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Argentina y los nuevos tiempos

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Corrida Cambiaria: en Argentina se intensificó, lo que generó una avidez por adquirir dólares de este lado del río y el BCU intervino. Foto: Reuters

Opinión

La peripecia argentina comienza a enroscarse con el decaimiento de la cotización de las monedas y activos de países emergentes relevantes. Turquía, por errores propios marcó su inicio, al que ahora se unen Sudáfrica, que no había entrado en recesión desde 2008, e Indonesia.

En tanto las monedas de otros países emergentes como Polonia y México, referentes por su mayor estabilidad cambiaria, comienzan también a mostrar síntomas similares.

Sin duda estamos en presencia de hechos globales, conectados con la finalización de la fase benévola de los mercados financieros que se explayó durante más de una década, hecho explicado por la reversión de las políticas monetarias expansivas del mundo desarrollado, lideradas por EE.UU. A ello se agrega el desasosiego de la política errática del Presidente Trump en materia comercial, la incertidumbre del Brexit y las tensiones dentro del espacio europeo en búsqueda de un posicionamiento en esta nueva realidad. En ese contexto, China es incapaz de contrabalancear todas esas incertidumbres. En tanto, EE.UU. crece a tasas robustas por encima del promedio de sus pares, lo cual para su administración es una refrenda de que sus políticas van por el camino correcto.

Esta nueva realidad tiene efectos sobre el mundo emergente con patrones comunes, que pueden sintetizarse como contagio. Una forma de medirlo es observar el grado de correlación en las cotizaciones de las monedas emergentes respecto al dólar. Según el Instituto de Finanzas Internacionales, esa correlación aumentó significativamente en lo que va de 2018, llegando a niveles similares al de situaciones criticas como las emanadas en la crisis de 2008 y algunas incertidumbres sobre el crecimiento de China en 2016.

Pero esta vez, más allá de un evento puntual de crisis, la causante es un cambio de las condiciones estructurales sobre las que operarán los mercados financieros en el mediano plazo. Con ese panorama, ahora se constata que en algunos casos notables el grado de la depreciación de las monedas fue inducida por realidades propias fruto de desequilibrios macroeconómicos severos, pero en otros es el simple resultado de la menor oferta de fondos prestables que ahora fluyen hacia el mundo desarrollado, gracias a las mejores rentabilidades netas de riesgo que ofrecen. No es otra cosa que algo largamente anunciado.

El riesgo de esta transición que convalida un cambio estructural global es que la devaluación generalizada de las monedas emergentes, en algunos casos reñida con los fundamentos de cada país, va generalmente acompañada por el debilitamiento de la cotización de sus bonos. Esto puede inducir a una venta generalizada de dichos activos, donde no se distinguen riesgos. Con ello se retroalimenta el contagio poniendo a todos en la misma categoría de riesgo, hecho que casi siempre termina en un frenazo del financiamiento externo (sudden stop) tanto para el sector público como el privado. Un fenómeno que durará hasta que se disipe la polvareda de las ventas masivas y comience a distinguirse la calidad de los distintos riesgos. Ese flujo y reflujo tiene consecuencias adversas para todas aquellas economías, como las emergentes, dependientes del crédito para su funcionamiento.

Con este telón de fondo es que adquiere relevancia la resolución rápida de la crisis argentina con la ayuda de la comunidad internacional liderada por el FMI, más por el mensaje de estabilidad y apaciguamiento que puede irradiar para aplacar instintos, que por la magnitud de los recursos necesarios para resolverla. Después de Turquía, Argentina es el foco de mayor inestabilidad en cuanto a la formación de expectativas del mundo emergente. No cauterizarlo a tiempo puede despertar otras realidades complejas en países relevantes.

Conviene recordar que los procesos de contagio comienzan silenciosamente, por hechos aparentemente desconectados que se van alimentando de pequeños vertederos que luego se convierten en un torrente. Así comenzó la gran crisis que sumió a la región y a nosotros a principios de siglo, donde el default arbitrario de la deuda doméstica rusa en agosto de 1998 comenzó a erosionar la percepción sobre los mercados emergentes que terminó en un frenazo del financiamiento externo de Brasil al año siguiente que lo obligó a devaluar, el siguiente arrastre hacia Argentina y el coletazo final sobre nosotros a través de una corrida bancaria inédita por su magnitud. En esos procesos, la experiencia enseña que las grietas propias hasta ese momento —disimuladas o desconocidas— quedan expuestas, facilitando la absorción de los efectos nocivos del shock externo.

Mrando hacia delante, se puede decir que el mensaje del Presidente Macri reconoció e instaló en el debate argentino que un país no puede vivir permanentemente gastando más de lo que produce. No es un tema trivial para una sociedad cuya historia muestra su proclividad para desconocer esa restricción básica para toda economía.

A su vez, el FMI parece que entendió que su rol de prestamista de ultima instancia en circunstancias como las actuales es crucial. Es importante recordar que la disponibilidad inmediata de los recursos del programa es tan importante como su tamaño. Tranquilizar expectativas requiere la capacidad de mostrar liquidez suficiente para aplacar cualquier movimiento especulativo y recuperar confianza. También la comunidad internacional puede hacer algún aporte para magnificar el colchón de liquidez.

Por último, la política debe facilitar la instrumentación a rajatabla de un programa cuya trayectoria asegure la consolidación fiscal. Sin ello todo será en vano.

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