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El capitalismo que Davos propone

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Donald Trump habla ante el Foro Económico Mundial de Davos. Foto: AFP

OPINIÓN

Los riesgos son evidentes y compelen a scudirse la modorra para pensar seriamente nuestro posicionamiento en la agenda de desarrollo global.

La tradicional siesta de Enero se interrumpe anualmente con las sesudas reflexiones que los poderosos realizan en Davos y no nos conviene ignorar. Sabemos que muchas son decisiones ya adoptadas y todas, fermento de los debates que se mantendrán durante los meses siguientes. Quiénes se jactan de ser influencers en sus respectivos quieren ser parte de este Foro en “donde los multimillonarios les dicen a los millonarios lo que siente la clase media”, según se lo describió a un directivo de JP Morgan.

El ágora que en 2016 nos hizo tomar conciencia de como la 4a. Revolución Industrial irá afectando el mercado de trabajo, este año se animó a plantear que el actual sistema económico mundial lejos está de ser sostenible para las generaciones futuras y se preguntó: ¿Qué tipo de capitalismo queremos? Sin duda, oportuno análisis en un mundo asediado por: la deuda más grande de los últimos 50 años, población que envejece y demanda más protección, revueltas sociales, ricos que cada vez lo son más, gente que se perpetúa en la pobreza, jóvenes que no terminan de encontrar empleo, flujos migratorios incontrolables, incendios que no se apagan e instituciones que pierden credibilidad. Tanto el capitalismo que delegó en el Estado la rectoría de la economía como el que se concentró en beneficiar accionistas han generado situaciones que nadie quiere repetir; demuestran agotamiento y lejos están de poder revertir -cuando no profundizar- los problemas que ponen en juego nuestra supervivencia.

En reacción a todo esto el Foro Económico Mundial decidió retomar el concepto de «stakeholder capitalism» o capitalismo de las partes interesadas en español. El planteo parte de entender que la empresa es algo más que una unidad económica generadora de riqueza, es una organización que, en el marco del sistema social al que pertenece, debe atender las aspiraciones colectivas y por ende, su rendimiento no debe medirse solamente en beneficios para los accionistas.

En esta concepción las empresas deben colaborar en la creación de valor compartido y sostenido; de esta forma cumplirían con todos sus stakeholders: accionistas, empleados, clientes, proveedores, comunidades locales y sociedad.

El debate estuvo apoyado con el “Manifiesto de Davos 2020” que orienta a las empresas a:

I. Cumplir con sus clientes cuando les ofrece una propuesta de valor que encaja a la perfección con sus necesidades. Apuntalar la competencia leal y la igualdad de condiciones. Mostrar tolerancia cero ante la corrupción y velar por la confiabilidad del ecosistema digital en el que opera.

II.Tratar a su personal con dignidad y respeto. Considerar la diversidad y aspirar a la mejora continua de las condiciones de trabajo y el bienestar de los empleados. En un mundo sometido a constantes cambios, priorizar la continuidad en el empleo de sus trabajadores y el desarrollo de sus competencias.

III. Tener en cuenta a sus proveedores como verdaderos asociados en la creación de valor y brindar iguales oportunidades a los nuevos participantes en el mercado. Esto incluye el respeto por los derechos humanos en todos los eslabones de la cadena de suministro.

IV. Responder a la sociedad a través de sus actividades y apoyar las comunidades en las que trabaja. Garantizar un uso seguro, ético y eficaz de los datos. Proteger nuestra biosfera y ser adalid de una economía circular, compartida y regenerativa. Con actitud prospectiva ampliar incesantemente los límites del conocimiento, la innovación y la tecnología.

V. Ofrecer a sus accionistas -sin dejar de invertir- una rentabilidad acorde a los riesgos asumidos y a la necesidad de innovar continuamente. Y si fuera el caso, poder justificar debidamente los salarios y premios del personal ejecutivo.

Es probable que dicho Manifiesto debe haber puesto en incómoda situación a más de uno de los presentes y que a todos distrajo las cortinas de humo que se desplegaron para disimular un “empeachmeant” en marcha. Sin embargo, hubo en Davos un intento de patear el tablero. La presidenta del FMI, Kristalina Georgieva abandonó sus tradicionales recetas de austeridad y sugirió aumentar el gasto social; su predecesora Christine Lagarde, hoy máxima autoridad del Banco Central Europeo, admitió estar haciendo una revisión estratégica que incluye cuestiones relacionadas con el clima y la desigualdad.

La iniciativa implica asumir una visión bastante más ambiciosa que la que hasta ahora conocimos como responsabilidad social empresaria pero… su anclaje exige el complemento de hábitos diferentes de consumo en términos ambientales y sociales, otro ejercicio de la ciudadanía y mecanismos de gobernanza más eficientes y transparentes que los que se disponen.

Los riesgos en juego son harto evidentes y compelen a sacudirse la modorra para pensar seriamente nuestro posicionamiento en la agenda de desarrollo global. Al mismo tiempo obligan a asentir: el fracaso de las prescripciones que otrora querían socializar los medios de producción o alinearnos al Consenso de Washington o involucrarnos con el socialismo de tercera generación. Derechos y deberes nos convocan a traducir los espacios de diálogo social en acciones con impacto en empresas, Estado y sociedad. Y es en conjunto que cabe afrontar el diseño y desarrollo de políticas y la producción de calidad. Apartarnos de esa senda nos enfrentará con un conflicto social-ecológico cuya virulencia nos puede sorprender sin herramientas para superarlo.

El 1º de marzo serán varios los espacios de diálogo social que se abrirán en torno a temas críticos, entre otros: seguridad social, relaciones laborales, educación, calificaciones, empleo juvenil ¿no ayudaría desde esas instancias acercarnos a estos desafíos o una vez más, vencerá la brecha que nos separa del primer mundo?

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