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De Trump a la modernidad incierta

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Donald Trump

COLUMNA — CABEZA DE TURCO

Washington Abdala

Un día nos despertamos y teníamos a la “inmunda” derecha conduciendo el mundo. Donald Trump obtuvo el poder en los Estados Unidos y los números ahora no solo no lo desalojan del poder sino que, por el contrario, todo indica que seguirá de inquilino en la casa blanca por cuatro años más.

Redujo impuestos, bloqueó (en) lo que pudo a China socialista (¡juaaa!) para que no se siga abusando de su comunismo-capitalista inundando al mundo con sus productos (mientras deja sin trabajo a millones de personas del Tercer Mundo), neutralizó al obeso comedor de hamburguesas norcoreano para que no amague con ataques bélicos, relocalizó inversiones que se escapaban de los Estados Unidos y las motivó a volver a la tierra de Walt Disney, hizo caer la tasa de desocupación y logró que Estados Unidos sea nuevamente La Meca donde todos lo que la odian, sin embargo, quieren ir a vivir allí cruzando fronteras, eso si, blasfemando contra el presidente a los gritos.

Es cierto, con México sigue declamando el muro, pero sería tonto no entender que detrás de esa metáfora lo que se está diciendo es: “cuidemos la frontera que esto no es un circo” y sigamos creciendo pero sin abrir el país a lo loco. ¿No es acaso eso mismo lo que hacen los italianos cuando devuelven barcos de inmigrantes en las costas de su país y por lo que el Papa tienen que salir a pedir un poco de misericordia?

No digo que sea maravilloso semejante talante. Afirmo sí que casi todos lo hacen solo que no lo afirman abiertamente. El presidente gringo hace del sincericidio un arma contra la hipocresía política de la clase política planetaria que verbaliza formas banales de la retórica. Esa es la verdad. Por eso nadie sabe que hacer con los sirios, con los venezolanos y con los sudaneses, aunque todos ponen cara de sensibilidad (formato teleteatro televisivo) pero nadie sabe cómo ponerle el cascabel al gato (o no quiere).

La “inmunda” derecha, ténganlo claro, no vive por sí, es solo el reflejo pendular de lo que la “benemérita” izquierda generó, por lo menos la de estos tiempos.

La izquierda, en el mundo, aún posee algo de glamour, defiende el medio ambiente, se pone del lado del trabajador y no piensa cómo generar empleo sino en cuidar el que ya tenemos. En eso, el viejo aroma socialista sobrevive. Algo pasa, sin embargo, que la izquierda planetaria no termina por dar un salto hacia la modernidad tecnológica mientras que la derecha se siente seducida por la inteligencia artificial (la derecha quiere producir más mientras que la izquierda no tiene eso como objetivo, de allí que su mirada ahora es “conservadora” sobre lo que poseemos).

Lo cierto es que la izquierda y sus modelos han fracasado en casi todo el planeta: decía las cosas más hermosas mientras el capitalismo hacía todo sin tener un relato legitimador de casi nada. Porque (estoy muy solo en esto) no hay un solo modelo capitalista: hay muchos, todos dentro de plataformas diversas.

Por cierto, la derecha planetaria no es inmunda, y la izquierda no es lo que presume ser: vanguardia. En el fondo es un debate idiota: o sacamos lo mejor de ambas dimensiones o estamos fritos.

La izquierda supo que el humanismo era la clave para mirarnos a la cara en clave de solidaridad, la derecha entendió que sin individualismo no hay nada, solo serás una oveja en un rebaño.

Lo que es claro es que nada es como creíamos que sería, y nada es como nos imaginamos que será. Stephen Hawking —que era poco creyente— fue enterrado en un monasterio y se murió sin corroborar que se pudo fotografiar su agujero negro. El mundo es diverso a como lo creemos y eso es lo que lo hace desafiante. Cualquiera en cualquier momento puede ser increíble y eso es lo que hace a estos tiempos hermosos.

No nos podría haber tocado mejor época para vivir.

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