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Vírgenes, británicas y para amantes de la navegación

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Se mire donde se mire, los paisajes son impresionantes. (Foto: Google)

Son unas 60 islas, cayos y atolones de los que sólo 16 están habitados. Refugio de famosos y destino de los amantes de la náutica y el lujo discreto, cada vez más viajeros las eligen.

Aunque la historia indica que pasaron por manos españolas, holandesas, francesas y danesas, desde 1600 son territorio británico de ultramar. Las Islas Vírgenes Británicas o BVI —la simplificación de su nombre en inglés— están emplazadas en el Canal de Drake, sobre el mar Caribe. El archipiélago está compuesto por sesenta islas y cayos, de las que las más grandes son Tortola, Anegada, Jost Van Dyke y Virgin Gorda. Esta última, de las más atractivas para el turismo.

"Aquí el océano no es un obstáculo sino el camino", dice Daniel, un periodista brasileño especializado en náutica, mientras la lancha en la que viajamos se abre paso entre veleros de todos los tamaños y se desliza sobre el mar cristalino, en busca de alguna de las playas exóticas de Virgin Gorda donde darnos un chapuzón. No es difícil encontrarlas: la particularidad que convierte a esta y las demás islas que conforman las BVI en uno de los destinos favoritos del mundo náutico —y dentro de ellos, del circuito más exclusivo, con regatas famosas como la Copa Rolex—, es también, una condición natural: no hay prácticamente arrecifes y las playas son públicas.

Uno puede anclar, literalmente, donde se le de la gana: aquí cualquier costa es tentadora para atracar el barco, darse un chapuzón y seguir viaje sin apuro. Para los amantes de la navegación hay más ventajas aún, como las geográficas: las BVI están cerca de Estados Unidos, a 80 kilómetros al Este de Puerto Rico, y a no muchos más de otras islas famosas como St. Barths, en la región Noroeste del mar Caribe. Sus muelles, además, reciben embarcaciones grandes, otra ventaja para los cruceros y para los navegantes particulares que arriban después de travesías más largas.

Para aquellos que no están tan familiarizados con este deporte de mar ni disponen de embarcación propia, lo que puede resultar excéntrico no es imposible: el alquiler de un catamarán por siete días para cuatro, con capitán y chef incluidos, puede rondar la base de 450 dólares diarios por persona. Interesante si se tiene en cuenta que aquí el valor trasciende lo que puede costar una mera noche de hotel para transformarse en una verdadera experiencia de vida a bordo, amaneciendo en una playa diferente cada día.

De Colón a las celebrities.

Sandy, el guía de Andys, es nacido y criado en Virgin Gorda como pocos: la mayoría de los isleños vive en la capital, Tortola. Maneja la empresa familiar con la que hace tours y cuenta que su padre fue el pionero en dar ese servicio en la isla, aunque son todos pescadores como primer oficio y todavía viven de eso, incluso llevan adelante un programa para enseñar a los chicos a pescar, en forma sustentable. Habla con tono lento, pausado y difícil de entender: es que pareciera que hay un inglés BVI, que hace que uno se aclimate con la isla y baje decibeles a la fuerza.

"Una vez intenté irme. No duré más de un mes y medio", dice, resignado, mientras mira el horizonte de aguas verdes y cristalinas. Se había ido a probar suerte como músico a otra isla cercana, pero extrañaba tanto su lugar que no le quedó otra que volver. Y agrega que a todos sus hermanos les pasó lo mismo, con cierto sentimiento encontrado entre que eso sea una maldición o una bendición.

Si hay algo que fascina en este lugar, es que, en cierto modo, sigue conservando ese estado virgen —redundancia mediante—. Como si el tiempo no hubiera pasado y el horizonte que se desdibuja entre el cielo y el mar, hoy sigue hipnotizando igual que a sus primeros habitantes, los arawak, hacia el 100 A.C. y los caribes, la tribu sucesora, hacia el siglo XV. Y también al conquistador: Cristóbal Colón pisó las islas en su segundo viaje a las Américas. Al revés de otros destinos caribeños, aquí no abundan los all-inclusive ni los resorts extravagantes, aunque sí la belleza de un paisaje en estado natural y el lujo sofisticado.

Por eso si bien aquí llega cualquier viajero que lo desee, Virgin Gorda es la elegida por muchas celebridades y millonarios. Uno es Sir Richard Branson, dueño de Virgin Group, que creó su paraíso cerca de Virgin Gorda, en Necker Island, una isla de 300.000 metros cuadrados que funciona como un resort super exclusivo (www.virginlimitededition.com). Entre sus huéspedes: Eddie Murphy, Beyoncé y hasta la familia real inglesa.

Dicen que Rihanna también es asidua, y ha llegado a alquilar en exclusiva toda la isla. Algo que de hecho, cualquier mortal puede hacer si dispone de unos 65.000 dólares diarios de presupuesto. Branson también compró, muy cerca de allí, Mosquito Island, otro futuro resort. Ambas islas se ven desde un punto panorámico conocido como North Sound, y se puede continuar la ruta hacia South Sound, donde esperan las costas de Spanish Town y Savannah Beach. The Baths, laberinto en el mar

La fila de turistas se angosta cada vez más y llega un punto en el que el espacio entre las rocas gigantes se va achicando, dejando sólo un recoveco para pasar, arrastrándose, hacia el otro lado. Vale la pena atravesar ese pasadizo y llegar del otro lado, donde espera el que es el punto turístico más atractivo de Virgin Gorda, The Baths. Allí el paisaje es una escenografía casi surrealista: rocas gigantes sobre una playa onírica, que se van juntando y así forman cuevas naturales por las que se puede nadar como si se estuviera en un laberinto y hacer snorkel. 

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Se mire donde se mire, los paisajes son impresionantes. (Foto: Google)

ViajesLA NACIÓN/GDA

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