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La casa de papel y nuestros tiempos

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La casa de papel 3. Foto: Netflix

OPINIÓN

El país no se reinventa cada cinco años y la tarea del desarrollo nacional trasciende ciclos partidarios.

La Casa de Papel es una de las series más exitosas de los últimos tiempos. Producida originalmente para su emisión en Antena 3 de España fue posteriormente editada y reempaquetada por Netflix para un formato de cuarenta minutos más adecuado a los estándares internacionales que el original de setenta minutos.

A la espera de la cuarta temporada, no son pocos los fanáticos que ansían su llegada. Pero como esta no es una columna cinematográfica ni de televisión y series, veamos el trasfondo económico detrás del planteo sin antes disculparme por el spoiler si algún lector aún no la vio.

Las dos primeras temporadas nos cuentan de un grupo de ladrones que conocemos por sus sobrenombres de ciudades y que liderados por un genio obsesivo irrumpen en la Casa de Moneda y Timbre de España. Utilizando una gama de estrategias de distracción por demás atrayentes, los liderados por el “profesor” buscan ganar tiempo sin que las fuerzas policiales y de seguridad irrumpan a arrestarlos ... o algo peor. Y mientras tanto, se dedican a imprimir billetes para ellos mismos.

Si bien no es novedoso de por sí, es interesante como la serie nos va llevando a cuestionar quienes son los buenos y los malos. En una famosa escena de la temporada dos, al ser descubierto por la inspectora de la que se enamora, el profesor pronuncia un fuerte alegato. -Arguye que lo que ellos hacen no es peor que lo actuado por el Banco Central Europeo quien, especialmente luego de la crisis del 2008, ha inyectado grandes cantidades de dinero a través del sistema financiero. Según el profesor, el dinero que están imprimiendo irá a personas reales con problemas reales (ellos) y que para colmo, ¡ya nos están cayendo simpáticos!

De fondo está la pregunta de a quién hace mal que se imprima un poco más de billetes. Aparentemente no se le está quitando nada a nadie. Es solo papel. Llevando el argumento a un extremo aún mayor, ¿por qué los Estados persiguen a los falsificadores de moneda? Estos imprimen dinero sin siquiera gastar papel y tinta pública como hace el profesor.

La respuesta es obvia, si cada cual imprime sus propios billetes, la cantidad de los mismos aumentaría de tal manera que haría que su valor se redujera. Si los billetes valen menos, entonces hay que entregar más de ellos para comprar los distintos productos. Esto es inflación. El dinero vale menos y entonces los precios son mayores. Lo mismo da si los imprime el profesor, la autoridad monetaria o un falsificador. Si entran en circulación sus efectos son los mismos.

Con algunas notables y trágicas excepciones, esta lección monetaria es algo que los gobiernos del mundo han aprendido. El profesor mete el dedo en la llaga al cuestionar la moralidad que un banco central pueda imprimir dinero para el uso que considere adecuado a su libre albedrío. Por otro lado, está equivocado al decir que no hace ningún daño. Provocar la pérdida de valor del dinero es lo mismo que apropiarse de una parte de los ahorros de las personas.

La inflación es el impuesto que los gobiernos llevan adelante sin aprobación parlamentaria. Y es un impuesto tremendamente regresivo. Las personas más ricas no tienen la mayor parte de su peculio en moneda local. Son los hogares de menores ingresos quienes suelen ser financieramente menos sofisticados y contar con escasas herramientas de protección ante la erosión de la moneda.

Terminando esta nota con la realidad local no queda otra que reconocer que estamos tristemente acostumbrados a que el Banco Central del Uruguay no logre el objetivo de mantener la inflación dentro del rango meta por sí mismo preanunciado. Dentro de los múltiples desafíos del próximo gobierno, uno importante será resolver esta falencia. Desde el punto de vista de política económica, el dilema es que la contracara del aparente robo sin damnificados de la Casa de Papel es la poca popularidad inmediata esperada por la reducción de unos puntos inflacionarios.

Pero el profesor no tiene razón y mientras esperamos la cuarta temporada en abril, más esperamos la asunción de las nuevas autoridades el primero de marzo.

A quienes cesan en sus funciones ejecutivas el agradecimiento por las horas de servicio público y, en el error y en el acierto, por la tarea cumplida. A quienes asumen nuevas responsabilidades el mejor de los deseos y la disposición de siempre para colaborar. Así hoy como en el pasado, en su éxito está el éxito de todos. El país no se reinventa cada cinco años y la tarea del desarrollo nacional trasciende ciclos partidarios.

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Néstor Gandelman

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