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Viaje a Isla de Pascua, el ombligo del mundo

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Los moai, las enigmáticas esculturas de la isla de Pascua.

A mitad de camino entre Chile y Tahití, este enigmático museo a cielo abierto atrae cada vez a más visitantes, seducidos por los misterios de la cultura rapa nui y sus legendarios moai.

Si hay un lugar en el mundo que está absolutamente lejos de todo, es la isla de Pascua. En medio del Océano Pacífico, a 3.700 kilómetros de la costa chilena y 4.000 de la Polinesia Francesa, es el símbolo geográfico de la soledad. No hay lugar poblado que esté más aislado del resto del mundo. Pitcairn, otro puntito perdido en la inmensidad del Pacífico, es la tierra firme más cercana: está a 1.900 kilómetros y cuenta con apenas 47 habitantes.

Así y todo, en el aeropuerto Mataveri —cuya pista fue ampliada por la NASA como alternativa de emergencia para el aterrizaje de los transbordadores espaciales—, aterrizan de a montones los turistas, que son recibidos con collares y guirnaldas de flores (al partir, como despedida, con collares de caracoles).

Aunque las aguas templadas y cristalinas de la isla atrajeron al mismísimo Jacques Cousteau, prácticamente nadie va hasta allí por el buceo. Ni siquiera para darse una panzada de pescados y mariscos, ver espectáculos folklóricos o retozar en la arena de coral de la playa Anakena.

El visitante promedio llega invariablemente atraído por el misterio que envuelve el territorio, por su enigmática cultura y por los esculturales moai (el plural es así, sin s), tallados entre los siglos XII y XVII d.C. En total, se han contabilizado 887 de estas estatuas de rostro alargado y pómulos salientes, un verdadero ejército de figuras de piedra sembradas por toda la isla. De éstas, 288 han sido erigidas sobre un altar o ahu, de espaldas al mar. El resto —con excepción del ejemplar que se exhibe en el Museo Británico de Londres— aún se encuentra diseminado en la cantera del volcán Rano Raraku, desde donde se extraía la toba volcánica para esculpir.

A medida que se asciende hacia el cráter, por la ladera verde que da al mar, yacen los torsos partidos, rostros hundidos en la maleza (sus cuerpos están enterrados debajo de la superficie) y las tallas decapitadas. Allí se destaca el moai más grande jamás concebido —22 metros de altura y 182 toneladas—, pero no está terminado (se cree que incluso hubiese sido imposible de trasladar por su gran tamaño). Los rapa nui sacaban las estatuas ya talladas de la roca madre y las trasladaban por las inclinadas laderas del volcán y el suelo pedregoso hasta el lugar donde debían ser erigidas. Sobre cómo las transportaban, incógnita que asoló a investigadores durante décadas, hay por lo menos cinco teorías: desde el uso de trineos hasta la ayuda, cómo no, de extraterrestres, aunque la más aceptada hoy es que se movieron gracias a cuerdas y tracción humana, parados.

En la pared interna de Rano Raraku, por encima del espejo de agua dulce en cuyas orillas pastan manadas de caballos salvajes, todavía se distinguen los contornos de numerosas figuras a medio esculpir.

Fue en las faldas de ese volcán donde, según la tradición oral de los rapa nui, se libró una de las más sangrientas batallas (al parecer, por el control de los recursos) entre los clanes de los "orejas cortas" y sus enemigos, los "orejas largas". El asunto es que las guerras entre clanes, el fin del culto a los antepasados (porque la teoría más extendida es que los moaino eran sino representaciones de los ancestros más importantes de cada linaje) y los terremotos de diversa magnitud terminaron por sellar el destino de los colosos impertérritos.

El poder de la mirada.

De todas las plataformas donde se erigen los moai, la más fotografiada es el ahuTongariki, donde se restauraron 15 figuras, con financiación japonesa. A pasos del rugido ronco del Pacífico, las 15 miran al interior de la isla, protegiendo a sus habitantes con sus miradas vacías e inexpresivas: les faltan los ojos, que se hacían de coral blanco y obsidiana y eran el Mana o alma de la figura. Sólo cuando un moai tenía sus ojos incrustados estaba terminado y empezaba a ejercer su poder protector sobre el poblado (razón por la cual miraba hacia la villa y no al mar). Por eso, durante la cruenta guerra entre clanes, lo primero que hacían los guerreros era destruir los ojos de los moaide la tribu enemiga. En el Museo Sebastián Englert (no hay otro en la isla; debe su nombre al sacerdote alemán que llegó allí en 1935 y dedicó los últimos 34 años de su vida al estudio y difusión de la cultura rapa nui) se atesora el único ojo de moai original descubierto.

Hay una sola figura que aún luce sus ojos de coral y es la que se levanta en el ahu Tahai, otro centro ceremonial muy cercano a Hanga Roa, la capital y única población de la isla.

Durante siglos, los rapa nui estuvieron convencidos de que estaban solos en el mundo, de que no había nada más del otro lado del océano. Por eso, el nombre original de la isla, Te Pito Te Henua, que puede traducirse como "el ombligo del mundo", parece el más acertado. Cuando llegaron los europeos en la Pascua de 1722, la isla adoptó su nombre actual. Para entonces, los habitantes se encontraban diezmados por las feroces luchas intestinas, aunque todavía les faltaba padecer pestes, piratas y traficantes de esclavos, entre otros flagelos que en algún momento redujeron a los rapa nui a apenas 111.

Hoy la población alcanza las 6.000 personas, de las cuales aproximadamente 3.500 son rapa nui. Un número muy inferior al de turistas que anualmente visitan la isla. El año pasado fueron 90.000 (hasta 1994 no llegaban ni a 10.000) y, lejos de alegrarse, muchos lugareños levantan las cejas. Es que existe una fundada preocupación por el cuidado del patrimonio de la isla, a la que suelen definir como un gran museo a cielo abierto, con sus monumentales estatuas salpicadas por toda la superficie.

El mayor problema, de todos modos, no son los turistas (al fin y al cabo la isla vive casi enteramente de ellos), sino aquellos que llegan para quedarse. Con buenos sueldos y buena calidad de vida, los inmigrantes (la mayoría de Chile, país al que la isla fue anexada en 1888, aunque culturalmente tienen poco en común) están muy cerca de superar a los locales. *LA NACIÓN/GDA

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Los moai, las enigmáticas esculturas de la isla de Pascua.

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