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Un camino posible para acercar la educación al mercado laboral

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Felipe Migues - Economista, consultor en temas de educación, formación profesional y mercado de trabajo. Foto; Miguel Flores

ENTREVISTA

En la formació dual, el estudiante volcará en la empresa lo que está aprendiendo. Es decir, si estoy estudiando contabilidad no vale ir a hacer pasantías para ordenar archivos.

La desconexión entre el sistema educativo y el mundo del trabajo se comenzará a atender, entre otras modalidades, a través de la formación dual. El recientemente presentado Plan de Política Educativa Nacional incluye esta dinámica, escasamente desarrollada en Uruguay. Para el economista Felipe Migues, quien por encargo de Unicefelaboró un documento donde analiza el marco legal y relevamiento de experiencias locales sobre formación dual, asegura que el diseño propuesto “es potente” y advierte sobre los desafíos que se presentan: la captación de empresas, la formación de tutores y la certificación final para los estudiantes. Para el autor, que ha participado de estas experiencias en la sociedad civil Ánima, no es válido “copiar y pegar” experiencias foráneas. A continuación, un resumen de la entrevista.

—¿Hay una oportunidad concreta para empezar a trabajar en la formación dual?

—Como herramienta, me resulta muy potente, porque no solo dice para dónde va, que ya es importante, sino que además asigna metas cuantificables y señala quién está a cargo de llevar adelante esas metas o alcanzar esa meta de formación. Pero, además, involucra a Inefop y ANEP, lo que representa una interacción importante entre educación formal y no formal, que son hasta ahora como dos mundos a veces paralelos, cuando es necesario que tengan más puntos de contacto.

—¿Es un camino para atacar el abandono educativo o para que quienes abandonan lo hagan con herramientas para insertarse en el mundo del trabajo?

—La primera pregunta que debemos hacernos es, ¿por qué los jóvenes dejan el sistema educativo? Y es muy importante tratar a los estudiantes como sujetos racionales. Están tomando decisiones de manera racional frente a la información con la que cuentan. Hay diversas encuestas que recogen sus opiniones, y cuando se les pregunta por qué abandonaron, la mayoría dicen “porque no me interesaba lo que estaba aprendiendo” o “me interesaba aprender otras cosas”. También hay muchos que dicen que abandonaron el estudio porque empezaron a trabajar, es decir, pierden el interés y les seduce el mercado de trabajo.

—Pero los jóvenes son los que mayores problemas tienen para insertarse en el mundo laboral…

—Es que quienes no terminen la educación media superior van a tener muchos problemas para asentarse en el mercado de trabajo de manera exitosa, tener trayectorias laborales que permitan desarrollar sus potencialidades, sus proyectos y, además, en un empleo formal. ¿Es pertinente tener a un chiquilín sentado ocho horas frente a un pizarrón en una clase, por qué lo obligamos a estar ahí? Es una advertencia a la que a veces no le prestamos atención, porque consideramos que son jóvenes, que no se dan cuenta de que les va el futuro en eso. Lo que sucede dentro de clase, las materias que se le proponen, cómo se los evalúa, todo lleva a que pierdan el interés muy rápido.

—De todos modos, un esquema que puede ser muy interesante desde el punto de vista de la inserción laboral, debería también captar la atención de esos jóvenes como estudiantes…

—Totalmente. En ese sentido, la formación dual habilita a acercar dos espacios donde aprendemos trabajando y estudiando. Un elemento clave de la formación es “yo aprendo haciendo”. En estos programas que acercan la educación y el mundo del trabajo —la formación dual es uno de ellos— cuando voy a una empresa y aplico los conocimientos, me doy cuenta cuáles son los problemas en la realidad. Eso termina, a mi juicio, por captar la atención del estudiante. Pero además, ese alumno vuelve a clase y enriquece lo que pasa en el aula, volcando su experiencia. Hay una retroalimentación que tiene al aprendiz como foco. Sale de clase, implementa lo que hace, le pagan un sueldo por hacer lo que está haciendo y vuelve a clase a compartir y buscar más conocimientos.

—¿Cómo deberíamos imaginarnos la puesta en marcha de un plan de formación dual en Uruguay?

—El término “dual” a veces nos lleva a confusiones y a pensar en países que tienen otra institucionalidad, donde las cámaras empresariales tienen otro foco, hay otra interacción entre la educación técnica y la educación no técnica o vocacional. No es copiar y pegar, hay que adaptarlo. Yo creo que las experiencias últimas que se han hecho en algunas instituciones locales son una buena referencia. Lo primero, la empresa y el centro educativo deben ponerse de acuerdo, tienen la misma necesidad, con distintos objetivos, de formar al aprendiz. Entonces deben establecer las características de un perfil de egreso, las competencias que debe tener, que se traducen en habilidades. En base a eso, el centro educativo y la empresa necesitan una guía de acción, que es donde está la magia de la formación dual. Establecer claramente que el estudiante volcará en la empresa lo que está aprendiendo. Lo que hago en clase tiene que pasar en la empresa. Es decir, si estoy estudiando contabilidad no vale ir a hacer pasantías para ordenar archivos.

—Se deben respetar los intereses del alumno…

—Exactamente. Los intereses del alumno están definidos por un plan, un perfil de egreso y la propia decisión del estudiante. De la coordinación de las tres partes surgirá la tarea y la forma en que se llevará a cabo.

Felipe Migues. Foto: Miguel Flores
Felipe Migues. Foto: Miguel Flores

—¿Ese rol central lo debe llevar adelante el centro educativo?

—Es el articulador, sin duda, porque la empresa no necesariamente lo conoce, le implica otros costos y el centro educativo tiene que ayudarla a que eso sea viable, eficiente. Hay que definir dos roles fundamentales: un referente educativo, alguien en el centro educativo que pueda ver que las actividades están acordes a su proceso de aprendizaje y un tutor en la empresa que sea el que lo acompaña, no solo el proceso de inducción y que fundamentalmente lo evalúe en la práctica. En ese marco, el aprendiz se puede mover entre esos dos mundos y potenciar aprendizajes, que es en definitiva, el centro de la cuestión: cómo aprende mejor y cómo absorber mejores competencias o habilidades para salir al mercado de trabajo y desarrollarse.

—Un punto clave es que la empresa no sustituya empleados con experiencia por los aprendices de los centros de estudio…

— Esto no es educación o trabajo, es educación y trabajo, y en la medida en la que una de estas condiciones se caiga, la otra no puede estar. El aprendiz no puede sustituir a un trabajador permanente de la empresa. Ese aprendiz va a aprender a la empresa, no sabe hacer ese. Y la empresa no debería pensar en pasarle por arriba al centro de estudio porque ahí está incorporando conocimientos que luego aplica en la empresa. Entonces esa coexistencia es el base de lo que de lo que termina sucediendo al final.

—Pero eso debe ser monitoreado…

—Ese es un rol del centro educativo, sí, y además se debe establecer como requisito que estén participando activamente en la propuesta educativa. Tiene que ser una condición necesaria, porque de lo contrario, tentamos a los jóvenes con un rápido acceso al trabajo y la remuneración, cuando aún están en plena formación.

—Debe existir un balance entre aula y empresa

—Está bien, pero incluso en ese balance yo no sé cuál es el porcentaje mágico. En la medida en que la empresa esté en condiciones de certificar que aprendió, si son más horas en el trabajo tampoco me parece un problema. El tema es cómo lo estructuro para poder evaluarlo. Esa es la clave del asunto. ¿Cuál es el equilibrio ideal? Bueno, indaguemos, experimentemos, pero aprendamos rápido para darnos cuenta de qué funciona mejor.

—Es ineludible prestarle atención a un debate instalado acerca de la formación de recursos para las empresas y el principio de que el joven se prepare para la vocación que siente o le gusta…

—La mejor manera de despejar eso es preguntarle a quienes han pasado por esas experiencias, hablar con los chiquilines que lo están haciendo, con las empresas y los centros de estudio que participan de esos programas. Cualquier joven, cuando elige estudiar algo, sabe que a la larga, para continuar desarrollándose, va a tener que interactuar con el mercado de trabajo. Es cierto que un riesgo de un sistema dual sería, por ejemplo, una formación tremendamente específica. Enseñar un lenguaje de programación concreto que me funciona a mí en mi empresa y durante determinado periodo de tiempo. Eso no debe ser así. Y ahí vuelve a estar el centro educativo como articulador, en el diseño de propuestas de calidad para que las competencias que forme en la escuela le permitan después navegar el mercado con mayores posibilidades de inserción, respetando su vocación.

—¿Qué dicen las experiencias actuales acerca del abandono de los estudios por volcarse definitivamente al trabajo?

—Las experiencias que se han desarrollado hasta ahora no evidencian eso. Hay una evaluación de impacto que se hizo en base a los centros que trabajan con formación dual y se observa un impacto positivo en querer seguir estudiando. Muy contrario a lo que a lo que uno pensaría al principio, las empresas son muy buenos lugares para que los chiquilines visualicen el valor de seguir estudiando; se sientan a trabajar con un compañero que sale del trabajo y va a clase, que recibió su título o que está haciendo un curso; “si ellos pueden, yo también puedo”. Y la empresa debe motivarlo e incentivarlo. No digo que no puedan existir empresas que tengan una actitud diferente y no promuevan la formación curricular del trabajador, pero no es lo que hemos visto hasta ahora.

—Una propuesta de ese tipo debería minimizar los riesgos de frustrar a las partes…

—A los riesgos hay que identificarlos y monitorearlos. El estudiante debe ser el centro de lo que está sucediendo. Y hay que establecer claramente los estándares de calidad a la hora de articular estudio y empresa. Hay que combinar de manera provechosa y complementaria espacio de trabajo y aula. Tenemos un puñadito de experiencias que son interesantes y hay que aprovecharlas.

—¿Cuál es la valoración de esas experiencias?

—Para los estudiantes, aumentó la pertinencia de la formación, se atendieron sus ganas de aprender. “Hacen mientras aprenden”, y esa interacción es muy potente. Para el centro educativo, potencia trayectorias educativas más largas posteriores al egreso, nutre el aula de experiencias reales y además genera una inserción laboral de calidad de los alumnos. Para las empresas, se trata de encontrar una experiencia eficiente, viable y rentable. Hay que romper con la consideración de que esto es parte de la responsabilidad social de la empresa. No, tiene que ser rentable, con resultado provechoso para todos. Hay un claro beneficio en una empresa que forma un joven y después lo contrata a partir de experiencias de formación. Lo contratan sabiendo quién es, qué habilidades tiene y que entiende mejor la cultura de la empresa.

—¿Hay suficientes empresas interesadas en estos procesos?

—Ese es el primer desafío: captar empresas. ¿Cómo hacemos para que conozca la experiencia, que la entiendan, que la vean como algo valioso? Yo creo que ahí vale la “evangelización” entre pares, empresas que salgan a decir “yo hago formación dual y me sirvió o me anduvo bien”, es muy relevante.

—En la experiencia alemana, hay un fuerte compromiso de cámaras empresariales y sindicatos…

—Hay una institución que tiene años y años. Pero además, las cámaras tienen un rol muy activo en este tema, que en Uruguay no parece evidente que exista hoy. Deberían sumarse. Por otra parte, el PIT-CNT ha sido bastante abierto con la formación dual. Claro que es importante contar con todos los actores que sumen.

—¿Qué otras luces amarillas se encienden en este proceso?

—Hay un cuello de botella enorme que es el tutor. En definitiva, es un trabajador de la empresa al que le piden que, además de sus actividades, forme al aprendiz. Y por otra parte, uno desearía que el tutor tenga alguna formación en evaluar y formar jóvenes. Pero, ¿cómo le exijo esas cosas al tutor en la medida en la que las empresas no definen un rol específico para acompañar eso? La evidencia internacional sugiere que es necesario definir responsables para esa tarea.
Otro desafío es la certificación de la experiencia. Es decir, el joven al terminar la experiencia debería poder documentar que desarrolló determinadas habilidades, que la empresa establezca que efectivamente eso es así y que se le evaluó. En paralelo, el centro educativo debe dar fe que desarrolló determinado plan y el joven lo cumplió a satisfacción. Si bien la ley lo establece, no ha obligado a que las experiencias que se conocen hasta ahora tengan ese certificado. Hoy día, para el mercado laboral es fundamental acreditar saberes. Sobre todo porque, muchas veces, los certificados que tienen los procesos educativos formales no son tan sencillos de entender para una empresa. Si además de buenas notas, hay un certificado que describe habilidades y está firmado por un centro educativo y una empresa que todos conocemos, es mejor. El mercado de trabajo le pide a los jóvenes conocimiento y experiencia. ¿Cómo hacen para tener experiencia si recién comienzan su camino laboral? Esta formación dual puede ser una buena herramienta de currículum.
La certificación no está muy instalada en el debate, pero para mí es clave. Hay una tensión que resolver, porque en general a la educación formal le cuesta reconocer que se aprende en otros lados.

—Un sistema de formación de estas características, ¿no corre el riesgo de tener un marcado sesgo hacia la coyuntura del mercado laboral?

—Es un aspecto muy relevante. Uno tendería a pensar que los incentivos financieros que la ley establece podrían atender esa situación. Pero hay un riesgo, sí, que jóvenes que quieran hacer esa modalidad no encuentren empresas que demanden su perfil. Es algo que hay que tratar de evitar.

—Porque lo ideal es que tengan un abanico de oportunidades…

—Lo ideal sería tener un pool de empresas grande que ofrezca diversas opciones a los aprendices. Lo que pasa es que el mercado en un momento se agota. Es un problema a solucionar. En las experiencias en que participé no tuvimos ese problema, pero no es lo mismo trabajar con 50 chiquilines que 500 como propone el nuevo plan.

—Desde los centros educativos, ¿será necesario que se evalúen aspectos que no necesariamente se toman en cuenta hoy?

—Es así. Se tiene que entender lo que está precisando la empresa, cuáles son las habilidades que genera el perfil de egreso e instalar excelentes mecanismos de evaluación. Muchas veces, eso implica evaluar cosas que hoy no se hacen
Es extremadamente difícil evaluar, por ejemplo, en competencias transversales, o competencias blandas. Hay que darles herramientas, ayudarlos y comprometerlos.

—Otro aspecto delicado es que esta dinámica esté atada exclusivamente a “ubicar” a un estudiante en la empresa en que completó su formación…

—El objetivo último no es que tenga trabajo al salir. Sí es un resultado deseable, pero lo más importante es que tenga trayectorias laborales y educativas de calidad, que lo habiliten a desarrollar lo que él tenga ganas de llevar adelante en términos de proyecto y habilidades, sabiendo que necesariamente va a tener que transitar por el mercado de trabajo. Sería un problema, sin dudas, pensar que lo formo solo para este puesto o para esta empresa. Tengo que trascender a la empresa.

—¿Por qué Unicef se involucró en esta temática?

—El estudio realizado se enmarca en el trabajo de la oficina Unicef Uruguay se plantea para el área educativa en su programa País, que va de 2021 a 2025. Ahí uno de los pilares es brindar apoyo al sistema educativo para aumentar la flexibilidad y relevancia de los programas académicos. Hablamos recién de la pertinencia para la capacitación del profesorado y las prácticas en aula y reducir las brechas entre planes de estudio y las necesidades y expectativas de los adolescentes. UNICEF se propone promocionar la asistencia técnica, proporcionar asistencia técnica al Estado para elaborar modelos alternativos y flexibles de enseñanza secundaria superior que compatibilizan educación y trabajo.

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