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Una tierra en la que se respira mucha historia

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Parque Colón

VIAJES

Santo Domingo, capital de República Dominicana, conjuga parte de las memorias del continente, naturaleza y béisbol. Una ciudad que vale la pena caminar y que cada vez cuenta con mejor cocina.

El parque Colón, ineludible en una visita a la capital dominicana
Parque de los Tres Ojos, Santo Domingo
El béisbol, pasión dominicana
Preparación de jabones

Santo Domingo es historia. Ese pensamiento me acompañó los días que estuve en la capital de la República Dominicana. Su Ciudad Colonial está intacta en el tiempo, con calles de anchos iguales y flores colgadas entre los balcones. Ha sido escenario de una parte clave de la historia de América, fue fundada el 4 de agosto de 1496 por Bartolomé Colón y eso hizo que se ganara el título de la ciudad más antigua del Nuevo Mundo.

Recorrerla me devuelve a otra época, una en la que solo se hablaba de indígenas taínos, españoles y conquistadores. "Santo Domingo se convirtió en modelo para otras ciudades americanas", dice Kim Sánchez, historiador que descifra la ciudad mientras caminamos.

Estamos frente a la Catedral Primada de América, imponente construcción de piedra amarillenta, caliza, de origen coralino. Si se ve de cerca, se encuentran pequeñas formas de vida marina. Su estilo gótico se observa en dos de sus tres entradas y en el imponente techo.

Su base tardó en construirse 18 años, las capillas tomaron otros 100 para ser terminadas. Por eso son diferentes y han tenido tres restauraciones. Sus rincones esconden misterios como contar con siete columnas, por los siete días de la semana, y su atrio tiene doce columnas, por los meses del año.

Está orientada de Este a Oeste para que la luz entre por la ventana del altar, que tiene dentro de sí el ojo de una cerradura. Una versión señala que tuvo las reliquias de Cristóbal Colón y en 1586 fue invadida por el inglés Francis Drake, quien vivió allí y después la despojó de todas sus riquezas.

Unos pasos al frente está el parque Colón. En su centro, una gran escultura del descubridor que lleva su nombre, quien con el índice apunta hacia el Norte. Curiosamente decir el nombre del señalado de haber descubierto América es entre los dominicanos algo fukú: de mala suerte.

Al caminar un par de cuadras está el Convento de los Domínicos, que se precia de ser el lugar en donde se creó la primera universidad de América, en 1538, que en su momento fue nombrada Santo Tomás de Aquino y más tarde Universidad Autónoma de Santo Domingo.

Una de las atracciones de estas cuadras antiguas es el cinema The Colonial Gate. Allí se proyecta un documental 4D sobre la toma de la ciudad por los ingleses. Es entretenido y no lleva más de media hora. Al terminar puede tomarse una copita de mamajuana, una bebida tradicional de ron, vino, miel y especias.

Andar por la Ciudad Colonial es empaparse de historia. Hay que estar, eso sí, bajo un intenso sol que hace que la temperatura llegue hasta los 32 grados. Llevar agua es indispensable, y los zapatos cómodos son necesarios. Caminarla toma dos horas. El recorrido se puede hacer en bicicleta o tren, una opción práctica para quienes vayan con niños.

Son las 5 de la tarde. El cielo se pone oscuro y llegamos a una de las casas coloniales con la idea de sumergirnos en la cultura del cacao, que cultivan desde hace 400 años. Allí está ubicado el Kah Kow Experience.

El recorrido incluye un recuento del chocolate desde sus primeros registros, en los que era considerado el alimento de los dioses por los aztecas, hasta la adición de azúcar que le dieron monjas españolas, hecho que permitió su evolución para convertirse en el dulce infaltable de muchos.

El lugar tiene una réplica de un cultivo de cacao, en donde se conoce su proceso de cosecha desde la recolección hasta la fermentación.

En la experiencia degustamos la pepa del fruto. Su textura: parecida a la guanábana, su sabor: amargo, no se parece al del chocolate. En otro salón, encima de una mesa de madera, están los ingredientes del chocolate y tabletas de diferentes concentraciones de este preciado alimento.

La siguiente parada es en el Museo del Ron y la Caña. En este lugar, que guarda este pedazo importante de la cultura licorera dominicana, se descubren los viejos laboratorios en los que se procesaba la caña de azúcar para convertirla, después de muchos procesos de destilación y conservación, en ese licor de color acaramelado.

Entre los barriles apilados en las esquinas hay litros y litros de esta bebida. Acá lo preparan de varios sabores: natural, canela, café y chinola, que es la manera como le dicen al maracuyá en la isla. Se pueden catar los que uno desee, pues no hay mejor forma de conocerlos que bebiéndolos.

El museo está situado en la calle Isabel la Católica, a unas pocas cuadras del parque Colón. En su tienda hay ron con diferentes procesos de añejamiento y de todos los tamaños.

El paraíso subterráneo

Santo Domingo no guarda únicamente el tesoro de su historia: a unos 15 minutos en automóvil de la Ciudad Colonial se puede visitar la riqueza natural que alberga el Parque Nacional Tres Ojos, una cueva que guarda en su interior tres lagos de agua dulce y seduce con su estructura rocosa y altos árboles.

También te deja sin aliento, debido al descenso por las más de cien escaleras que se van encontrando en el camino donde se ubican los lagos Azufre, La Nevera y de Las Damas. Sus profundidades no superan los cinco metros y no está permitido ingresar en sus aguas, con el fin de preservar su pureza.

El líquido cristalino colorea en diferentes tonos de azul su superficie; en el techo, las estalactitas, que crecen un centímetro cada 100 años, son la muestra clara de su existencia milenaria. Curiosamente, este paraíso subterráneo no fue descubierto hasta 1916, y solo en 1972 se permitió la entrada al público.

En el fondo del lugar se esconde el último de sus secretos: el lago Los Zaramagullones. Para descubrirlo hay que atravesar el lago La Nevera en una embarcación que se moviliza con cuerdas.

Las figuras rocosas se van dibujando en las aguas mansas que tiene este cuerpo acuífero, en un momento no sabes distinguir dónde están el borde real de las piedras y el reflejo de ellas. Las lianas y el verde intenso de la vegetación se agrupan en todo el lugar, dejando un cuadro natural sorprendente.

La entrada a la zona cuesta cerca de dos dólares, y su recorrido total toma más de una hora.

La mejor pelota del mundo.

Se escucha de fondo el himno nacional del país e inmediatamente vemos cómo los dominicanos detienen su caminar para oír con solemnidad estas tonadas patrias.

Nos apuramos para entrar al estadio Quisqueya Juan Marichal, en donde ya comienza el encuentro entre Águilas Cibaeñas y los Leones del Escogido, el juego en el que vamos a intentar descifrar el deporte nacional: el béisbol.

Ya en las tribunas, los colores amarillos y rojos se mezclan entre sí, son los tonos oficiales de los dos equipos. Lo curioso es que entre hinchas rivales no hay ninguna separación, se sientan uno al lado del otro sin más intención que la de presenciar lo que ellos mismos llaman, "la mejor pelota del mundo". Lo dicen con orgullo, sonríen al contar que sus peloteros han hecho historia en las Grandes Ligas de Estados Unidos.

Entre las nueve entradas del juego, que tomó dos horas y media en terminar, el ambiente del lugar fue de celebración. En los parlantes suenan merengue, reguetón y bachata, sonidos que se combinan con los gritos de euforia de los asistentes que festejan cada batazo, cada carrera, cada jugada acertada.

Más allá de la victoria o la derrota que vivió uno de los bandos, al terminar el juego tres carreras contra una a favor de Escogidos, la sensación general entre los asistentes es de fiesta.

Celebran, lo hacen como Mario Vargas Llosa describe en su libro La fiesta del chivo: con "sabrosura, hablando con boca, ojos, manos y todo el cuerpo a la vez, con ese regusto y alegría del hablar dominicano". 

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