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Veraneando sobre ruedas

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El contacto con la naturaleza no está reñido con el confort. (Fotos: Ricardo Figueredo)

Los motorhome le están ganando la pulseada a las casas rodantes. En todo caso, se busca lo mismo: libertad para ir y parar donde sea.

LEONEL GARCÍA

No ser de aquí ni ser de allá. Freddy Rodríguez (54) tomó al pie de la letra a Facundo Cabral: vendió su casa en Punta del Este, compró un viejo ómnibus Mercedes Benz Marco Polo 1 devenido motorhome y decidió vivir sobre ruedas. Vivir y trabajar ya que, locutor y periodista freelance, entre los doce metros que van del volante a la cama de dos plazas, hay baño equipado, mesa, heladera, microondas, lavarropas y laptop con Internet indispensable para su labor. Hay gas, hay generador eléctrico, hay conversor, hay batería…

"Los que encaramos esta vida buscamos abrirnos del sistema, el consumismo, la rutina y sobre todo del estrés. Viajar es conocerse y para eso nada mejor que viajar solo. Prescindís mucho de lo material; es una vida más austera, más tranquila, más armónica y hasta te diría más feliz", dice recostado canchero en una reposera en el camping del Piriápolis FC. Eso es una rareza en él: asegura que quien elige vivir así siempre va a preferir la libertad y la calle a un predio parcelado, pero ahora en verano si algo sobra en Piriápolis es ruido y él busca paz. También es raro un mensaje anticonsumo cuando se tiene todo lo imaginable en un pasillo de menos de tres metros de ancho, incluyendo cinco cámaras de vigilancia. "Me refiero al consumismo desenfrenado, a ir a un shopping. Yo tengo lo básico", justifica. Divorciado dos veces, sin ganas de que "el tsunami" lo agarre otra vez y con su hija estudiando en Montevideo, asegura que su casa es un imán para las "compañías eventuales", única excepción que se permite en eso de viajar solo.

La costa uruguaya está llena de veraneantes con su casa a cuestas y sobre ruedas. Son cada vez más: el Ranchomóvil Club del Uruguay, fundado en 1987, creció en diez años de unos 80 a 120 asociados, según Esteban Carrocio, directivo, expresidente y miembro desde hace 24 años. También hay un cambio de hábitos: si hace una década las casas de arrastre (nombre más apropiado de las casas rodantes) eran más de la mitad de los afiliados, casi 60%, hoy los motorhome son, estima, el 90%.

La gran ventaja de las primeras radica en que una vez instaladas el auto queda liberado para todos los desplazamientos. Los segundos son un vehículo con mobiliario incorporado que van de combis adaptadas a verdaderos cruceros de asfalto de dos pisos y más de cuatro metros de altura, complicados de maniobrar y mirados con asombro por transeúntes y de reojo por inspectores de tránsito.

En ambos casos, la libertad que da elegir un balneario, un paisaje y un entorno distinto por día, con la comodidad de tener todas las comodidades consigo, es el gran diferencial. Para Daniel Dibi, administrador del camping San Rafael de Punta del Este desde hace cinco años y campista de toda la vida, son el fruto de una evolución etaria (y del bolsillo) del espíritu naturista: de carpa a la casa de arrastre usada, de ahí a la nueva y ahora al motorhome. Carrocio agrega que la mayoría de los ranchomovilistas pasaron los cuarenta.

Cómodos.

"Yo toda la vida fui campista, pero ya me cansé de armar y desarmar la carpa". Héctor de León, empleado municipal de Piriápolis, es desde hace ocho meses el dueño de una Peugeot Boxer que supo ser ambulancia en Flores y hoy es un ejemplo de optimización de espacios: el baño es de un metro por un metro con calefón a gas e inodoro químico, heladera a 12 volts y dormitorio con cama de dos plazas al que se entra por una puertita tipo placard. Los asientos del conductor y el acompañante son plegables y, tablón mediante, sirven para instalar una cama más; el del chofer, además, es giratorio y hace las veces de otra silla para la mesa ubicada detrás. Amante del rally, ya recorrió todo el país siguiendo las carreras junto a sus amigos. Eso sí: para ellos siempre lleva carpas.

"Yo me pasé un año buscando algo como esto. Hay mucha gente que compra un auto y lo adapta, pero te puedo asegurar que te sale más barato comprarlo ya hecho". Héctor pagó por este motorhome 25 mil dólares. Si se trata de ómnibus reciclados, el precio ronda los US$ 40 mil. Según distintos usuarios, lo habitual es que a un vehículo apropiado —Furgón Iveco, Fiat Ducato, Mercedes Benz Sprinter, un micro Mercedes Benz 608, Nissan Trade o incluso una VW Combi— se le incluya baño, cocina, dormitorio y comedor. Dependiendo de la calidad de los electrodomésticos que se adquieran y del material que se utilice para la adaptación (el laminado melamínico imitación madera es el favorito), la conversión de vehículo a motorhome puede ir de diez mil a 25 mil dólares. Como si fuera una vivienda, cada uno tiene el toque personal de su propietario. A su vez, una casa rodante nueva se puede adquirir por US$ 17 mil; una usada, entre ocho y diez mil dólares.

"La gente que veranea de esta manera ama la libertad, ¡pero a su vez necesita confort!", resume el brasileño Antonio Mafra (53). Y no son solo palabras. Él es guía turístico y chofer de un mastodonte sobre ruedas de quince metros de largo, 4,30 de altura, dos pisos, un dormitorio en suite con televisión, dvd y aire acondicionado (por el que se pueden pagar unos 250 dólares diarios), dos dormitorios matrimoniales equipados, tres camas de una plaza, tres baños, sala de juegos y unos 250 mil dólares de costo. Todo dispuesto para que unos 14 campistas (¿aún se los podría llamar así?) de Blumenau, Santa Catarina, no extrañen absolutamente nada de sus casas mientras ingresan a Uruguay por el Chuy, recorriendo Punta del Este, Montevideo, Colonia y regresando por Rivera. Tiene una parrillada portátil, pero hoy prefirieron sacar la cocina plegable y saltear unas vieiras, convenientemente rociadas y acompañadas de vino (buen vino) local. Llueve bastante, pero ellos, cómodamente instalados en el camping San Rafael, a un kilómetro del Puente de la Barra, están completamente protegidos por un amplio toldo; si el tiempo estuviera más inclemente, hay una cocina totalmente equipada adentro.

"¡Es un transatlántico en la rodoviaria, un hotel que rueda!", ríe Antonio. A su lado están Lucio, Leonardo, Leo, Loliberto, Carmen, Margaret y Loliberto Junior. Las mujeres preparan las vieiras, los niños recorren el piso inferior del vehículo, los hombres comentan que Uruguay les parece muy seguro y muy caro a la vez. "A esta gente no les gusta quedar encerrada en una habitación, les gusta armar comunidades itinerantes", agrega el guía-chofer. Claro, esas comunidades no se conforman con la carpita y la lona; el hotel lo tienen consigo desde que parten a 1.300 kilómetros de Punta hasta que llegan. Brasil es o mais grande do mundo también por cosas como esta: según Daniel Dibi, dueño de casa, los motorhome más imponentes que se ven en verano provienen de ahí. "Allá todo es grande, hasta las distancias. Entonces, tienen que estar completamente equipados".

Infraestructura.

Mafra asegura que su transatlántico de rodoviaria no es difícil de maniobrar. De hecho, de La Barra irán a Casa Pueblo y de ahí a Piriápolis. Sí reconoce que Uruguay no sería el más motorhome friendly de la región. "Por ejemplo, este camping tiene árboles muy bajos, una entrada un poco estrecha (sonríe)... Pero el real problema está en la calle. Hay cierta intransigencia de la Policía (sic), en Montevideo no hay lugares destinados a estos vehículos, en Piriápolis hay alguno... En general, en Brasil es muy fácil, en Argentina es difícil, y acá es bueno. Además, ¡yo siempre consigo donde estacionar!", remata.

De acuerdo con Manuel Serrano, presidente del Ranchomóvil Club, en Uruguay no hay idea de la potencialidad de este turismo. "No existe la infraestructura necesaria. En Europa hemos visto cómo hay preocupación por este tipo de turismo en cada país. Los extranjeros nos preguntan por qué acá no hay ciertas cosas y no tenemos respuestas. No hay lugar turístico con la infraestructura preparada para atenderlos". Según Julio Di Pierro, secretario de esa institución, lo único que hace falta es "estacionamientos bien hechos con cámaras de desagüe y tomas de luz, un lugar para parar y desagotar las aguas residuales, algo que hay en cualquier ciudad chica de España". Desagotar es un problema; estacionar otro. "En la rambla de Piriápolis o Punta del Este no nos dejan parar. A veces, algún vecino se molesta que paremos en la puerta de su casa. Al no haber nada, infraestructura o reglamentación al respecto, hay un vacío legal", añade el titular (ver aparte).

En el Ministerio de Turismo no hay datos estadísticos sobre casas rodantes.

"Acá los extranjeros se vuelven locos, los corren de todas partes", sostiene Freddy Rodríguez, quien en el camping confraternizó con varios colegas de afición, pasándose piques y recomendaciones. "¡Y no se dan cuenta que esta gente consume mucho! Por un lado, gastan en servicios, mecánica y combustible para el vehículo (una variante muy económica rinde diez kilómetros por litro de combustible; pero lo usual es que gasten mucho más). Por otro, como no pagan hotel, cuentan con mucho más dinero para dejar por ahí. Además, la seguridad acá es mala. Ayer estuve con un alemán al que le forzaron la cerradura en Montevideo. Y tenía un motorhome de 90 mil dólares".

Todo es cuestión de perspectiva. Los brasileños no tienen mayores quejas de la seguridad callejera. Omar Jalil Isa (38) y su esposa Karina (35), comerciantes de Pelotas, descansan tranquilos al costado del Argentino Hotel. Sus dos hijos se han ido de compras al centro de Piriápolis o a la playa, no saben bien. No se preocupan tampoco. Les molesta que no haya carteles que avisen dónde no estacionar, pero prefieren eso a maniobrar doce metros en un camping. Todo vale por andar a su aire y sobre ruedas, por aún no saber si mañana toca Montevideo, Santa Teresa o el Chuy. "Hoy llovía de mañana, recorrí la costa con mis hijos durmiendo. Paré en una panadería, compré bizcochos y cuando despertaron ya tenían o cafe da manha frente a la playa", dice el hombre. "Yo prefiero estar acá antes que en el Conrad, ¡sin sombra de dudas!". Y eso que se sabe cómo les gusta a los brasileños el Conrad. (Producción: Marcelo Gallardo).

UN GRUPO UNIDO POR UN MODO DE VIDA

El Ranchomóvil Club Uruguayo se fundó el 21 de julio de 1987. En sus orígenes, la gran mayoría eran usuarios de casas rodantes. Hoy, según el expresidente Esteban Carrocio, hay unos 120 asociados; la mayoría tienen motorhome y son de Montevideo. Pero más que socios se consideran un grupo de amigos que comparten un particular modo de vivir y viajar. Y, al menos, una vez al mes coinciden en algún punto del país, aunque también han organizado idas a Argentina y Brasil. Las salidas en conjunto, sostiene Carrocio, ayudan a brindar más seguridad al convoy, tanto en cuestiones mecánicas como por algún problema de salud. Sin embargo, esto también hace que muchos fans de esta modalidad no se pliegan: ir por las suyas, sin cronograma de viaje ni destino fijo es, justamente, lo que persiguen estos campistas.

PARA LOS INEXPERTOS, EL ARRASTRE

¿Qué elegir? ¿Casa rodante o motorhome? Según distintos campistas, al inexperto le conviene comenzar con una casa de arrastre, más barata y que necesita menos mantenimiento. Si bien estacionarlas en reversa requiere práctica, para manejarlas alcanza la libreta de conducir amateur. Pero su mayor ventaja es que pueden dejarse en un lugar fijo y liberar el auto para paseos. Sin embargo, el que tiene más experiencia opta por un motorhome.

"Los vehículos más grandes (los de más de 4.000 kilos) están empezando a dejar de usarse", asegura Esteban Carrocio, directivo del Ranchomóvil Club Uruguayo. "Para esos hace falta tener libreta profesional y con la edad ya es más difícil que la den. Por eso se tiende a ir a vehículos cada vez más chicos".

Él, por caso, tiene una Peugeot Boxer de cinco metros de largo. "Yo la uso todos los días, igual me voy a la rambla a tomar mate. Y todos los fines de semana nos vamos con mi señora a cualquier lado". Los transatlánticos de asfalto no son lo suyo.

ENTRE RECOMENDACIONES VARIAS Y SEÑALIZACIONES ESCASAS

Un motorhome es un imán para curiosos y su magnetismo es directamente proporcional a su tamaño. "Lo habitual es que la gente te pregunte cosas, se entusiasme, diga que es el sueño de su vida tener una...", dice Esteban Carrocio, del Ranchomóvil Club Uruguayo.

Pero saben que también hay quienes los miran de reojo. Por eso, la institución tiene una serie de recomendaciones a sus afiliados al estacionar en la calle: no tirar agua, no poner música alta, no colgar ropa en el exterior y evitar sacar el toldo; molestar lo menos posible, bah. "Todos los vehículos del Ranchomóvil están acondicionados con tanques de agua potable y de aguas grises (de uso doméstico)".

Las normas varían según cada municipio. En Maldonado, el decreto 3605 de 1988 prohibe estacionar a los motorhomes y casas rodantes en áreas costeras y en zonas que no estén autorizadas (que, básicamente, es toda el área urbana); pero basta una breve recorrida para verlos por doquier. Los campistas, a su vez, se quejan de que salvo excepciones —como la avenida 25 de Mayo, que en Piriápolis lleva al Cerro del Toro y al San Antonio—, no existe señalización ninguna.

DOS DÍAS PARA LLEGAR.

Conocer gente que vale.

Quince de los 28 años que lleva el matrimonio de Sergio Leto (53) y Mónica Ghisolfi (53) viajando de Buenos Aires a La Barra, lo hicieron acarreando una casa rodante. Eso era saber que los 720 kilómetros se iban a hacer en doce horas y no en las nueve que insumirían normalmente en auto, era tener conciencia que se arrastraba algo tan grande como el coche atrás, que había que distribuir bien el peso de lo que se llevaba en la casa, que había que tener cuidado a las distancias, y que, antes de que se habilitara la ruta perimetral, era preferible ir por los pueblos de la zona metropolitana que por Avenida Italia. "Esa era brava para la casa rodante, che". Todo eso valía la pena para llegar a Punta del Este, donde fueron primero con los padres de ella y luego trajeron a sus hijos, hoy de 27, 25 y 20 años, y donde hallan que el agua hace más rico el mate y el pan casero.

Para ellos, la infraestructura que hay en el país es óptima para una casa rodante. "Campings como acá en Argentina no hay. Y está el tema de la seguridad, allá nos hemos tenido que quedar en estaciones de servicio para protegernos", cuenta Mónica. Cero queja; solo una vez en estos años sintieron que un inspector de tránsito los quiso coimear y, en otra ocasión, un auto bastante deteriorado los chocó en la ruta 5 con la intención —luego averiguaron— de hacerse pasar por daminificado y cobrar el seguro. Pero la inmensa mayoría de sus recuerdos en Uruguay y arrastrando una casa son hermosos.

"Un 25 de diciembre rompimos una rueda en Zárate, Buenos Aires. ¡Andá a encontrar un mecánico en Navidad! Uno dejó de almorzar con su familia y nos ayudó. Cruzamos a Uruguay y rompimos la otra rueda en Mercedes; un baqueano y otro mecánico nos ayudaron. En Rosario, antes de agarrar la ruta 1, escuchamos un ruido feo en el auto. Estábamos en el campo, solo había una casa. Toqué ahí para llamar por teléfono y el tipo prácticamente nos obligó a quedarnos ahí, no quería que mis tres hijos durmieran en la ruta, aunque fuera en la casa rodante. Al final no era nada pero llegamos a Punta del Este luego de dos días, ¡los nenes llegaron y besaron el suelo!", cuenta Sergio. Aún hoy, cada vez que pasan por Rosario paran a besar a su amable anfitrión de aquella Navidad.

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