre los peores es bueno, personalmente sólo podré acordar en estar en desacuerdo.

Viviendo y estudiando en el exterior, puedo reconocer una cantidad de bondades de Uruguay en general y nuestra educación en particular. De la última, muchas personas admiran sus tres grandes pilares: laica, obligatoria y —fundamentalmente— gratuita. Algunos incluso se cautivan de cómo nuestra Constitución garantiza la libertad de enseñanza (Sección II, artículo 68) y defiende la "libertad de cátedra" (el hecho de que el contenido de la enseñanza no puede ser objeto a censura).

Pero todos se asombran al ver un cuadro comparativo como el gráfico que acompaña esta nota. Somos modelo hasta que escuchan nuestros resultados y rápidamente perciben que algo estamos haciendo mal y que en promedio quedamos al final de la tabla, junto a todos los demás países latinoamericanos.

¿Qué nos pasa?

Tuve la oportunidad de entrevistar a un experto en educación de la Universidad de Harvard, que me dijo que los tres grandes problemas de los sistemas educativos son que: (1) No tienen en claro sus metas, (2) No miden el progreso y (3) No experimentan.

Según el Ministerio de Educación y Cultura, la Dirección de Educación "tiene como lineamiento estratégico facilitar la coordinación de las políticas educativas nacionales con el propósito de que todos los habitantes logren aprendizajes de calidad, a lo largo de la vida y en todo el territorio nacional y articular éstas con las políticas de desarrollo humano, cultural, social, tecnológico, técnico, científico y económico, en el marco de la cooperación internacional y la integración latinoamericana."

Luego de leer esto creo que en líneas generales el primer punto está, pero el diablo está en los detalles y lo que nos falta todavía es, a nivel político y general, hacer una reflexión sobre qué es "aprendizaje de calidad" para Uruguay.

¿Cómo imaginamos al estudiante que se graduará del liceo en 2030? ¿Estamos realmente creando jóvenes con espíritu crítico? De lo que se enseña en los programas hoy en nuestro país, ¿cuánto les sirve para su trabajo? Los maestros y profesores, figuras fundamentales de la identidad de nuestros ciudadanos, ¿cómo remunerarlos por su mérito? ¿Cómo hacer para que justos no paguen por pecadores (mientras de a poquito se va desprestigiando la enseñanza toda)?

Deterioro.

Resultados entre medio no medimos, o no los hacemos públicos, porque no queremos dejar constancia del deterioro, y por eso en lugar de enfocarnos en los 8 de cada diez que estamos dejando atrás, nos pasamos discutiendo si los resultados PISA son válidos o no.

Y en esto no señalo al gobierno de turno ni a los anteriores, señalo a todos. Este cambio tiene que ser sistémico, porque los gobiernos cambian, pero el Uruguay sobrevive.

Lo de innovación ya sería un lujo. (*) FUENTE: MANUALES PISA ONLINE.

Lucila Arboleya - desde Harvard

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