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Un viaje más allá del Círculo Polar Ártico

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Noruega ofrece a los turistas paisajes diversos

Viajes

Un viaje hasta la Laponia noruega utilizando distintos medios de transporte público y con distintas paradas en ciudades del país escandinavo, que regala a los turistas paisajes de película.

Noruega es un país al que suelo calificar como generoso en paisajes y, esta vez, decidimos emprender una aventura que culminaría en la Laponia noruega, hasta donde nos propusimos viajar en diversos medios de transporte público.

La primera escala fue lesund, una ciudad que nos sorprendió por la arquitectura Art Nouveau de los edificios del centro, que contrastan con las coloridas construcciones de madera del entorno. Un recorrido en el bus turístico nos ofreció un panorama de los barrios residenciales, del parque del ayuntamiento, y nos llevó por un empinado camino hasta el mirador del monte Aksla, desde donde disfrutamos de una deslumbrante vista panorámica. Caminar por Apotekergata y observar de cerca los edificios modernistas fue un programa estupendo, hasta que acosados por la amenaza de lluvia hicimos un almuerzo en Lys Punktet Café después del cual la deliciosa sopa de pescado, acompañada de panes artesanales, trepó al podio de mis comidas favoritas.

Por la tarde nos embarcamos con destino a Trondheim en el Hurtigruten, el legendario expreso costero que inauguró el servicio postal, y que navega por las costas noruegas hasta el Cabo Norte. Es un confortable transporte marítimo utilizado regularmente por los noruegos, en el que disfrutamos de una vista de 360 grados que nos mantuvo hipnotizados, a tal punto que bajamos al camarote al final del día.

Por la mañana saltamos de la cama con el último aviso de arribo y el tiempo justo para una ducha. Desembarcamos en Trondheim y después de guardar el equipaje en un locker de la estación, caminamos hasta Rosemborg Bageri, una tradicional pastelería repleta de delicias. Finalizado el desayuno visitamos la Catedral de Nidaros, la más importante de Noruega, construida en el S XI en estilo románico sobre un santuario que alberga los restos de San Olaf y reconstruida posteriormente en estilo gótico. Tiene una bella fachada decorada con numerosos santos y reyes esculpidos en piedra y en su interior, la luz que se filtraba a través de los vitrales, compuso una escenografía perfecta para el concierto de órgano que coronó nuestra visita. Completamos el programa cultural visitando el Museo de Bellas Artes donde se exhibe una interesante colección de arte noruego.

Nos gusta conocer las ciudades andando, y el puente rojo fue una buena referencia para nuestros desplazamientos por el barrio de Bakklandet, donde las cafeterías salen de su encierro invernal e instalan las mesas al aire libre.

Las plazas y los jardines de los barrios residenciales lucían su mejor follaje veraniego, mientras que en las estrechas calles empedradas, las casitas blancas de madera parecían cuidar con celo la intimidad.

Para la cena de despedida de Trondheim elegimos el restaurante Bakklandet Skydsstasjon, el más antiguo de la ciudad, que desde 1791 ofrece platos típicos del lugar como arenque fresco, sopas de pescado y tartas caseras. Al final del día nos instalamos en el tren nocturno con destino a Bodo, teníamos por delante 700 kilómetros de vistas imperdibles, pero cuando el tren se puso en movimiento caí en la cama vencida por el sueño y ni siquiera pude advertir que habíamos cruzado el círculo polar.

De película.

Después de una visita a Bodo volvimos a embarcar en el Urtigruten para llegar a las islas Lofoten. Fue un viaje de 6 horas con paisajes de ensueño. Desembarcamos en Svolvaer, en una noche tan clara que podíamos ver el hotel desde lejos y, mientras caminábamos en esa dirección, vimos un mural que ofrecía algunas respuestas a mi búsqueda de una señal precisa de nuestra ubicación dentro del círculo polar ártico.

En Svolvaer alquilamos un auto para recorrer las islas a nuestro antojo y, con ayuda de la guía Michelin para los paseos, y de TripAdvisor para los restaurantes, organizamos un programa que se fue modificando sobre la marcha. Visitamos varios pueblos de pescadores, algunos pequeños como Nusfjord, donde los tradicionales rorbuer construidos sobre la costa para alojar a los pescadores durante la temporada de captura del bacalao, se alquilan a los turistas durante el verano. Vimos otros más importantes como Henningsvr, con tiendas que ofrecen diseños originales, delicadas artesanías en vidrio, bares y restaurantes muy atractivos y una interesante galería de arte. Es una ciudad muy pintoresca que está construida sobre varias islas, donde las vistas sorprenden a cada paso, y las coloridas casas de madera parecen multiplicarse cuando se reflejan sobre el agua.

Allí encontramos nuestro restaurante favorito, el Fiskekrogen, donde gozamos de un festín de platos elaborados con productos locales, como el delicioso bacalao fresco y una fish soup muy original.

Durante el recorrido entre Svolvaer y i Lofoten nos deleitamos con vistas encantadoras: acantilados que se recortan sobre los fiordos; montañas rocosas donde los escaladores aprovechan las 24 horas de luz, y tienen como único límite la fatiga; tradicionales secaderos de bacalao al aire libre, y pequeños puertos con almacenes de madera que abastecen a locales y a visitantes.

Si bien llevábamos una semana sin ver la noche, no dejaba de ser bastante extraño que todo se detuviera a plena luz de día. En Svolvaer, por ejemplo, el movimiento comercial era una referencia clara: había una feria por la mañana, y los bares y restaurantes se poblaban a partir del mediodía, por la tarde todo comenzaba a aquietarse y la ciudad quedaba vacía. Precisamente cuando los autos permanecían inmóviles en la calle, nosotros partíamos en busca del programa soñado.

Fuimos muy afortunados, porque en una región donde los días soleados no superan los dos dígitos, vimos el sol de medianoche en solitario desde lo alto de un acantilado, y también en la playa, con muchos seguidores en busca de una selfie con el astro del momento.

Pasadas las 12 de la noche, el sol parecía jugar sobre la línea del horizonte, coloreaba las nubes, y dibujaba un camino brillante sobre el agua. Era el protagonista indiscutido de una escena que se transformaba con cada movimiento como en un caleidoscopio.

Para nosotros era un presente inasible. Todo sucedía muy rápido y, como no queríamos poner fin al programa, salíamos a caminar por la playa bajo una increíble luz rosada.

El día de nuestra partida el sol brillaba por su ausencia y la niebla nos obligó a buscar mayor visibilidad en un aeropuerto cercano.

Troms nos recibió con lluvia y salimos a desafiar chaparrones por Storgata, la calle donde se conservan las casas más antiguas, una de las cuales da cuenta de estilo de vida de las familias del lugar. Muy cerca de esas tradicionales casas de madera nos impactó el moderno edificio de la Biblioteca Pública, muy transparente, con las cuatro fachadas vidriadas para incorporar la luz natural. Así es Troms, preserva el legado de los pioneros, e invita a las nuevas generaciones a formarse con visión de futuro en su universidad. También es una ciudad cosmopolita e inquieta, donde las discretas costumbres noruegas fueron cambiando con la llegada de estudiantes locales y extranjeros a la universidad más septentrional del mundo. Pasada la tormenta, cruzamos el Troms Bridge para visitar la Catedral Ártica, una espectacular obra J Hoving, cuyo diseño armoniza con el paisaje, y también subimos en el teleférico para conseguir buenas vistas desde lo alto. No podíamos partir de la ciudad sin visitar el célebre Pub lhallen, estratégicamente ubicado frente a la fábrica de Cerveza Mack, que fuera el escenario favorito de los cazadores de osos para relatar sus hazañas. Allí tomamos nuestra última cerveza y nos despedimos de Troms con añoranza. Porque mi hermano y su suegro participaron de exploraciones polares y, aunque llegué a la Capital del Ártico sin heroísmos, recordar las historias familiares fue conmovedor. *www.cronicucas.blogspot.com

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