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De Argentina y nosotros

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pesos argentinos
A newsstand owner counts Argentine pesos bills in Buenos Aires on January 24, 2014. Argentina on Friday lifted restrictions in place since 2011 that limited the purchase of foreign currency, a day after the peso suffered its worst single-day dive since the 2002 financial crisis. The government has decided "to authorize the purchase of dollars for holding or savings," said Jorge Capitanich, President Cristina Kirchner's cabinet chief. The restrictions had always been temporary and had served their purpose. AFP PHOTO / LEO LA VALLE ARGENTINA-ECONOMY-CURRENCY
LEO LA VALLE/AFP

OPINIÓN

Todo parecía indicar que en 2018 e incluso en 2019, tendríamos "más de lo mismo" de 2017. Salvo que sucediera algo inesperado con la reactivación en los EE.UU., en la periferia europea o en el sistema financiero chino.

Nada cambió en las últimas semanas en esos frentes, pero hoy podemos asegurar que ya no habrá más de lo mismo para nosotros desde aquí al año que viene.

La sorpresa vino, como tantas veces, desde el vecindario, y en particular desde Argentina. Y no como consecuencia de cambios externos a ese país (que en todo caso todavía han sido muy leves), como se empeña en sostener su gobierno, sino por errores propios y "no forzados". Primero, sobre fin de año, se minó la credibilidad en el BCRA, después entró en vigencia un absurdo impuesto a los intereses de la deuda pública y finalmente el programa de normalización de las tarifas públicas perdió apoyo en parte de la coalición gobernante.

Lo que sucedió después es conocido: el Central retomó su independencia y subió la tasa de política monetaria, el dólar saltó hasta un "techo" de $25 y el ministro de Hacienda salió volando a Washington para pedir socorro al FMI. Fue el único ministro del vecindario que sacó pasaje, lo que prueba que sus problemas no fueron de origen externo sino autóctonos. Para quienes hemos vivido ya varias veces el impacto de estos problemas allende el Plata, enseguida se prendieron las señales de alarma. Sabemos que no podemos subestimar estas cosas porque si bien en algunos frentes ya no dependemos tanto de Argentina, en otros seguimos estrechamente ligados.

El "canal financiero" ya no es fuente de contagio, como lo era en el pasado, y el "canal comercial" afecta sólo a una parte de nuestra industria, pero la afecta mucho, como comprobamos cuando Argentina impuso el cepo desde 2011. Se trata de industrias que sólo exportan a Argentina al amparo del intercambio de preferencias "mercosurianas". Donde sí persiste la muy alta dependencia es en el "canal de turismo y compras", como también comprobamos no hace muchos años cuando el blue se despegó del dólar oficial. También pudimos comprobarlo este verano, cuando (en el primer trimestre) el 70% de los gastos de los turistas fue realizado por argentinos. Esta es la prueba de que el famoso desacople que tuvimos en años anteriores ya no está vigente. El éxito del verano pasado es la prueba del reacople.

Argentina era, hasta las vísperas del reciente sacudón que sufrió, el único caso con el cual manteníamos una relación bilateral de precios favorable. Con Brasil y con fuera de la región, estábamos en tres cuartos del tipo de cambio que nos situaría en promedios históricos de tipo de cambio real. Lo que no sirve para saber "cuánto debería valer" el dólar, pero que es una referencia ineludible a la que tarde o temprano volvemos a converger, como muestra la historia de las últimas décadas. Solemos "casarnos" con el vecino caro y junto a él nos alejamos del resto del mundo y también con él, cuando termina ajustando, ajustamos nosotros. En este contexto es muy importante cuidar esa relación bilateral de precios. Si Argentina se nos escapa, en vez de que los argentinos vengan a hacer turismo, a comprar y a pagar impuestos acá, iremos nosotros a hacerlo del otro lado del río.

Como consecuencia de este shock externo negativo creceremos un poco menos, el precio del dólar estará más arriba que antes y la inflación será algo más alta. ¿Cuánto cambiarán esas variables? Dependerá de cómo se procese internamente ese shock desde las políticas públicas.

La reacción inicial desde el BCU fue razonable. No intervino en el mercado de cambios (salvo con algunas ventas de dólares a plazos) y casi no tocó las tasas de las Letras en pesos. Es claro que, para su propósito en materia de inflación, no le viene bien cualquier tipo de cambio, pero por ahora ha dejado que el mercado busque su nuevo equilibrio. El BCU ha manejado muy atinadamente situaciones como esta en 2008 y en 2014-2016.

Mientras tanto, desde el MEF se ha querido restar "dramatismo" a la situación y se lo fundamentó en un desacople que ya no es tal. Resulta preocupante si realmente se cree lo que se expresó y también si no se lo cree, porque más que tranquilidad lo que se trasmite e s que se puede seguir adelante alegremente con planteos presupuestales inviables.

Estamos en vísperas de la revisión anual del presupuesto y quienes demandan más recursos hacen fila frente al MEF. Si antes de este cimbronazo ya era imposible atender esos planteos, ahora los esfuerzos deberían centrarse en cómo reducir el presupuesto. Creceremos menos, no sabemos cuánto menos, y habrá menos recursos tributarios de lo esperado.

Tampoco debería pasar inadvertido el cambio de escenario, a los efectos de las nuevas negociaciones en los Consejos de Salarios. El menor crecimiento económico que resulta previsible complicará más las perspectivas en materia de empleo y debería haber mayor cautela con las pautas salariales a considerar.

Lo sucedido en Argentina muestra una vez más que cuando es necesario corregir el rumbo, es preferible que lo haga el conductor y no que lo impongan las circunstancias.

Dado lo volátil de la coyuntura, dejo constancia de que escribo esta nota el lunes 21.

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