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Cuando baja la marea

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FED haría dos o tres subas más de las tasas de interés en 2018. Foto: archivo El País

Opinión

Hoy día, resulta complicado rebatir que el asombroso aumento de la liquidez mundial que orquestaron los bancos centrales desde 2009, vivió en 2017 su última marea alta.

Y el primer murmullo del reflujo, que se constató a principios de 2018 (a través del ajuste monetario de la Fed), comenzó a asfixiar a los peces más débiles, principalmente en el universo emergente, de momento. La marea alta está pues empezando a bajar, por lo que cabría preguntarse cuáles serán sus efectos en los mercados de renta variable y renta fija en los próximos meses y trimestres.

Cambio de paradigma.

El discurso de los bancos centrales ya no deja lugar a dudas: el sistema mundial de liquidez seguirá debilitándose para terminar revirtiéndose por completo a partir del año que viene. La Fed ya está reduciendo el importe de la liquidez en dólares que venía inyectando en el sistema financiero. Hemos pasado de la relajación cuantitativa al endurecimiento cuantitativo. Esta retirada mensual, de 40.000 millones de dólares al mes desde principios del año pasado, aumentará hasta los 50.000 millones a partir de este mes de octubre. Este descenso se suma al ajuste monetario —progresivo pero inexorable— que suponen las subas de los tipos de referencia, confirmadas por el presidente de la Fed, Jerome Powell, a finales del mes de septiembre.

En este punto, resulta esencial destacar que, a día de hoy, esta retirada de liquidez no afecta en absoluto a la economía estadounidense. En efecto, la generosa política presupuestaria de la Administración Trump constituye un importante catalizador del crecimiento que, aunada al ajuste monetario, hace las veces de aspirador de dólares en el mundo, lo que asfixia a los países que dependen de esta moneda (como Argentina), pero mantiene unas condiciones monetarias en el país norteamericano que siguen siendo muy favorables.

En Europa, no se esperan subas en los tipos de referencia antes del próximo verano, pero el fin de la relajación cuantitativa es un hecho inamovible para finales de año. Esto significa que el BCE interrumpirá definitivamente —o, al menos, esa es su intención— su programa de compra de deuda pública de la zona del euro. Sin lugar a dudas, este golpe de timón establecerá un contexto radicalmente nuevo, en especial para los países claramente dependientes de la confianza de los inversores para la financiación de su déficit presupuestario. En este sentido, el caso de Italia deberá seguirse con especial atención: sin la red de seguridad que suponían las compras masivas y regulares a manos del BCE, cabría preguntarse en qué nivel tendrán que situarse los tipos de interés de las emisiones del Tesoro italiano para resultar atractivas a ojos de los inversores. Esta cuestión revestirá una especial importancia si el nuevo Gobierno decidiera confirmar un giro drástico en su disciplina presupuestaria, lo que situaría su tasa de endeudamiento en una trayectoria a largo plazo que los inversores y las agencias de calificación considerarían insostenible.

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En Japón, el gobernador del banco central del país confirmó en septiembre que la institución proseguiría con la lenta reducción de sus compras mensuales de deuda pública. Cierto es que la inflación se mantiene en cotas débiles, y que el Banco de Japón debe seguir actuando con la máxima prudencia. No obstante, el rendimiento de los títulos de deuda pública nipona, que se sitúa ligeramente por encima del 0,10 % a diez años, sigue estando en niveles muy cercanos a sus mínimos históricos —que alcanzó brevemente en 2016— y conlleva efectos secundarios que han terminado por resultar perniciosos para el conjunto del sector financiero.

America First.

El primer choque externo cuyo efecto en los mercados se ha visto magnificado por este cambio de paradigma es la marcada intensificación de la postura proteccionista de la Administración Trump, que se dirige principalmente —aunque no de forma exclusiva— a China.

¿Perdurarán los efectos de esta política? Intentar prever los resultados de esta postura a corto plazo es, en este momento, una tarea abocada a la incertidumbre, e incluso una empresa totalmente ilusoria. Es probable que no lo sepa ni el propio Trump, artífice de la situación. No obstante, a medio plazo, parece que la aplicación de un nacionalismo económico asumido constituirá una inflexión real.

Al rechazar por completo la idea de que el libre comercio es el modelo ideal de regulación del comercio mundial para todos sus participantes, el Gobierno de Trump afirma que este modelo es fundamentalmente un juego de suma cero entre ganadores y perdedores. Así, el objetivo es renegociar todos los acuerdos comerciales con el fin de volver a introducir de forma más explícita el concepto de las relaciones de poder para alzarse con la victoria. Naturalmente, esta visión neomercantilista de los intercambios mundiales siempre ha sido la opción favorita de los países poderosos, cuya posición dominante les permite imponer condiciones comerciales que les favorezcan. Dicho de otro modo: al igual que la política monetaria de la Fed tiene por objeto aspirar el capital en el extranjero hacia EE.UU., el proteccionismo comercial de la Administración Trump pretende absorber el crecimiento del resto del mundo en beneficio de la economía norteamericana.

Por tanto, resulta poco sorprendente que los inversores apuesten a día de hoy por el mercado estadounidense frente a cualquier otro mercado, y tampoco asombra que ello sea fuente de grandes tensiones. Por último, es necesario ser conscientes de que el Gobierno estadounidense ha entendido, y con razón, que China se ha convertido en su principal rival a largo plazo en los planos económico, geopolítico e ideológico. El gigante asiático podría ceder fácilmente ante las numerosas exigencias inmediatas relativas a la apertura de su mercado. Pero ha comprendido que el verdadero desafío no reside ahí. Para los inversores, estas tensiones generan episodios de pánico puntuales que también constituyen oportunidades de compra a buen precio. No obstante, las tensiones entre China y EE.UU. podrían durar mucho más allá de la agenda a corto plazo de la política interior estadounidense y constituir un elemento novedoso y de gran duración del telón de fondo de los mercados.

Todos pierden.

Es innegable que la globalización de la economía ha sido una bendición para los márgenes de las grandes empresas, gracias a la optimización de sus cadenas de suministro. Pero es igual de cierto que ha sido mucho menos beneficiosa para el poder adquisitivo de los trabajadores.

Por este motivo, el nacionalismo económico recaba hoy día un gran apoyo entre la población estadounidense y no desaparecerá con el siguiente cambio de poder político. La cuestión es saber si el recrudecimiento del proteccionismo resultará favorable para la economía estadounidense. Y nada más lejos de la realidad. De confirmarse, el establecimiento de barreras comerciales haría que las importaciones de muchísimos productos chinos, y pronto puede que incluso japoneses o alemanes, sean menos competitivas. Pero, ante la incapacidad para producir cantidades suficientes y a bajo precio de productos que sustituyan a estas importaciones, la industria estadounidense no podría beneficiarse demasiado de esta situación en la actualidad. En efecto, la industria del país norteamericano funciona viento en popa, e invertir grandes cantidades en nuevas capacidades sería un movimiento precipitado hasta que no se conozca el resultado definitivo de las negociaciones comerciales.

En gran medida, el proteccionismo conllevaría, por tanto, que el consumidor estadounidense deba pagar más o consumir menos. Por un lado, esta situación fomentaría la suba de los precios y, por el otro, mermaría el crecimiento. Así, paradójicamente, la actual posición dominante de la economía estadounidense no constituye una ventaja tan convincente. Incluso es posible que el proteccionismo dirigido permita a algunos países (¿Vietnam, México?) sortear las barreras y llegar hasta el consumidor estadounidense, hasta ahora inaccesible, con algunas líneas de productos.

Quizás los ganadores no sean aquellos que espera Donald Trump. En cuanto a China, en vista de la creciente aportación de la demanda interna al PIB (la economía china ya no presenta superávit en su balanza por cuenta corriente), no debemos sobreestimar el efecto de los aranceles en su crecimiento. Y la opción del apoyo monetario, presupuestario y bancario para apuntalar su economía sigue estando disponible, aunque en menor medida. Sin embargo, será difícil evitar una ralentización, aunque sea controlada.

Por consiguiente, si bien podemos cuestionar la distribución equitativa de los beneficios de la globalización, podemos afirmar con mayor certeza que el proteccionismo puede ser mucho más ecuánime a la hora de compartir sus desventajas.

En calidad de inversores, debemos pues ser conscientes de la acumulación de nubarrones en el horizonte del crecimiento mundial y de la necesidad, a escala microeconómica, de evitar las empresas y los valores vulnerables, así como de identificar los sectores y empresas que, por su posicionamiento y sus cualidades inherentes, sabrán evitar convertirse en las víctimas colaterales de estas tensiones.

El dilema de los mercados de renta fija

Los activos de refugio tradicionales, como los títulos de deuda pública estadounidense o alemana, se benefician, por ahora, del incremento de las incertidumbres políticas que abundan desde el universo emergente hasta Italia. Pero la transición mundial hacia la normalización monetaria genera, por el contrario, poderosas fuerzas que impulsan el incremento de los rendimientos, que deberían reflejar en mayor medida un crecimiento económico favorable y los primeros movimientos inflacionistas. En el caso de EE.UU., los rendimientos de los bonos del Tesoro ya han aumentado, dado que la inflación comenzó a despertar de su letargo y el crecimiento se acerca al sobrecalentamiento.

Los mercados de renta fija todavía parecen cuestionarlo. En Alemania, la dinámica económica muestra indicios de agotamiento que penalizan a los mercados bursátiles europeos, pero mantiene una tracción suficiente como para determinar que los rendimientos de la deuda pública del país siguen estancados en un nivel excesivamente bajo, incompatible con la perspectiva del final definitivo de las compras de bonos por parte del BCE a finales de año. Por tanto, el riesgo a corto plazo parece ser bastante asimétrico: salvo que se produzca un repunte repentino de la aversión al riesgo (especialmente en caso de que se agraven las dificultades en Italia o Turquía), el rendimiento de la deuda refugio, tanto estadounidense como alemana, presenta importante riesgo de desviación. En cambio, a medio plazo, la ralentización del ciclo económico y la persistencia de las fuerzas deflacionistas estructurales bien podrían venir acompañadas de un repunte de la aversión al riesgo y de una recaída de las previsiones de inflación.

Esta situación frustraría, a partir de 2019, el objetivo de los bancos centrales de normalizar sus políticas y penalizaría a los mercados bursátiles, volviendo a ejercer presión a la baja sobre los rendimientos de la deuda pública. Por tanto, es necesario adoptar un enfoque sofisticado y táctico a la gestión activa de los riesgos de la renta variable y de la sensibilidad a los tipos de interés de cara a los próximos trimestres. Nos encontramos pues, ante el fin de la gestión pasiva.

(*) Managing Director de Carmignac, uno de las principales firmas europeas en gestión de activos.

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