OPINIÓN
Representan solo el 2% de total de los bienes y servicios adquiridos en el exterior.
La decisión del presidente Donald Trump de instaurar un nuevo arancel global del 25% al acero y del 10% al aluminio que importa, deja muchas dudas en su fase práctica.
El argumento de Washington es que los astilleros militares y los grandes proyectos en infraestructuras dependen demasiado del acero importando, que es más barato. También la industria de la automoción, aunque en su caso los fabricantes se oponen a las tarifas por el efecto que puede tener en el empleo del sector. Trump busca, sin embargo, incentivar la producción doméstica de acero especializado.
El Departamento de Comercio publicó hace pocas semanas los resultados de un estudio, tras consultar con varias agencias, en el que concluía que estas importaciones minan las necesidades militares de EE.UU. y ponen en riesgo la seguridad. Planteaba tres opciones a considerar para pasar a la acción, utilizando una legislación de 1962: imponer una tarifa global, aplicar cuotas o aplicar aranceles específicos. Trump quiere ir más allá de la recomendación.
Estados Unidos exportó el pasado año productos y servicios por valor de 2,3 billones de dólares. Pero su economía consumió 566 mil millones más en importaciones que de lo que vendió fuera. El desequilibrio es enorme en el caso del acero y el aluminio cuando se compara con lo que produce a escala doméstica. Aún así, representan una parte menor en el cómputo general de los intercambios comerciales globales.
EE.UU. importó acero y aluminio por un valor combinado de 48.000 millones en 2017, según los datos del Departamento de Comercio. Eso representa cerca de un 2% de todo lo que entró en el país en 2017 para los dos productos. Texas, California, Illinois, Michigan, Luisiana, Pensilvania, Ohio y Nueva York recibieron el 60% del total nacional.
Cualquier distorsión comercial en estos estados tiene consecuencias en sectores clave como la automoción o de la energía.
El 16% del acero llegó el año pasado de Canadá y el 13% de Brasil. El otro gran importador es Corea del Sur, con el 10% del total. Rusia y México nutren cada una a EE.UU. con el 9% del total. China no aparece entre los diez primeros importados, con solo el 2% de las compras del metal. Sin embargo utiliza otros países para introducir indirectamente su acero en el mercado estadounidense.
En volumen, las importaciones de productos de acero ascendieron a 36 millones de toneladas. Es menos de un 8% cuando se compara con los 473 millones de toneladas que se comerciaron en el mercado global. Algo similar pasa con el aluminio. Canadá es el mayor importador de lejos, con el 56% del total que entra en EE.UU. Le siguen Rusia y China con el 8% y el 6% del total respectivamente.
Las estadísticas que elabora la US Geological Survey muestran que la producción de aluminio se redujo en 2017 por quinto año consecutivo. Lo hizo un 12% respecto a 2016 y acumula un descenso del 64% en cinco años. El argumento de la Casa Blanca es que China produce en un mes lo que EE.UU. hace en un año. La expansión de su tejido industrial creó un exceso de capacidad.
El gran perdedor por el arancel es Europa, porque el 15% de sus exportaciones tuvieron como destino EE.UU. en 2017. El temor en Bruselas, además, es que el arancel provoque que una parte de las exportaciones de otros países se dirijan a su mercado cuando entre en vigor la medida proteccionista de Donald Trump. Eso le llevará a adoptar medidas de salvaguardia para mitigar los riesgos.
La siderurgia da empleo a 385.000 personas en EE.UU., y eran cerca de 640.000 asalariados en el año 2000. Trump se concentró durante la campaña en las localidades del viejo tejido industrial más afectadas por la destrucción de empleo para captar votos y acusó a China de vender el acero por debajo del precio de mercado. "La Organización Mundial de Comercio fue un desastre para nuestro sector manufacturero... necesitamos a estas compañías para nuestra defensa", afirmó.