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Zambullirse en las malas noticias y sufrir por ello

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Los apocalípticos comienzan a ser legión: consumen todo tipo de noticias negativas.

COMPORTAMIENTO

A las ya existentes advertencias sobre el exceso de tiempo frente a la pantalla del celular se le suma el doomscrolling, que halla en la red social Twitter la plataforma ideal para desarrollarse.

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Año 2016. El comediante estadounidense Patton Oswalt presenta su espectáculo Annihilation en Netflix. Arranca agradeciendo el entusiasmado recibimiento: “Gracias por esa demostración de afecto y alegría. Sobre todo por todo esto que está pasando, supongo que lo habrán visto en Twitter hace unos minutos, ¿no?” Silencio. “Estaba bromeando, no pasó nada. Pero ese es el mundo en el cual vivimos, en donde nos preguntamos qué pasó, qué hizo”. Oswalt se refería a Donald Trump y su estilo en la red social del pajarito, pero también —como elabora después— a esa relativamente nueva tendencia de recorrer Twitter y leer un titular catastrófico tras otro. Oswalt de nuevo: “Mi rutina matinal es la siguiente: suena la alarma, agarro mi teléfono, veo si alguien ha llamado, veo mis correos y luego entro a Twitter. Solo que ahora, cuando reviso esa red social, lo hago con mucho miedo”.

Cualquiera que tenga el smartphone cerca de la cama y revise sus redes sociales apenas se despierta reconocerá en parte lo que Oswalt usa para sus humoradas. Aún con las lagañas de la noche en los ojos, uno empieza a ver el TL (por “timeline”) de Twitter e… inmediatamente quiere volver a dormirse. Una mala noticia tras otra, con el ocasional meme o comentario gracioso inserto entre tantas pálidas. “No puedo creer que haya dicho eso”; “¡Pero qué hijo de… ¡”; “Qué bajón…” Esos son, muchas veces, los titulares mentales que con los que uno responde a los que ve en esa u otra red social.

Ese comportamiento tiene nombre: doomscrolling (a veces, doomsurfing), por la acción de recorrer los titulares apocalípticos. Una de las personas que lo popularizó es la periodista Karen K. Ho, que cubre temas económicos en la publicación Quartz. En su cuenta de Twitter, incluyó junto a sus datos personales la frase: “Le recuerdo a la gente que no haga doomscrolling todas las noches”. Justamente a través de Twitter, Ho le dice a Revista Domingo que el término fue acuñado por una colega, la periodista de Buzzfeed Anne Helen Petersen. “Ella lo tuiteó y yo lo tomé para recordárselo a mis seguidores. En una semana más o menos, el término llegó a una nota en Los Angeles Times y también fue tomado por otros medios. Asimismo, se lo incluyó en una publicación del blog del diccionario Merriam-Webster”.

Ho añade que el comportamiento no se limita a Twitter: “También se hace en Facebook, Instagram, Tik Tok y WhatsApp. Es la acción de pasivamente observar malas noticias sin un sentido de para qué se hace eso”. Con todo, es en Twitter donde este comportamiento más se exacerba. Esa red social es, por ahora, la principal en cuanto a coberturas periodísticas, por su inmediatez y formato, apto para titulares en donde la hipérbole es, casi, una norma.

En un artículo de la revista Wired sobre el tema se añoran los viejos buenos tiempos en Twitter… hace un año más o menos: “Antes, uno revisaba esa red buscando comentarios sobre Game Of Thrones (serie que concluyó, justamente, el año pasado). O para ser el director técnico del partido que estaba viendo. Ahora, lo único que hay para consumir sin pausa es el colapso del mundo: las muertes por el coronavirus, la tasa de desempleo, las protestas y movilizaciones. Es como una serie de televisión con temporadas ilimitadas y la promesa de alguna respuesta a todos esos problemas o al menos de buenas noticias, parece estar a solo un clic de distancia”.

Bueno, no. El problema es que no hay respuestas (¿o tal vez las respuestas que hay no son del todo alentadoras?) Como también se dice en esa nota de Wired, la pantagruélica cantidad de información —inabarcable, inaprensible— le hace exigencias imposibles de cumplir al proceso cognitivo. Una experta consultada para ese artículo dice que “la pandemia se combina con el hecho de que muchos no tienen trabajo o trabajan desde su casa y que por eso no pueden juntarse con otros para, colectivamente, crear sentido de lo que está pasando”.

En el doomscrolling se fusionan, además, dos fenómenos potencialmente dañinos: el miedo a sentirse por fuera de lo que en ese momento es tendencia en Twitter (sea la LUC o lo que pasó en el programa de televisión favorito) y la adicción a la pantalla. Ho acota que con ese combo el doomscrolling puede ser nocivo para la salud mental. “Muchos psiquiatras y psicólogos han dado cuenta de los efectos perjudiciales de este comportamiento. Puede exacerbar los sentimientos de tristeza, angustia, agitación y estrés. También puede afectar la capacidad de dormir bien de mucha gente, además de ser una carga para la vista si se hace en un lugar con poca iluminación”.

El psicólogo Roberto Balaguer, especialista en los posibles efectos de las nuevas tecnologías sobre la psiquis, escribió hace poco en una columna para el medio Montevideo Portal: “¿Debemos evitar las pantallas? La respuesta con sentido común en mi opinión es no, porque eso no es lo verdaderamente importante (…) Evitar las pantallas en adultos solo sirve para, que salgan a contagiar a eventos sociales o medios de transporte, egoísta e impunemente. Sirve para no estar informados y repetir fake news que llegan por WhatsApp. Sobreinformarse sirve para lo mismo, además de contribuir a la locura y al pánico generalizado y alimentar el contexto de estrés”.

A Revista Domingo, Balaguer dice que “buena parte de lo que puede ocurrir respecto de este tema depende del manejo emocional que uno haga. Eso, el manejo emocional, es lo que te impulsa a leer, dejar de leer o leer en demasía. Tiene que ver con la capacidad de autorregularse emocionalmente y poder decidir cuándo leer, cuánto leer y cuándo parar de leer, para no sobreinformarse obsesivamente sobre una temática que sabemos nos va a hacer mal”.

Balaguer pone el ejemplo de las películas de terror. Las miramos porque nos “gusta” tener miedo. La diferencia, claro, es que podemos controlar esos miedos. Lo nocivo es cuando uno sabe que tiene terrores nocturnos y aún así ve películas de terror de noche. Ahí, añade el experto, hay una toma de decisión que no está del todo bien. “Otro ejemplo: jugar a la copa. Al que le gusta la adrenalina, lo puede jugar sin problema. Ahora, al que realmente le da miedo y la juega igual…”

¿Cómo alcanzar, entonces, un equilibrio entre la cantidad de información necesaria para no ser un cavernícola que no está al tanto de nada y la cantidad suficiente para no transformarse en alguien para quien el fin del mundo está a la vuelta de la esquina?

“Hay varias bibliotecas al respecto, pero existen dos o tres componentes: uno es el hereditario. Todos venimos a este mundo con ciertas capacidades individuales. Otro componente tiene que ver con lo que nos pasó, nuestra historia de vida y el contexto en el cual nacimos. Qué figuras maternas y paternas tuvimos, qué ejemplos nos dieron, qué modelos de conductas nos demostraron. Todo eso va generando como una gimnasia y sus efectos dependen en parte de lo que uno es. Por más que haya buenos talladores, si la madera no es buena, es poco probable un buen resultado. A la inversa también se da: a pesar de un contexto adverso, hay casos de quienes lo superan. Y, por último, la educación formal”.

Balaguer añade un matiz respecto al último componente, el educativo. “Hay que tener en cuenta que no todo es raciona. Si así fuera, la gente no tomaría malas decisiones. Uno puede saber que mucha harina no es sano y aún así comer muchos bizcochos. O fumar. Ahí incide mucho el clima familiar, las conductas y modelos que imitamos de pequeños”.

Mientras pensamos si no sería conveniente revisar nuestro pasado para ver si ahí está el origen de nuestra compulsión a consumir adelantos del apocalipsis, le damos una última revisada a Twitter. Tal vez nos topemos con la noticia, confirmada, de que desarrollaron la vacuna contra el coronavirus y que todos tendremos acceso a ella.

Karen K. Ho tiene algunas ideas para controlar esta manía.
Karen K. Ho tiene algunas ideas para controlar esta manía.

Algunos métodos para controlarse

Hay algunos trucos o atajos para no estar constantemente consumiendo malas noticias.

De acuerdo a una nota publicada en New York Times, una medida es crearse una agenda con las tareas a hacer, aunque se trate de trivialidades como lavar los platos a tal hora. De esa manera, llenando el día con ocupaciones, es más probable regular el consumo problemático de información apocalíptica.

Otro consejo es meditar, para sentirse “desconectado” de la dura y cruda realidad.

Aún otra medida, según esa misma nota, es conectarse con aquellas personas que más nos importan y, en lo posible, formar un grupo con ellas, para poder exteriorizar aquellos temas que nos preocupan o angustian.

Karen K. Ho (foto) recomienda algunas herramientas tecnológicas para manejarse. “Hay bots en Twitter como @QuittrBot y @tinycarebot que pueden ser útiles para limitar el tiempo que pasamos revisando las noticias. También recomiendo borrar apps innecesarias. Y leer un libro antes de dormir”.

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