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Más allá de junio o noviembre, todos deben pensar en marzo

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Objeción: el voto de uruguayos en el exterior genera polémica. Foto: Francisco Flores

OPINIÓN

Se podría ir delineando una agenda del próximo gobierno... que no debe ser muy diferente gane quien gane, si se atienden las asignaturas pendientes.

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Suele decirse que aquellos candidatos que se sienten cómodos para ganar la interna de su partido, tienden a "saltearse" esa etapa y construyen su estrategia electoral con la cabeza puesta en noviembre, mientras que los que corren desde atrás en sus internas, trabajan para ganar en esa instancia, en junio. Sin ser político ni politólogo, entiendo esa lógica.

Sin embargo, tal como están las cosas, sería conveniente que unos y otros vayan desde ya pensando, también, en marzo (de 2020). La razón es clara: esta vez sí sabemos que el ganador no tendrá mayoría propia en el Parlamento y que para tener gobernabilidad, deberá alcanzar algún tipo de acuerdo con uno o más partidos.

Por lo tanto, todos deberían ir pensando en marzo; unos, los que se consideran como potenciales ganadores, para expresar las bases a partir de las cuales convocarían a los otros, y éstos, los que saben que no habrán de ganar, para dejar en claro en qué cosas estarían dispuestos a acompañarlos.

De este modo, se podría ir delineando una agenda del próximo gobierno, base de consensos para las políticas que podría desarrollar. Una agenda que no debería ser muy diferente gane quien gane, si se atienden las asignaturas pendientes de nuestro país y que, en todo caso, podría mostrar matices según quien encabece el gobierno, con sesgos en función de las ideas respectivas. Insisto, esto es independiente de quien gane la elección presidencial, porque aquella agenda se ha venido engrosando como consecuencia de la inacción que por años ha dado lugar el lucro cesante de la no gestión o de la mala gestión.

Quizá el caso paradigmático de lo anterior esté en lo fiscal. Hace unos días se supo que el déficit fiscal a enero está en 4,3% del PIB (el que, ajustado por un par de factores extraordinarios llega a 4,6%). Ante esta situación, el ministro Astori expresó su "preocupación" y su "frustración" pero no llegó a esbozar una sola "acción" desde la posición de analista o comentarista que ha asumido desde hace ya varios meses.

Insólitamente el ministro expresó que "hasta ahora el resultado no ha sido el que esperábamos y, por lo tanto, la conclusión es una sola: hay que seguir insistiendo y profundizando este trabajo", cuando es obvio (y lo dijo un sabio hace años) que si se quiere tener resultados distintos hay que probar a hacer cosas diferentes.

En el mismo campo fiscal, a fin de febrero se supo que el aumento promedio de salarios del Gobierno Central con vigencia desde el inicio de este año fue de 9,94%. Esto es dos puntos más que la inflación (y más que cualquier aumento en el sector privado), lo que compromete más las finanzas públicas de 2019 y de 2020 (en este caso por la incidencia en el aumento de jubilaciones, indexado a los salarios). Pero el discurso oficial en la materia echa las culpas del gasto creciente a su "endogeneidad", con cara de resignación. Es más, esto ha evolucionado y ahora se hace la apología del crecimiento del presupuesto como único camino hacia una mayor igualdad. Por lo visto, en el repertorio no está el hacer las cosas de un modo mejor, más eficiente, con una mejor gestión.

Cuidar la situación fiscal es esencial, no es un tema ideológico sino aritmético y nada tiene con ser liberales o cualquiera otra de las etiquetas que pululan en las redes sociales. Basta ver a Argentina para entenderlo: sin grado de inversión y sin ancla fiscal, están a la deriva y el costo de la deuda pública tiene inmediatamente como espejo el costo de la deuda privada, el de las empresas que deben financiar su capital de trabajo y el de las familias que deben financiar sus casas, autos y costo de vida con tasas que toman como piso la que paga el Estado (casi 60% es la tasa de política monetaria cuando escribo esta columna, el lunes 11). Y ni qué hablar del subibaja del dólar, tan relevante allende el Plata como de este lado, ambas economías con dos monedas, en ausencia de una verdadera moneda propia.

Como vimos hace dos lunes, es imperioso llegar cuanto antes al déficit fiscal que se ha planteado como meta desde hace varios años: 2,5% del PIB. Hay que ir hasta 1989 para encontrar una situación peor en esta materia y todos recordamos cómo se la debió enfrentar.

Pero mi planteo de que unos y otros vayan desde ya mostrando sus cartas con la cabeza puesta en marzo, tiene otro componente: la sinceridad.

Siguiendo con el ejemplo del caso fiscal, esa sinceridad implica decir toda la verdad sobre la situación y sobre los caminos que se deberá transitar para enfrentarla. No es consistente criticar duramente al gobierno por la situación fiscal y al mismo tiempo proclamar que se arregla con aspirinas. Si es así, o no es tan seria la dolencia o es insuficiente la receta para curarla.

Además, lo anterior tiene una dimensión política muy fuerte: ¿cómo haría el ganador, en marzo, para pedir a sus "socios" en el gobierno para hacer un ajuste con todas las letras si antes les ganó ocultando sus intenciones, o lisa y llanamente, mintiendo?

Todos tenemos fresco el año 2014 cuando el actual presidente y su actual titular de Economía y Finanzas se reiteraban en que no se deberían subir impuestos en el próximo gobierno. Y vaya si después los subieron. Pero entonces era cosa de entrecasa, de mayorías parlamentarias propias. En marzo será otra cosa.

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