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Dos caras de la política comercial

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Obama, Abe y diez más. Foto. Archivo El País

Opacado por los fulgores de los titulares sobre los acontecimientos en Grecia y sus eventuales consecuencias sobre los destinos de la propia Unión Europea, figura otro hecho relevante en la arena internacional de significado distinto: la inminente conclusión de las negociaciones del Acuerdo Trans Pacifico después de siete años de negociaciones, que agrupa a 12 países —entre ellos nada menos que a Estados Unidos y Japón—.

Sin duda se trata del acontecimiento en materia de comercio internacional más importante de la década por sus consecuencias futuras. Para empezar, sus integrantes explican el 40 por ciento del PIB mundial, su cobertura geográfica se extiende a lo largo y ancho del anillo del Pacífico, incluyendo países de América Latina.

El abanico de productos que serán transados con preferencias arancelarias incluye bienes agropecuarios como la carne, lácteos y cereales, terminando con la industria química, automovilística y electrónica. A ello se agregan, como hecho nuevo, el cumplimiento de estándares comunes en legislación laboral y medio ambientalistas.

Complementariamente, se delinean reglas para la operativa de las empresas estatales y normas para la industria digital. En pocas palabras el desmantelamiento arancelario es sustituido por un conjunto de reglas que en los hechos se convertirán en trabas para aquellos que no cumplan la normativa y quieran participar en esos mercados. Se abre entonces una etapa de implicancias profundas a escala mundial y en particular para los países emergentes. En definitiva, lo que parecían rumores o chicanas políticas va tomando cuerpo a ritmo acelerado, lo cual por definición obligará también a China a plegarse hacia la nueva generación de reglas comerciales si pretende participar activamente como exportadora hacia los mercados más dinámicos. A su vez —obligada por las circunstancias— la Unión Europea acelerará el paso para concretar el acuerdo, cediendo buena parte de su visión euro centrista de comando de las reglas comerciales mundiales, para allanarse al nuevo contexto comercial que se avecina.

El Trans Pacífico.

La concreción del acuerdo se apuntala por dos vertientes. Primero, el interés de muchos países de acceder a dos mercados del tamaño y potencial de Japón y Estados Unidos. Por otro lado, la situación particular de Estados Unidos y la actitud del presidente Obama en favor de estos acuerdos. Al momento, es la única economía desarrollada que muestra signos indelebles de crecimiento, superando en algunos casos indicadores previos al 2008, como es el caso de la tasa de desempleo. Su sistema financiero ha sido saneado y las cuentas fiscales retornan rápidamente a niveles saludables. Esa realidad, expresada recientemente de manera exultante ante el Congreso en su Mensaje a la Nación, le otorga el margen de maniobra para impulsar un ítem importante de su programa destinado a "la clase media", en este caso con el apoyo del Partido Republicano, que tiene mayoría en ambas cámaras. En realidad, la oposición a este tipo de acuerdos tradicionalmente provino del Partido Demócrata ante el temor de la perdida de trabajos ocasionada eventualmente por la apertura comercial.

Zanjadas diferencias internas en el partido de gobierno respecto a la protección del trabajo y medio ambiente y con el apoyo explícito ya anunciado del partido opositor, el presidente Obama recibirá el mandato del Congreso en los próximos meses, para culminar las negociaciones comerciales en curso (Fast Track). Lo dicho queda resumido en las palabras del negociador norteamericano Mike Froman: "esta es la agenda comercial más progresista en la historia norteamericana. Veinte años atrás, normas de protección laboral y de medio ambiente eran ideas… ahora son la sustancia y componentes exigibles de nuestros acuerdos comerciales". A todo esto, se agregaría el hecho geocomercial de responderle estratégicamente al ascenso de China y la posibilidad de que fije reglas comerciales primero en su periferia, para mutarse luego en normas de alcance global.

Otorgado el Fast Track al Presidente Obama —tal como se ha anunciado— existe una alta posibilidad de que el acuerdo quede finiquitado antes de fin de año, para inmediatamente continuar negociaciones con la Unión Europea, con la intención de sustanciar el acuerdo respectivo lo antes posible.

La otra cara.

Sin ninguna duda, la región, y por ende nosotros, nos hemos quedado mirando estos acontecimientos desde la tribuna, por decisión propia. Estas negociaciones a punto de culminar llevaron siete años y navegaron incólumes una crisis financiera de envergadura gracias a que todos los participantes tenían claro el derrotero. Se trata de una docena de países con culturas diferentes y posiciones políticas diversas, pero intereses comerciales comunes. Aquí primó la búsqueda del bienestar de sus sociedades antes que aglutinarse bajo el manto de afinidades ideológicas o como quiera llamárseles.

Hoy nos encontramos ante un vacío donde en nuestros socios regionales reina el desconcierto hacia dónde quieren ir, salvo las intenciones anunciadas pero no concretizadas de conversar con la Unión Europea sobre un eventual acuerdo. De esa situación nos contagiamos por la complacencia que otorgan mercados receptivos y precios altos. Y además de una visión matizada con el fatalismo de que en solitario no se puede, en un mundo integrado de pares con quienes subyacen visiones afines. En otras palabras "todos o ninguno", siguiendo una agenda predeterminada sin anunciar.

Solo basta mirar nuestro pasado reciente en materia comercial para entender que nos creímos que subidos a tres o cuatro rubros "bandera", concentradas sus ventas en dos o tres destinos, nos forjamos la ilusión de una penetración plena y duradera en los mercados internacionales. Quizás la historia califique estos años pasados como los años perdidos en materia de política comercial, vistos los cambios que se avecinan.

Mirando hacia delante, hay que obrar con premura y sin preconceptos, para intentar recuperar el tiempo perdido. La primera regla es lograr de nuestros socios comerciales, en particular el Mercosur, todos los márgenes de flexibilidad posibles para aprovechar los huecos disponibles. Una cosa es agregar un país del tamaño de Uruguay, otra es hacerlo para una economía como Brasil que se encuentra por tamaño entre la primera decena del mundo.

A su vez, aceptar que los acuerdos con cualquier parcela del mundo serán una ampliación de lo ya negociado con otros grupos de países más relevantes, incluidas las normas laborales y estándares de medio ambiente. Pensar lo contrario es ilusorio. Y por último, darles a los integrantes del Mercosur la opción de negociar separadamente acuerdos con bloques comerciales o países individuales.

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Obama, Abe y diez más. Foto. Archivo El País

CARLOS STENERI

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