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Los aranceles y los conflictos comerciales son más que un problema de dinero

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Economía y Mercado

Análisis

El enfoque de “Estados Unidos primero” del gobierno de Trump en cuanto a los aranceles y el comercio no se reduce únicamente a cuestiones financieras: plantea interrogantes clave para la guerra y la paz.

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Esto puede sonar hiperbólico. Sin embargo, dos profesores de Yale, Oona A. Hathaway y Scott J. Shapiro, argumentan de manera convincente que el mundo se volvería un lugar mucho más peligroso si el gobierno de Trump afecta gravemente el consenso mundial que ha estado en vigor desde hace décadas.

“Con todas sus imperfecciones, el mundo opera en el entendido de que la guerra es ilegal y las sanciones comerciales son un método legal para castigar el comportamiento beligerante”, comentó Shapiro. “Sin embargo, las sanciones solo funcionan con un régimen saludable de comercio internacional, y conforme al Estado de derecho internacional. Todo eso está poniéndose en tela de juicio ahora”.

Por el momento, los problemas más evidentes derivados de las iniciativas comerciales del gobierno de Trump son principalmente de índole financiera. Días pasados, Estados Unidos impuso nuevos aranceles a 200.000 millones de dólares en productos chinos, y el presidente Donald Trump dijo que estaba preparado para gravar todas las importaciones chinas.

Las autoridades chinas de inmediato actuaron en represalia con nuevos gravámenes a 60.000 millones de dólares en productos estadounidenses. Además, también se están gestando controversias comerciales entre Estados Unidos y varios aliados. Los costos para los consumidores, las empresas y la economía mundial se están calculando con sumo cuidado.

No obstante, los dos académicos afirman que el enfoque agresivo del gobierno podría tener un costo mucho más elevado: desmantelar una compleja serie de reglas y acuerdos que han servido para moderar el comportamiento de grandes potencias como Estados Unidos, China, la Unión Soviética y, ahora, Rusia.

En un libro provocador, “The Internationalists: How a Radical Plan to Outlaw War Remade the World” (Simon & Schuster, 2017), los catedráticos repasan la historia del derecho internacional. Afirman que la relativa prosperidad y la paz del mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial tienen una tremenda deuda con un tratado internacional ahora desconocido: el Pacto Kellogg-Briand.

El tratado, que se suscribió en 1928, prohibió la guerra. Esa puede parecer una declaración extraña porque, claro está, la guerra nunca terminó. La Segunda Guerra Mundial fue el conflicto más costoso en la historia de la humanidad; el terrorismo y la violencia entre las naciones han florecido en todo el mundo, y el conflicto de Afganistán ya es la guerra en curso más larga de Estados Unidos por un amplio margen.

Tal vez por eso el Pacto Kellogg-Briand suele menospreciarse, si acaso se le recuerda. George Kennan, el destacado diplomático, historiador y estratega, dijo que el pacto era “infantil, simplemente infantil” en sus aspiraciones utópicas.

No obstante, el libro argumenta de manera vehemente que ese tratado de 1928 dio lugar de manera gradual a una serie de cambios institucionales, los que ayudaron a crear las reglas de un orden mundial que ahora están tan generalizadas —y son casi tan imperceptibles— como el aire que respiramos. Los dos catedráticos argumentan que las acciones y amenazas del gobierno de Trump están poniendo en peligro ese entorno estabilizador.

No solo se trata de que aliados como China, Alemania, Japón y Canadá declaren que están preparando medidas recíprocas en respuesta a los aranceles en aumento que Estados Unidos amenaza con imponer, o que ya impuso. No es solo que los mercados financieros y los sectores económicos hayan comenzado a reaccionar, o incluso que la guerra comercial que se intensifica amenace el crecimiento económico mundial. Ni siquiera se trata de la relación cada vez más cáustica entre China y Estados Unidos.

Hay mayores riesgos en juego, afirman los profesores.

Consideremos, comentó Hathaway, a qué tipo de mundo podríamos estar volviendo a entrar si la escalada de conflictos con otras naciones del gobierno de Trump fuera a echar por tierra el actual consenso internacional.

“Algunos principios fundamentales están en riesgo”, afirmó la académica. “Recordemos que castigar el comportamiento beligerante a través de sanciones comerciales era ilegal antes del tratado en 1928, y adquirir territorio mediante la guerra era legal”, explicó. “Pero en 1928, y con las reglas que se desarrollaron gradualmente, eso se invalidó”.

Continuó: “es importante que nos demos cuenta de que si alteramos el sistema de comercio internacional —y el consenso que prohíbe la guerra y que está en efecto ahora— estamos afectando los medios financieros para castigar violaciones de guerra. Al final, podríamos quedarnos únicamente con la dependencia en la fuerza”.

La negociación fuerte y respetuosa para mejorar la posición relativa de Estados Unidos es totalmente adecuada, comentó Shapiro. “Creo que nadie afirmaría, en defensa del sistema actual, que es perfecto. Todo lo contrario. Sin embargo, hay una diferencia entre tratar de reformar el sistema desde dentro y hacerlo estallar, que es lo que parece estar sucediendo”.

Por ejemplo, dijo el catedrático, las reglas cotidianas y los procedimientos de arbitraje de la Organización Mundial del Comercio (OMC) por lo general no llaman mucho la atención, pero son fundamentales para que el comercio se lleve a cabo sin contratiempos —y en paz— en todo el mundo.

Al invocar disposiciones de seguridad nacional para sustentar sus exigencias comerciales, el presidente ha ayudado a crear una crisis en la organización. Asimismo, al bloquear el nombramiento de los jueces de apelación que fungen como árbitros en las controversias, el gobierno está dificultando que la OMC aborde los altercados comerciales cada vez más disputados que han venido surgiendo con mayor frecuencia.

La situación ha empeorado tanto que la Unión Europea ha comenzado un último esfuerzo desesperado para reparar la OMC y salvarla de los que bien podrían ser los esfuerzos del gobierno de Trump para destruirla.

La decisión del gobierno de abandonar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y de usar tácticas de alta presión para rehacer o abandonar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte epitomizan “el enfoque de actuar por cuenta propia” que Trump ha usado, rompiendo con las tradiciones de todas las presidencias posteriores a la Segunda Guerra Mundial, comentó Shapiro.

Como principal ejemplo de la animadversión del gobierno hacia las organizaciones internacionales, Hathaway señaló un discurso que John Bolton, asesor de seguridad nacional de Trump, pronunció el 10 de septiembre, en el que atacó a la Corte Penal Internacional en La Haya.

Bolton declaró que la organización —que se estableció mediante un tratado que celebraron 123 naciones— “amenaza de forma inaceptable la soberanía y los intereses de seguridad nacional estadounidenses”.

En un singular giro, amenazó con usar sanciones económicas —que se convirtieron en la principal herramienta para hacer cumplir el derecho internacional como resultado del Pacto Kellogg-Briand— como armas para impedir que los jueces de la corte hagan cumplir el derecho internacional, mencionó Hathaway.

Además, Bolton también ha condenado a la OMC en el pasado, mediante la defensa en términos generales de un enfoque unilateral de Estados Unidos y del fin del proceso de toma de decisiones consagrado en la organización.
Bajo estas circunstancias, las resoluciones aburridas y negociadas a las actuales controversias comerciales serían un final feliz, afirmó Hathaway.

En cambio, el mundo podría enfrentarse a la lamentable posibilidad de un conflicto sin las reglas ni los medios para resolverlo pacíficamente. Estados Unidos seguiría siendo un actor poderoso en ese mundo, pero estaría jugando un juego mucho más peligroso.

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