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Australia nos muestra el camino al infierno

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Bombero trabajando en incendio forestal
Bombero trabajando en incendio forestal.
Foto: Archivo

OPINIÓN

Es justo el tipo de catástrofe que los científicos climáticos advirtieron hace mucho tiempo que ocurriría si no actuábamos para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.

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En un mundo racional, los incendios de Australia serían un punto de inflexión en la historia. Después de todo, es justo el tipo de catástrofe que los científicos climáticos advirtieron hace mucho tiempo que ocurriría si no actuábamos para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero. De hecho, un informe de 2008 comisionado por el gobierno australiano predijo que el calentamiento global ocasionaría que las temporadas de incendios del país comenzaran antes, terminaran después y fueran más intensas… a partir del año 2020.

Además, aunque parezca cruel decirlo, este desastre es excepcionalmente fotogénico. No necesitas leer gráficas ni tablas estadísticas con detenimiento; esta es una historia de horror contada por muros de fuego y refugiados aterrorizados hacinados en playas.

Así que este debería ser el momento en el que los gobiernos por fin emprendieran esfuerzos urgentes para prevenir la catástrofe climática.

Pero el mundo no es racional. De hecho, el gobierno antiambientalista de Australia parece totalmente indiferente mientras las pesadillas de los ambientalistas se hacen realidad. Y los medios antiambientalistas, el imperio de Murdoch en específico, han hecho hasta lo imposible por desinformar, tratando de echarle la culpa a pirómanos y “verdecillos” que no permitieron que los servicios contra incendios se deshicieran de suficientes árboles.

Estas reacciones políticas son más aterradoras que los incendios mismos.

Los optimistas climáticos siempre han esperado que se llegue a un consenso extenso a favor de medidas para salvar el planeta. Cuenta la historia que el problema con tomar medidas climáticas era la dificultad para atraer la atención de la gente: el problema era complejo, mientras que el daño era demasiado gradual e invisible. Además, los grandes peligros yacían en un futuro lejano. Sin embargo, seguramente una vez que se informara a suficientes personas sobre los riesgos, una vez que la evidencia del calentamiento global se volviera lo suficientemente abrumadora, la acción climática dejaría de ser una cuestión partidista.

En otras palabras, la crisis climática acabará por convertirse en el equivalente moral de la guerra: una emergencia que trasciende las divisiones políticas convencionales.

Sin embargo, si un país en llamas no es suficiente para producir un consenso que lleve a la acción —si ni siquiera es suficiente para producir algo de moderación en la postura antiambientalista—, ¿qué lo es? La experiencia de Australia sugiere que la negación climática continuará, así diluvie o arda el infierno; es decir, a pesar de las olas de calor devastadoras y las tormentas catastróficas.

Tal vez se sientan tentados a descartar a Australia como un caso especial, pero la misma división partidista que se profundiza ha estado desarrollándose desde hace tiempo en Estados Unidos. Ya desde la década de 1990, era casi igualmente probable que los demócratas y los republicanos dijeran que los efectos del calentamiento global ya habían comenzado. Sin embargo, desde entonces, las posturas partidistas han ido divergiendo, y es más probable que los demócratas consideren que el cambio climático está ocurriendo (como de hecho está sucediendo), mientras que los republicanos cada vez reconocen menos que haya algún problema con el clima.

¿Esta divergencia refleja la cambiante composición partidista? Después de todo, los electores con educación superior se han ido inclinando hacia los demócratas y los electores con menor educación, hacia los republicanos. Entonces, ¿se trata de qué tan bien informada está la base de cada partido?

Tal vez no. Hay evidencia importante de que los conservadores que tienen educación superior y están bien informados sobre política, son más propensos que otros conservadores a decir cosas que no son ciertas, quizá porque es más probable que sepan lo que la élite política conservadora quiere que crean. En específico, es probable que los conservadores versados en la ciencia y la aritmética sean negacionistas climáticos.

Pero si la negación climática y la oposición a la acción son inamovibles incluso ante una catástrofe tan evidente, ¿qué esperanza hay de evitar el apocalipsis? Seamos honestos con nosotros mismos: las cosas se ven bastante funestas. Sin embargo, darnos por vencidos no es una opción. ¿Cuál es el camino a seguir?

La respuesta, muy claramente, es que el convencimiento científico es cada vez menos efectivo. Muy pocas de las personas que todavía niegan la realidad del cambio climático o al menos se oponen a hacer algo al respecto se dejarán convencer por una mayor acumulación de evidencia o incluso por la proliferación de nuevos desastres. Toda acción que tenga lugar tendrá que emprenderse ante la incorregible oposición de la derecha.

A su vez, esto significa que la acción climática tendrá que ofrecer beneficios inmediatos a un gran número de electores, porque las políticas que parecen requerir un sacrificio generalizado —como las políticas que se basan principalmente en los impuestos al carbón— solo serían viables con el tipo de consenso político que evidentemente no vamos a obtener.

¿Cuál sería una estrategia política efectiva? He estado releyendo un discurso de 2014 del eminente politólogo Robert Keohane, quien sugirió que una manera de superar el estancamiento político sobre el clima podría ser a través de “un énfasis en enormes proyectos de infraestructura que crearan trabajos”; en otras palabras, un Nuevo Acuerdo Verde. Dicha estrategia daría lugar a un “enorme complejo climático-industrial”, que en realidad sería algo bueno en términos de sustentabilidad política.

¿Una estrategia como esa puede tener éxito? No lo sé. Pero parece ser nuestra única oportunidad, dada la realidad política en Australia, Estados Unidos y en otros lugares; a saber, que las fuerzas poderosas de la derecha están decididas a que sigamos avanzando a toda velocidad con dirección al infierno.

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