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La volcánica actividad turística en Islandia

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Islandia, la isla que está en auge y crecimiento

Viajes

Gracias al turismo, la isla se recuperó hasta convertirse en uno de los destinos más codiciados por los viajantes. Pero el auge del sector le plantea nuevos desafíos a un país de escalas pequeñas.

Hubo un tiempo en que la cerveza estuvo prohibida en Islandia. Cuando el país logró en 1918 un acuerdo de soberanía con Dinamarca —que había dominado la isla durante cinco siglos y pasó a controlar los asuntos exteriores y la defensa— hacía ya tres años que se había vetado el alcohol. Fue una medida progresista, al estilo de las leyes antitabaco de hoy en día. Pero también suponía una decisión independentista. Una forma de diferenciarse de los daneses, para quienes la cerveza era su bebida nacional. El veto se levantó parcialmente en 1921. Solo para el vino, gracias a las presiones de España y Portugal, que compraban bacalao a Islandia y buscaban un intercambio comercial. En 1944, bajo el contexto de la Segunda Guerra Mundial, la isla logró su independencia definitiva de Dinamarca. Pero no fue hasta 1989 cuando, por fin, el país se abrió a la cerveza.

Beberse hoy una cerveza en Islandia es normal. El país vive mayoritariamente del turismo y en el último decenio ha visto proliferar hoteles, restaurantes, bares… Los 337.000 habitantes de la isla asisten a un boom de visitantes nunca visto (se espera un récord de 2,4 millones este año). La explosión se vive como un milagro económico 10 años después del crash financiero de octubre de 2008 que los dejó temblando, con los tres bancos principales en la quiebra y miles de familias en la ruina.

El destino quiso que la erupción de uno de los 130 volcanes del país, el Eyjafjallajökull, en 2010, fuera un resorte. Esta montaña de nombre impronunciable escupió millones de toneladas de ceniza al cielo, provocando una nube de proporciones nunca vistas y la mayor parálisis de la historia de la aviación en Europa. El espacio aéreo islandés estuvo cerrado una semana, y el de otros países como Reino Unido, Dinamarca, Suecia, Noruega, Alemania, Italia y Finlandia también sufrió graves alteraciones, con decenas de miles de vuelos cancelados. La catástrofe parecía sumarse a la que dos años antes había hundido en una profunda crisis económica a Islandia, y sin embargo, el desastre natural se convirtió en una oportunidad. Presentes en los informativos de todo el planeta, gobierno y sector privado se unieron bajo el nombre de Promote Iceland ("Promocionar Islandia") para aprovechar la publicidad gratuita y lanzar una campaña de captación de turistas con un sencillo lema: Inspired by Iceland ("Inspirados por Islandia").

Se grabó un video de dos minutos y medio al ritmo del Jungle Drum, de Emiliana Torrini, cantante islandesa de origen italiano: la pieza mostraba glaciares, baños termales, deportes al aire libre, géiseres, cascadas, piscinas calientes naturales, playas volcánicas, el mundo rural y el pesquero… No tardaría en viralizarse en la red. De repente, Islandia ofrecía una imagen atractiva. No solo brindaba espectaculares paisajes, sino clima fiestero, lo que en este país todos toman como verdadero leitmotiv nacional: el etta reddast o "todo va a salir bien". Según cuenta Inga Hlín Pálsdottir, directora de Promote Iceland y máxima responsable de la campaña Inspired by Iceland desde 2010, la preocupación era que el volcán provocara una recesión del 20% en el turismo. Pero aquel año se cerró con 488.600 visitantes, apenas un 2,7% menos que 2009. Así frenaron las previsiones más agoreras.

Tras minimizar el impacto de la erupción del Eyjafjallajökull, el Consejo de Turismo de Islandia miró al futuro y estableció metas de crecimiento. Al boom contribuyó que la corona islandesa había sufrido una devaluación tremenda por culpa de la crisis bancaria —perdió un 70% de su valor en 2008— abaratando los costos de viajar a Islandia. La afluencia de turistas fue saneando las cuentas. Los extranjeros traían dinero y este se quedaba en el sistema gracias a que tras el crash se había impuesto un control de capitales, levantado el año pasado.

"Cuando era niño, Reikiavik era un lugar muy soso. No había prácticamente nada", recuerda Egill Helgason, comediante y presentador estrella de la televisión nacional RÚV. "Ahora tenemos bares, restaurantes, teatros…, así que no me quejo".

Sin embargo, el paisaje del centro de la capital, donde él vive, tiene poco que ver con lo que era. Y eso, matiza, tampoco le entusiasma. Un indigente se le acerca en una zona próxima al Althing o Parlamento de Islandia. Tras intercambiar varias palabras amistosas, se despiden como si su relación viniera de lejos. "Cuando veo a alguien de aquí le saludo", asegura el comunicador, que ha sido testigo en primera línea del aumento de turistas desde 2010. Hoy son tantos que le cuesta cruzarse con un islandés en ciertas áreas de la ciudad. El ir y venir de trolleys a hoteles y apartamentos de Airbnb, o la llegada masiva de visitantes en los cruceros que atracan en el puerto, dibuja una realidad inexistente en 2008.

Los apartamentos turísticos han provocado una burbuja inmobiliaria, con precios desorbitados en la compra o el alquiler de vivienda para los ciudadanos locales. Y también para los extranjeros, un 17% de la población, que acuden a Islandia con el reclamo de un empleo. Esto sucede en un país donde hay, por si fuera poco, un déficit de vivienda debido a que tras la crisis no se construyó nada. "Quien tenía una habitación se lanzó como un loco a Airbnb. ¿Por qué se consintió? Porque la gente estaba ahogada", explica Elvira Méndez, profesora en la Facultad de Derecho en la Universidad de Islandia. Alquilar un piso a turistas está hoy regulado: 90 días anuales de manera libre o constituirse en empresa y pagar impuestos para una explotación mayor.

Este no es el único problema provocado por la masiva afluencia de turistas. El sistema sanitario está saturado, según explica Gubjörg Pálsdóttir, presidenta de la Asociación Islandesa de Enfermeras. Según denuncia, faltan camas en los hospitales —Pálsdóttir dice que el Gobierno proyectó un nuevo centro sanitario hace 16 años, pero la idea se paró— y las urgencias están colapsadas. "Temblamos cada vez que llega un crucero a Reikiavik (este verano será prácticamente uno por día). No todos los barcos están lo suficientemente preparados, y cuando atracan por las mañanas envían a gente normalmente mayor y con lesiones de traumatología. Hay que atenderlos rápido para devolverlos por la tarde a los buques".

Crecimiento

Además, según esta versión, siempre suele haber uno o dos extranjeros entre los seis o siete pacientes que alberga la UCI en el Hospital Universitario, en buena parte por culpa de accidentes de tráfico. El año pasado, apunta Pálsdóttir, hubo más muertos en carretera de origen extranjero que nacionales. Nunca había sucedido. "Generalmente, el mayor problema son los asiáticos. No están acostumbrados a conducir como aquí. Paran el coche en mitad de la carretera, toman fotografías y son golpeados por otros vehículos". Pálsdóttir relata además otro curioso problema: hacen falta enfermeras, pues muchas se reconvierten en azafatas de vuelo. "Ganan un sueldo mucho mayor y se evitan la presión del hospital".

Detalles al margen, la situación económica ha mejorado. "Volvemos a ser ricos, a comprar los todoterrenos más grandes, el nivel de vida es bastante alto, y el dinero fluye a las arcas del Estado, pero Islandia siempre ha disfrutado grandes crecimientos y sufrido enormes explosiones", apunta Helgason en referencia a lo que muchos llaman la "economía géiser" y al temor a una futura recesión. Los subidones repentinos y los desplomes brutales son tradición en la historia de Islandia. "No creo que sea saludable crecer a un ritmo de dos dígitos como hemos visto algunos años", apunta el ministro de Economía, Bjarni Benediktsson. "Que el turismo sea tan fuerte es muy buena señal, pero creo que nos ayudaría un crecimiento reducido pero más estable y continuado en el tiempo". 

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