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Argentina en nuestro futuro

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Mauricio Macri
Mauricio Macri
Foto: Archivo

Opinión

Las peripecias del mundial de fútbol han distraído la atención sobre la real envergadura de lo acontecido en Argentina. También, ha nublado la percepción de sus efectos futuros en nuestro país.

El gradualismo en materia de ajuste económico ha llegado a su fin, siendo de ahora en más la urgencia de los hechos la que marcará el camino de la política económica. Sin dudas, el gobierno de Macri perdió una apuesta osada: usar el endeudamiento en vez de la emisión monetaria como instrumento para ir encuadrando las cuentas fiscales y reducir la inflación. Bastó una bola de vencimientos altamente concentrada de deuda interna (Lebac) para que se disparara una corrida cambiaria, que generó cambios profundos en el gabinete, incluyendo la renuncia de la mitad del directorio de su Banco Central.

Pero lo más importante fue que el gobierno despertó del realismo mágico de una estrategia sin salida, reconociendo que la reducción rápida del déficit fiscal es la única posibilidad de anclar su macroeconomía y bajar la inflación. Más allá del simbolismo del retorno al FMI, lo cierto es que su aporte concreto, más que el técnico, será brindar algo de oxigeno a través del aporte de reservas de libre disponibilidad para salir del paso. Pero de ahora en más, toda la responsabilidad estará sobre los hombros de una administración que fue tratada con benevolencia por los mercados de capitales internacionales.

Lo que viene.

En realidad, Argentina va a procesar un ajuste vía tipo de cambio y reducción nominal del gasto dependiendo inversamente uno del otro. A menos caída del gasto nominal, más devaluación real del tipo de cambio. Y entre medio, para lubricar las cosas, utilizar la capacidad remanente de endeudamiento externo.

Corresponde anotar, que uno de los resultados de la crisis cambiaria fue el deterioro de la relación deuda/PIB, pues su deuda externa está totalmente dolarizada. Lo mismo ocurre con la carga de intereses sobre las cuentas públicas. A lo que se viene agregando la emisión de deuda en dólares para financiar el rescate de Lebac que están en pesos.

En otras palabras, el financiamiento del déficit fiscal con instrumentos emitidos en pesos por el Banco Central, que no se computaban como deuda, desde ahora en más pasa a integrar los indicadores de endeudamiento público de Argentina. En resumen, se han estrechado los márgenes para recurrir al endeudamiento externo como facilitador del tránsito hacia la consolidación fiscal.

Sin dudas que el comportamiento del crecimiento económico afecta la intensidad y sentido de las fuerzas descritas. Mirando hacia delante, las perspectivas de corto plazo no son resplandecientes. Todo ajuste implica enfriamiento de la demanda interna.

Brasil, su principal socio comercial de productos industrializados, también muestra dificultades propias. Y el fortalecimiento del dólar genera presiones deflacionarias en el precio de las materias primas, entre ellas los alimentos. A ello se agregan los escarceos de una guerra comercial liderada por Estados Unidos, que agrega presión en el mismo sentido. Por tanto, el retorno de un súper ciclo en el precio de las materias primas es casi nulo.

En Uruguay.

Sin ninguna duda, este panorama tiene implicancias importantes sobre nuestro país. No por inesperado, sino por la magnitud de sus efectos reales y por algo más importante aún. El riesgo de caer en la tentación de pensar que somos inmunes a esos efectos, y que no debemos adaptarnos a estas nuevas circunstancias.

El colega Javier de Haedo en su columna reciente demostró rotundamente que nuestro tipo de cambio real ha mejorado respecto al resto del mundo, pero se ha deteriorado respecto a la región, principalmente con Argentina.

Eso implica menos demanda por nuestros servicios turísticos, exportaciones hacia destinos regionales y desvío de consumo doméstico hacia esos países. Es una vieja historia ya conocida, que se resume en enfriamiento del crecimiento y menos recaudación.

Pero el gran telón de fondo es un déficit fiscal que no cede, y que tiene todas las perspectivas de seguir creciendo por el doble juego de aumentos del gasto endógeno, hoy fuera del control del Ministerio de Economía y el apaciguamiento del nivel de actividad motivados por la región.

Los sucesos recientes de Argentina confirman algo ya sabido. Corregir los desequilibrios puede dilatarse con subterfugios, dilatar la aparición de crisis es posible, pero una vez desatadas se explayan a velocidad vertiginosa, a confines inesperados que dejan una estela de ruina indeleble. Esto adelantó el debate macroeconómico en nuestro país, de cara al próximo acto eleccionario.

¿Podremos seguir con este nivel de déficit en fase ascendente cuando el entorno regional o internacional no es benévolo, traspasándole al próximo gobierno toda la carga del ajuste? ¿Y si en el medio del camino, los hechos porfiados dicen presente y actúan por mano propia?

Son inquietudes que todos los actores sociales debemos preguntarnos y buscarles la mejor respuesta para evitar daños auto infligidos.

Recordemos que en el periodo preelectoral anterior, ante luces amarillas encendidas por el deterioro fiscal ascendente (2,5% del PIB) la respuesta fue la negación, seguida del reconocimiento tardío ante la evidencia de los hechos.

Esperemos que la historia no se repita. Hoy, el mundo, la región y la situación fiscal, son más complicados que aquél entonces.

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