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Cómo atacar la "pobreza crónica"

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Ana Revenga es Doctora en Economía de la Universidad de Harvard.

La mentalidad abatida de una comunidad o individuo no se modifica solo con brindar asistencia económica directa.

Un reciente estudio del Banco Mundial establece que una amplia mayoría del 25% de habitantes de América Latina que se encuentran bajo la línea de pobreza, son pobres "crónicos", es decir, no se han beneficiado de las tasas de crecimiento de la última década y parecen haberse "escurrido" entre las grietas de los sistemas de asistencia social. El estudio los define como "los olvidados", comenta Ana Revenga, Directora Senior del Grupo de Equidad y Reducción de Pobreza del Banco Mundial. La experta afirma que no alcanza con transferencias económicas aunque se planteen contraprestaciones, sino se trabaja también el entorno, y especialmente, el factor emocional. A continuación, un resumen de la entrevista.

—¿Qué debemos entender por pobreza crónica?

—Hay una distinción sutil pero clave, entre el concepto de pobreza crónica y el de pobreza extrema. Cuando medimos la pobreza tomamos un punto en el tiempo y lo estimamos: "quiénes son pobres hoy". La pobreza crónica introduce una dimensión temporal que es muy importante: no solamente saber si "eres pobre" hoy, sino también "cuán pobre eras ayer y cuál —seguramente— será tu situación mañana". Los pobres crónicos son aquellos que no salen de la pobreza, más allá del crecimiento económico del país.

Si observamos a América Latina, donde ha habido una expansión muy importante en la última década, podemos ver que un grupo muy importante de personas ha salido de la pobreza en la que habían caído temporalmente e inclusive, aún pueden considerarse vulnerables. Pero quedan muchos otros que no se han beneficiado del crecimiento. Y es importante tener noción de la pobreza crónica en contraposición con la transitoria, porque este grupo tiene unas características especiales, se enfrenta a determinadas barreras por las cuales no acceden a los beneficios de un mejor entorno económico y es necesario aplicar políticas especiales para atender su situación.

Factor emocional.

—¿Qué factores son los que impulsan al mantenimiento de esta pobreza crónica?

—La habilidad de una familia o una persona para salir de la pobreza depende en primer lugar de las dotaciones en activos físicos y humanos que tenga para poder valerse por sí mismo, depende mucho del entorno que se mueve y las posibilidades que le pueda ofrecer dicho entorno; y depende también de un factor emocional, un estado mental que no le permite emprender acciones para intentar salir de la pobreza, sino solamente de sobrevivencia. Son decisiones de corto plazo, se preocupan del día a día y no pueden pensar en otras opciones, como resultaría si pudieran invertir un poco más de su tiempo y su estado emocional en pensar a mediano plazo. Un caso típico es la educación de los hijos: difícil que se piense en ello cuando las expectativas son poder comer día a día. Hay trabajos que evidencian que cuando una persona está en pobreza continua, el estado mental, la desesperanza genera la ausencia de aspirar a una vida mejor. Es algo particular pero también colectivo, porque si uno vive en un entorno de esas características, difícilmente piense diferente. Los pobres crónicos son más pesimistas en general sobre su vida, sin dudas.

Entornos.

—Una característica, y limitante a la vez, es la concentración geográfica…

—Efectivamente. En el estudio usamos la definición de ámbito geográfico regional; si miramos las regiones en América Latina más de la mitad de los pobres crónicos se concentran en unas 20 regiones, dentro de unas 80 definidas en forma comparable. Dentro de un propio país uno encuentra enormes diferencias en cuanto a las condiciones de unos y otros.

Allí se observan claramente las barreras que se refuerzan entre sí. Una familia pobre, con pocos activos físicos y humanos de los cuales valerse, que vive en una zona donde la oferta de servicios básicos como agua potable, infraestructura, educación es mala, y con el efecto de los pares, donde todos viven en forma similar, lleva a esa falta de expectativas en forma colectiva, que es muy difícil de romper.

—Eso ocurre tanto en zonas rurales como urbanas….

—Encontramos que es un problema que afecta al medio rural, donde es mayor, pero también la concentración de la población en zonas urbanas, hace que en número absolutos haya más pobres crónicos en las urbanizaciones, especialmente en los cinturones de las ciudades, alejados de aquellas zonas donde hay mayores oportunidades, más empleo, etc. Tenemos el ejemplo de Bolivia, donde la cronicidad de la pobreza rural está más de 20 puntos porcentuales por encima de los centros urbanos.

Por otra parte, en México, si bien la incidencia de la pobreza crónica en el Distrito Federal es igual al promedio de la región, su cuantiosa población implica que en términos absolutos la capital mexicana alberga casi el 3% de los pobres crónicos de América Latina.

Heterogéneo.

—De acuerdo con el estudio, uno de cada cinco latinoamericanos viven en situación de pobreza crónica….

—Sí, lo que representa a más de 130 millones de personas. Ese dato surge de estudiar un período de tiempo que va desde 2004 a 2012. Pero no es homogéneo en cuanto a los países. Hay diferencias muy fuertes. En casos como Uruguay, Argentina o Chile la incidencia de la pobreza crónica es menor al 10%, pero en países como Guatemala, Honduras, Nicaragua, Colombia, la incidencia es mucho mayor. En el caso de Guatemala califica un 50% de la población en esa definición. El promedio regional es de 21%.

—La movilidad es casi inexistente....

—Exactamente, el hijo de una persona crónicamente pobre seguramente también lo será. Los niños nacen pobres y no tienen otra opción. Ponemos énfasis a esta noción de pobreza crónica porque desde el punto de vista de la definición de políticas hay que tener en cuenta esta dimensión temporal. Tener presente que quizás, las mismas políticas que facilitan la salida de la pobreza a un determinado colectivo de personas, millones en Latinoamérica en los últimos años, a veces no son suficiente para ayudar a quienes se encuentran en esa "trampa crónica".

Dos elementos más a tener en cuenta: primero, el número de personas que perciben ingresos laborales en los hogares crónicamente pobres es menor que en aquellos que escaparon de la pobreza o que no son pobres. Y segundo, que además de tener una participación más restringida en la fuerza laboral, los pobres crónicos con frecuencia trabajan también en sectores de baja productividad

Políticas públicas.

—¿Se está haciendo lo correcto desde las políticas públicas en la región para combatir este flagelo?

—No se trata de reemplazar las grandes líneas de acción que se llevan adelante. El hecho de tener un crecimiento económico inclusivo como ha ocurrido en la última década en América Latina es un requisito general. Y quiero destacar esa característica de inclusión porque no se ha dado en otras partes del mundo; la distribución del ingreso que se ha logrado en América Latina en el último período es un aspecto muy destacable. Pero a eso hay que añadirle programas focalizados sobre ese núcleo duro de pobres.

Por ello, muchas de las políticas que se están desarrollando con transferencias condicionadas, o de mejorar la calidad de los servicios dando una infraestructura básica de calidad a las zonas más empobrecidas, todo eso es bueno. Pero hay que tener en cuente esto: en primer lugar, que se necesita un paquete de políticas; no basta con una transferencia si al mismo tiempo el Estado no está operando para mejorar las condiciones en las zonas menos privilegiadas en acceso a educación, salud y transporte, especialmente. Las regiones con tasas más bajas de acceso a agua potable, alcantarillado servicios higiénicos tienden a exhibir tasas más altas de pobreza crónica. Y a esto añadirle el componente de pensar en el aspecto emocional. Programas, intervenciones que permiten cambiar las aspiraciones de la gente. En el informe hablamos de varios ejemplos en distintas zonas de América Latina donde se da un acompañamiento sicológico y emocional a las personas que están en esa situación y que pretendemos ayudar a salir. Hay que tratar de inculcar ese elemento aspiracional y "utilizar" aquellos casos de éxito donde se logró una salida de la pobreza crónica para influir en las expectativas de los demás. La mentalidad abatida no se modifica con transferencias económicas, afirmamos en el estudio.

—Y dentro de esa vulnerabilidad generalizada aparecen otros factores que hacen peor la situación, por ejemplo el hecho de ser mujer….

—La cuestión de género añade más dificultades para pensar en la búsqueda de salidas y un cambio de mentalidad. Allí donde hemos encontrado una mujer líder, por ejemplo una alcaldesa, en esas localidades ese modelo de rol ha ayudado mucho a que la mujer sienta que se puede, pero en general es un elemento más que conspira contra las posibilidades de despegar del entorno desfavorable.

Estas barreras de discriminación también se multiplican por factores de etnia, raza o religión. En todos los casos influyen en la autoestima de los individuos.

Las transferencias condicionadas son un buen instrumento.

—¿Está de acuerdo con las políticas que establecen transferencias condicionadas?

—Creo que esta idea de la corresponsabilidad encaja muy bien con la idea de cambiar el estado emocional de las personas. Porque hay un elemento que puede influenciar la capacidad de acción de la gente. Y este es un aspecto importante en las transferencias condicionadas.

Quizás en algunos lugares no se pensó desde ese punto de vista, se planteó solamente como incentivo o elemento que obligara a alguien a hacer algo para recibir lo que necesita, pero entiendo que el enfoque desde el punto de vista aspiracional es mucho más enriquecedor y justifica este tipo de políticas.

—¿Qué comentarios le merece la situación de Uruguay?

—En el caso de Uruguay los índices de pobreza crónica son de los más bajos en la región y eso habla de un país con mejor distribución y posibilidades, pero el problema no por eso es menos duro: vuestro caso me recuerda lo que ocurre en algunos países del Este de Europa, donde hay países con buenos niveles de prosperidad en términos generales, pero mantienen pequeños núcleos duros a los que les es difícil llegar con políticas públicas que les favorezcan, y a quienes no les impacta la bonanza generalizada existente. Me hace pensar en la comunidad gitana en Rumania, Hungría o República Checa. El tema es concebir un paquete de acciones que atienda todos los componentes que mencionamos.

La experiencia muestra que cuando menor es esa pobreza crónica desde el punto de vista de población afectada, mayor incidencia tiene el componente emocional, y es allí donde más hay que trabajar.

—A menudo se escuchan argumentos del tipo: "no se quieren dejar ayudar", ¿qué opinión le merece?

—Detrás de esa frase muchas veces lo que hay es una falta de comprensión de la realidad física y emocional de quienes viven en esa pobreza crónica.

De nuevo, incorporar el elemento aspiracional es clave. Por ejemplo, son muy importantes las intervenciones en educación temprana, porque se forman individuos con otras expectativas, además de su capacidad cognitiva. Llegar con la escuela a los niños más pequeños de esos hogares les abrirá la posibilidad de ver otro mundo. Es muy importante involucrar a la comunidad en los planes de ayuda, sumarlos a la oferta de servicios, tener líderes que sirvan de ejemplos y que muestren el camino que hay que salir para "romper" con ese círculo de pobreza crónica que los rodea.

En los países ricos, la exclusión de los pobres es más notoria.

—¿Los altos niveles de pobreza crónica son una característica de América Latina y el Caribe?

—Antes que nada, no se trata solo de un problema de Latinoamérica. Si observamos a Asia con todo su dinamismo, también encontraremos conjuntos de personas que no han recibido los beneficios de la bonanza económica. El estudio se ha concentrado en Latinoamérica, debido a que el enorme crecimiento económico de la última década nos ha permitido observar con más detalle el fenómeno, hacer un estudio más acabado, pero esta realidad se puede observar en todo el mundo.

La mayoría de las mediciones confirman que la década del 2000 ha sido una de las más efectivas para el desarrollo de la región, donde las disparidades se redujeron sustancialmente pese a ser una de las zonas más desiguales del mundo. Es por ello que se entendió como un aporte interesante estudiar la evolución de los pobres, aquellos que dejaron de serlo y quienes se mantienen en esa condición.

—Con las políticas de austeridad que se aplican hoy en Europa, no se genera el riesgo de mantener bajo la línea de pobreza a aquellos que cayeron en ella durante la crisis?

—En un contexto de austeridad como el que se propone en Europa, es clave tratar de proteger los planes sociales. La austeridad entendida como corte de gasto público en general no es un ajuste inteligente, ya que generará más dificultades de futuro.

Se pueden aplicar ajustes fiscales que protejan los recursos que se deben volcar a programas sociales para los más desfavorecidos. Por ejemplo, ahora estamos trabajando en Grecia con el nuevo gobierno, con programas que no existían después de un ajuste que no había tomado en cuenta esa problemática tan delicada.

—No existen referencias en este estudio para la situación en Estados Unidos, por ejemplo…

—Es verdad. El trabajo se limitó a América Latina y el Caribe y no tomó en cuenta a Estados Unidos.

Creo que sería muy útil hacer este tipo de estudios no solamente en países en desarrollo o en países pobres, sino también en Europa y Estados Unidos, donde sería muy importante identificar esas capas de población que están realmente estancadas y donde probablemente encontremos incidencia de pobreza crónica muy importante, no lo dudo. No son ajenos al problema, existe en los países ricos y cuando más rico es el país, más características de exclusión tienen los grupos que permanecen pobres.

Ficha técnica.

Ana Revenga es española, Doctora en Economía de la Universidad de Harvard y titulada en Derechos Humanos en la Facultad de Derecho de la Universidad de Ginebra. Es Directora Senior del Grupo de Equidad y Reducción de Pobreza del Banco Mundial. Sus 24 años de carrera en el Banco Mundial, incluyen puestos gerenciales en distintas regiones del mundo: Asia Oriental y Pacífico, Europa y Asia Central, América Latina, Medio Oriente y Norte de África, así como países de la OCDE.

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