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Balance del año que se va

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Puzzle. Foto: Google

JAVIER DE HAEDO

El año que se va me deja un sabor a muy poca cosa en los temas estructurales, y claroscuros en los resultados macroeconómicos.

Lo primero, porque poco se avanzó en materia de infraestructura y escasa es la esperanza de que demasiado se pueda hacer en lo que resta del actual período de gobierno; tampoco hubo buenas nuevas en materia de enseñanza, pero esto era previsible tal como están repartidas las cartas, y deberá esperarse al inicio de un nuevo período de gobierno para ver si finalmente sucede algo; y en materia de inserción internacional, hemos vuelto a ver una y otra vez el choque entre el gobierno y su partido, que nos deja empantanados.

Esa sensación de poca cosa en los temas importantes que hacen al crecimiento futuro de nuestro país, coincide con la impresión de que este gobierno está terminado en cuanto a obras relevantes que pueda dejar para el futuro. Quizá por eso, el presidente se ha aferrado a sacar el acuerdo con UPM por encima de todo (el acuerdo mediante el cual dentro de dos años UPM decidirá o no invertir), para que al menos quede algo visible de esta su segunda administración. Pero paradójicamente, lo que ese acuerdo deja en claro e interpela a la gestión de Vázquez, es que para que pase algo relevante deben darse reglas de un país bien diferente al que tenemos, en materia de infraestructura, de impuestos, costo país y marco laboral.

El año termina aún peor de lo que parecía, tras la aprobación de la ley de los cincuentones, en torno a la cual pocos se salvaron de actuar con demagogia. Una ley que suma daños a otra muy mala de 2008, y que se quiera o no, precipitará una nueva reforma del sistema de seguridad social que deberá elevar explícitamente la edad de retiro, al menos a los 65 años.

Macro.

Mientras tanto, en los indicadores macro económicos hay resultados mixtos, los que parecen definidos, aun cuando los datos finales de 2017 se conocerán en marzo del año próximo.

La economía creció este año en torno a 3,5% si se excluye el hecho de que la refinería estuvo parada casi ocho meses. Un crecimiento apuntalado por el dólar barato y por una Argentina muy cara, lo que dio lugar a que dos de los tres motores de la economía (el consumo privado y las exportaciones) estuvieran encendidos mientras que la inversión sigue apagada.

Se trató de un crecimiento no generador de empleos, en un mercado de trabajo donde se estabilizó la población económicamente activa y se volvieron a perder puestos de trabajo (pocos, pero por tercer año consecutivo).

En 2017, la inflación finalmente entró dentro del rango meta (3% a 7%). Esto ocurrió en marzo, tras 74 meses con la pelota fuera del arco. Pocos meses más tarde llegó a flirtear con el 5%, pero rápidamente volvió a superar el 6%. El desplome de la inflación, desde aquel 11% al que llegó en mayo de 2016, fue propiciado por el del tipo de cambio y potenciado por la caída en los precios de frutas y verduras, que antes habían contribuido a alcanzar aquel máximo.

Ese comportamiento de los precios al consumidor contribuyó a un aumento vigoroso de los salarios reales privados, más allá de lo esperado por todos (gobierno y analistas) y fue sin dudas uno de los factores que entorpeció la creación de empleos. Los salarios privados líquidos crecen este año en torno al 4%, pero suben un punto más si se los considera en términos nominales, debido a la incidencia del aumento del IRPF en enero pasado. Con un aumento de 5% en el costo de la mano de obra, es difícil esperar un aumento en el empleo en una economía que crece al 3,5%.

En materia de tipo de cambio real este fue un año sin grandes cambios: se vuelve a mejorar la relación bilateral con Argentina, que es el único caso con el que tenemos "ventaja", mientras que los indicadores se mantuvieron estables con Brasil y con fuera de la región, con los que estamos en clara desventaja con relación a los promedios históricos.

En cuanto al sector externo, se ha afirmado el saldo positivo de la cuenta corriente de la balanza de pagos, y los indicadores resultantes de la nueva metodología utilizada han dado lugar a un marcado deterioro de la inversión extranjera directa. El superávit de la cuenta corriente, en un contexto de déficit fiscal estable algo por debajo de 4% del PIB, es resultado de un considerable ahorro neto del sector privado, en gran medida producido por la caída de la inversión en los últimos años.

Precisamente, en el ámbito de las finanzas públicas tampoco ha habido grandes novedades, y el déficit fiscal se encuentra estabilizado en torno a US$ 2.000 millones desde el año 2014. La sucesión de cuotas del ajuste fiscal en curso (de cadencia anual) no ha resultado suficiente para torcer el rumbo del déficit, que en el tercer año del período de gobierno se ubica entre 3,5% y 4% del PIB (más cerca del 4% si se considera la reducción de los stocks en Ancap y el sub costo de la generación eléctrica). Vale recordar, una vez más desde esta página, que en el promedio de los gobiernos transcurridos desde 1985, el deterioro fiscal entre los años tercero y quinto es de 1,4 puntos porcentuales del PIB.

No obstante lo anterior, en 2017 se detuvo el crecimiento de la relación entre deuda y PIB, tras tres años en franco aumento, debido al fuerte aumento del denominador expresado en dólares.

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