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Basta con empezar

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Foto: Pixabay

Ponerse en marcha, asumir como estilo de vida el involucrarnos, con nuestras manos, en resolver los problemas sociales.

Unos días atrás, el campo de refugiados conocido como la "Jungla" de Calais (Francia) comenzó a ser desmantelado. Representantes de la Unión Europea se reunieron con autoridades del gobierno de Nigeria para procurar enviar a su país de origen a los que no califiquen como "refugiados en busca de asilo".

Se avecina la elección en Estados Unidos y los votantes enfrentan la tentación de pensar que el Estado resolverá los problemas de la inmigración legal. Tanto las autoridades de la Unión Europea como el próximo presidente de Estados Unidos pueden vaciar la Jungla de Calais o construir un muro contra los mexicanos, pero los problemas sociales van a permanecer.

No hay magia.

El Journal of Economic Perspectives acaba de publicar (volumen 30, octubre 2016) una edición especial sobre inmigración. Una de las investigaciones que allí aparece es la de Giovanni Pieri (University of California-Davis). Pieri enfoca su estudio en los últimos cuarenta años y encuentra que quienes han inmigrado a países ricos ha sido una mezcla, bastante balanceada, de personas con estudios universitarios y personas con calificación laboral media y baja.

¿Qué efecto ha tenido esta continua corriente migratoria sobre el empleo? El impacto económico de la inmigración sobre el país receptor, señala Pieri, debe ser entendido analizando las habilidades que traen los inmigrantes: dependerá de si traen capacidades que son sustitutas o complementarias a los trabajadores locales, y de las elecciones tecnológicas y de especialización que hagan lo trabajadores locales. Por ejemplo, Pieri encuentra que, para el caso de Estados Unidos, la composición balanceada de inmigrantes con poca y mucha educación, junto con los cambios que se dieron en la demanda y la tecnología, determinó que los salarios no se vieran afectados negativamente por la corriente inmigratoria. En suma, la visión de que la inmigración produce un daño y de que sólo el Estado podrá salvarnos —visión que es explotada por diversas campañas políticas— no tiene fundamento científico y supone una sociedad receptora inerte, pasiva y menor de edad. Y esto no sólo vale para la crisis de refugiados: en los ámbitos de la educación, la salud y la promoción social también se hace necesario que los ciudadanos corrientes pasemos al terreno de la acción.

Innovaciones.

Si uno mira alrededor, siempre hay alguien que necesita una mano tendida. Y también personas con mil iniciativas para ayudar a los demás: profesionales que dedican algunas horas de su trabajo a prestar gratuitamente servicios a personas que no pueden pagar por ellos, jóvenes que ayudan a niños con sus tareas escolares, otros estudiantes que enseñan informática a personas mayores o enfermas, algunos que tocan la guitarra y cantan en hogares de ancianos, familias que abren las puertas de la casa para compartir festejos con personas que se han visto forzadas a dejar su lugar de origen. En nuestro país tenemos mil ejemplos de uruguayos corrientes que se han agrupado para sacar adelante programas, que hoy tienen un profundo arraigue y hacen mucho bien a la comunidad.

En mayo pasado, el Center for Developing Child, dio a conocer un reporte sobre las intervenciones para ayudar a niños en edades tempranas. Señalaba allí Orazio Attanasio, de University College London, que el peligro es asumir que cualquier programa que desarrolle cada ciudadano, aunque esté mal diseñado e implementado, tendrá indefectiblemente resultados positivos.

Una buena manera de superar este peligro de confianza ciega en el proyecto personal o colectivo es basar los programas en investigación de buena calidad y monitorear, a su vez, la calidad del programa. En este sentido, mucho pueden hacer los donantes, tanto del sector público como los privados: a cambio de la donación, demandar evaluaciones del real impacto del dinero invertido.

En marcha.

Ante el panorama de todo lo que hay por hacer para cambiar el mundo, nos podemos quedar perplejos sobre cómo y por dónde empezar.

Podríamos tener la tentación de postergar nuestra acción pensando que para hacer algo por los demás se necesitan ideas brillantes, habilidades especiales, abundancia de tiempo o importantes recursos económicos. Pero no es así: hay innumerables ejemplos de programas sociales que comenzaron pequeños, sin seguridades, animados por el afán de dar una mano a quien tenía una necesidad.

Para terminar, me viene a la cabeza una muy buena oportunidad: los alumnos que quinto y sexto de liceo que son buenos estudiantes, al 31 de octubre (o antes) exoneraron todas las materias —ya no hay exámenes obligatorios— y tienen libre cinco meses hasta comenzar las clases del año siguiente.

Las madres y padres de esos adolescentes podrían empujarlos a hacer algo —¡o mucho! — por los demás durante esos cinco meses. Sería una revolución. Y ahora es el momento.

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Foto: Pixabay

ALEJANDRO CID

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