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Un viaje al lado más salvaje de Costa Rica

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Los paisajes son impresionantes y las opciones múltiples.

Este país es famoso por su naturaleza y la biodiversidad que luce, un regalo que puede disfrutar en Osa. Es una península libre de mail y celular, a precios asequibles para prácticamente cualquiera.

El mejor momento para estar despierto en Costa Rica es temprano por la mañana. Bajo la suave luz azulada, en medio de la calma y la brisa fresca, olvidás el calor del día anterior y la humedad. Dicho eso, hay que agregar esto: pasear por las capitales europeas es un panorama que siempre está bien, pero cuando se está ahí, uno nunca puede olvidar los correos electrónicos, los mensajes de voz y las facturas que esperan en casa. En cambio, cuando se está en la bahía Drake, en la costa Suroeste de Costa Rica, es posible desconectarse de verdad. Y mejor aún: es posible disfrutar de esta escapada tropical a un costo muy razonable.

Como se sabe, Costa Rica no tiene ejército y ha optado por enfocar sus recursos en otros temas, como la conservación. Sus esfuerzos han dado frutos: aunque este país ocupa solo el 0,03% de la superficie terrestre, concentra casi el 6% de la biodiversidad mundial. Un argumento para recordar por qué este sitio tiene la fama de ser el lugar ideal para unas vacaciones ecológicas.

Con los documentos en orden, elegí la península de Osa en vez de la de Nicoya, que está en el Noroeste y es notoriamente más desarrollada, precisamente porque es más remota. Por lo tanto, según mi lógica, era más probable que tuviera una experiencia dominada por la naturaleza.

Lo cierto es que la mejor manera de llegar a bahía Drake es por aire, y luego hay que escuchar algunos consejos que pueden resultar esenciales: una de las aerolíneas que vuelan a Drake, Sansa, no sale de la terminal aérea principal de San José, la capital del país. De hecho, está en un edificio separado, así que hay que asegurarse de chequear bien a dónde va. Y en Sansa, el pase de abordar es simplemente una tarjeta reutilizable donde sale el nombre del aeropuerto de destino; no tiene el nombre del pasajero ni información personal, así que es mejor no perderla. Y aunque la mayoría de los aeropuertos tienen una decente de pequeñas tiendas para comprar alimentos, víveres y artículos diversos, en el de San José casi no hay.

Como sea, después de un vuelo de 45 minutos en un pequeño avión Cessna de hélices, estaba en la bahía Drake.

Edu, mi anfitrión en Río Drake Farm, un pequeño hotel que él supervisa junto con su esposa, Sabrina, me encontró de inmediato entre la decena de pasajeros; nos subimos rápidamente a su Land Cruiser y recorrimos uno de los trayectos más breves que he vivido desde un aeropuerto: el camino en auto hasta Río Drake Farm nos tomó cerca de un minuto.

Sintiendo el efecto del calor y la humedad de la tarde, Edu me llevó más allá de un letrero pintado a mano que decía "Bienvenidos a Río Drake Farm", y que estaba en medio de un paisaje repleto de árboles de papaya y cajú, hasta que llegamos a mi modesta habitación. Por 54 dólares la noche tenía mi propio cuarto con baño privado (ojo que en Bahía Drake puedes pagar menos por el alojamiento: el cercano Cabinas Manolo, por ejemplo, cuesta 40 dólares la noche, pero deberás pagar transporte desde el aeropuerto; o puedes pagar mucho más, porque hay lugares dedicados al ecoturismo de lujo como el Luna Lodge, también en la península de Osa, donde es posible que te cobren más de 200 dólares la noche por una cabaña privada). Sin embargo, mi hospedaje resultaba satisfactorio. La cama era básica, pero funcional. La habitación tenía un ventilador débil que proporcionaba algo de alivio en las sofocantes noches (y ayudaba a mantener lejos a los mosquitos), y los huéspedes tenían acceso a una conexión wifi lenta durante un par de horas cada noche.

Todas las falencias en cuanto a los servicios básicos eran compensadas con otras cosas: impresionantes puestas de sol que podían apreciarse desde el comedor al aire libre; la posibilidad de montar en kayak para recorrer el río Drake, y la proximidad a una playa casi desierta, además de senderos naturales.

Un día atravesé un puente de cuerdas para llegar a una hermosa playa, donde estaba prácticamente solo. Otra mañana salí de excursión a lo largo del sendero de monos en el terreno de Río Drake Farm y vi a un par de la variedad capuchinos que se movían a través de las ramas arriba de mí. Hay muchas opciones aquí. Pueden organizarse otras actividades como un recorrido de pesca (por 125 dólares) o uno para ver ranas venenosas punta de flecha (50 dólares). Yo elegí bucear (89 dólares) y un recorrido por el Parque Nacional Corcovado (99 dólares).

Para realizar esos paseos, Edu simplemente organiza el circuito y oficia como intermediario. Así que si uno quiere ahorrarse unos dólares, puede reservar directamente con el operador del recorrido (en este caso fue con Manolo Tours), pero puede que se te haga más fácil a través de alguien que conoce el tema como Edu.

Al final, a eso de las 6:30, después de una noche de lluvias torrenciales, salí a bucear. Éramos un grupo de casi una decena de personas, la mayoría europeos. Completamos un viaje de aproximadamente 45 minutos en bote hasta la isla del Caño, una pequeña porción de tierra ubicada al Oeste de bahía Drake. Durante el recorrido vimos una manada de delfines que jugaban en esta agua espectacularmente azul, así como aguiluchos de cola rojiza que volaban junto al bote.

Llegamos, nos pusimos el equipo de buceo y nos zambullimos. Los colores eran espectaculares. A pesar de la lluvia que había caído la noche pasada, la claridad no había sido alterada: los peces y el coral se veían perfectamente.

Inmediatamente, Gustavo, el guía, dijo: "Hay un tiburón". Me paralicé. Gustavo, en tanto, se mantenía tranquilo. Tomó su cámara GoPro y se acercó al tiburón de arrecife de punta blanca que no estaba muy lejos de la superficie. Y listo. Había mucho más que ver. Apenas nos habíamos alejado del tiburón cuando una tortuga de mar negra nadó cerca, hundiéndose en el océano azul oscuro.

Después de eso, fue como si hubiésemos sido testigos de una crepitante sinfonía de coral y de un desfile de brillantes amarillos, verdes metálicos y negros profundos y luminosos. Eran peces loro que nadaron junto a nosotros, seguidos de algunos peces payaso.

La excursión hasta el Parque Nacional Corcovado resultó especialmente emocionante para quienes prefieren permanecer en tierra firme. O al menos, hacerlo la mayor parte del tiempo. La llegada fue como un desembarco militar anfibio cerca de la playa Sirena (hay que llevar sandalias o zapatos impermeables, además de agua y bloqueador solar). Nuestro nuevo guía, Julián, no se andaba con tonterías. "Tengan cuidado. Tenemos a algunas de las serpientes más venenosas del mundo", dijo.

"Esta es la tierra del jaguar, del puma y del tapir", indicó un momento más tarde. Aquí también existen 22.000 especies de mariposas tan solo en el bosque. Con su mirada aguda, el guía señaló un lindo y pequeño coatí que escarbaba la tierra y después nos mostró un carancho norteño. "Debemos estar callados", afirmó, y nos llevó hasta un pequeño claro donde una enorme tapir de casi dos metros de largo estaba acostada junto a su cría.

Pasamos luego junto a unas majestuosas ceibas, así como a espesos y espinosos ficus, mientras contemplábamos a los juguetones monos araña, a unos cuantos monos aulladores y al extraño tucán de mandíbula negra. Algunos de los avistamientos fueron claramente planeados por los guías. Julián parecía saber que había un árbol en particular donde una perezosa de tres dedos estaría escondida con su cachorro. Pero en un punto, más o menos a la mitad la nuestra caminata de unas cuatro horas, su rostro se iluminó. "Hay algo que no he visto antes", dijo emocionado.

Luego de otros diez minutos de caminata, bajó su telescopio y alzó la mirada. "¡Eso es!", dijo y nos hizo un gesto para echar un vistazo. Había dos hormigueros sedosos, o pigmeos, en lo alto de las ramas de un árbol cercano, con sus peludas colas marrones y rosadas entrelazadas. Era difícil no sentir entusiasmo, igual a cómo se sentía Julián, que estaba sencillamente boquiabierto. "Nunca había visto eso", dijo, sonriendo. Y claro, yo sonreía tanto como Julián.
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