ARQUEOLOGÍA
Katoen Natie conserva en custodia las piezas históricas que fueron recuperadas durante la realización de la obra.
El último Fin de Semana del Patrimonio, Katoen Natie - Terminal Cuenca del Plata, la empresa operadora de la playa de contenedores del puerto de Montevideo, abrió al público sus oficinas administrativas de la calle Buenos Aires 275, una antigua casona que fuera vivienda de la familia Arteaga (constructora de la más antigua red de saneamiento de la ciudad) y consulado de Francia en el siglo XIX.
Allí existe un micromundo: en su espacioso jardín sobre la mitad de la manzana, todo el día cantan los pájaros. Y en sus salones no se escuchan los ómnibus que permanentemente circulan por la puerta. La propiedad es una joya en sí, totalmente restaurada al estilo de época. Y en su interior guarda algunos elementos arqueológicos que fueron rescatados del puerto hace algunos años, durante la ampliación de la Terminal de Contenedores.
“Los objetos que recuperamos del río pertenecen al Estado, nosotros los tenemos en custodia. Y están exhibidos de forma destacada porque los dueños de la empresa, Fernand y Karine Huts, son amantes de la historia. De hecho, ellos mantienen un museo en Amberes (Bélgica) en el cual tienen probablemente la más importante colección privada de textiles del antiguo Egipto”, señala a Revista Domingo el gerente de proyecto de Katoen Natie, Rodolfo Laporta.
En el contexto histórico de la exploración, la conquista y la expansión de los imperios europeos, el Río de la Plata tuvo una singular actividad portuaria y comercial, principalmente debido a las reconocidas bondades naturales del puerto de Montevideo, que a poco de la fundación de esta ciudad ya se impuso como “llave” de la economía de la cuenca. El escritor Juan Oribe Stemmer señala en una investigación que realizó para Katoen Natie (publicada en un libro de 350 páginas) que esto se debe a que nuestro puerto tenía, además, una posición relativamente más ventajosa en el río. “Más próximo al océano, ubicado sobre las aguas más profundas del Canal del Norte y del Canal Oriental, con un acceso relativamente más directo y seguro”, dice Oribe Stemmer. Y agrega: “La navegación con Buenos Aires era más complicada, requería utilizar canales de menor profundidad y mal balizados”. Esto hizo que el puerto de Montevideo fuera durante mucho tiempo un bosque de mástiles. Y por eso no sorprende que la bahía también sea un verdadero cementerio naval.
Objetos recuperados
Para ganar terreno al río, durante la construcción del muelle de escala y playa de contenedores fue necesario remplazar el lodo del fondo por material más firme. Para cumplir con el primer paso del proceso se utilizó una draga de succión, que por su calado no podía operar en las zonas de baja profundidad, más próximas a la costa. Con el objetivo de sortear este problema, se empleó una segunda embarcación que por medio de unos potentes chorros de agua empujaba, a modo de topadora, el sedimento poco consolidado hacia las zonas donde podía operar la draga. La acción de los chorros de agua ocasionó que los elementos atrapados en el fango se liberaran. Y los que flotaron derivaron hacia la costa (aunque alguno tal vez traspasó la bocana del puerto). Siguiendo las pautas de control arqueológico de la obra, muchas piezas, la mayoría de madera, fueron rescatadas en 2007. Su análisis permitió diagnosticar que casi en su totalidad procedían de una embarcación moderna que antes de hundirse había servido como chata de recreación del club Neptuno.
Pero hubo otros hallazgos valiosos, entre los que destaca un mascarón de proa de un antiguo navío. Se trata de un león rampante al que le faltan algunas partes importantes, como su cabeza. En 2008, Oribe Stemmer dictaminó que la pieza procedía de la corbeta Atrevida, famosa por haber participado junto a su gemela Descubierta de la expedición que Alejandro Malaspina hizo con fines “científicos y políticos” entre 1789 y 1794.
En esa expedición también participó el brigadier de la Real Armada José de Bustamante y Guerra, para muchos el mejor gobernador que tuvo Montevideo durante el período de la colonización española. En su primer año de gestión como quinto gobernante de la ciudad se creó el Cuerpo de Blandengues, similar al que ya existía en Buenos Aires, destinado a contener el avance de los indios y resguardar las fronteras de los invasores portugueses. Fue en este escuadrón de lanceros que comenzaron sus carreras militares José Rondeau y el futuro Jefe de los Orientales, José Artigas.
Otros elementos igualmente valiosos desde el punto de vista histórico emergieron del oscuro y fangoso lecho marino: una botijuela aún con su tapón que contenía restos de aceite de oliva, el mango de un florete (posiblemente español) del siglo XVII, un cuadernal de tres ejes por los que se pasaban los cabos y una vigota (especie de polea por la que también corrían las cuerdas).
Restos sí, barco no
En febrero de 1986 la prensa uruguaya daba cuenta que el casco del navío español Nuestra Señora de Loreto habían sido declarado Monumento Histórico Nacional, bajo el agua y tapado por tres metros de fango. No era una fragata corsaria de Artigas, ni un barco emblemático de la Armada, pero las autoridades de la época consideraron que formaba parte de “la evolución histórica nacional”, vinculándolo a “hechos relevantes y representativos de la cultura de una época de nuestro país”, lo cual constituía mérito suficiente para justificar el edicto. Esta declaratoria detuvo las tareas de rescate que venía haciendo el buzo argentino Rubén Collado, quien había logrado extraer unos 400 lotes del área, entre los que se encontraba un cañón, una cruz de oro, balas de artillería, enseres de cocina, botas de caballero de cuero y zapatos de dama y niño.
La declaración impulsada por la Comisión de Patrimonio determinó que el buscador de tesoros le hiciera un juicio al Estado uruguayo, el cual ganó una década y media después, cobrando una compensación superior al millón de dólares por el tiempo y dinero invertido y la carga que no pudo recuperar. Pese a que Collado siempre sostuvo que el barco se encontraba en ese sitio, cuando se hizo una prospección arqueológica para ampliar la Terminal de Contenedores, no fue encontrado. “Las pruebas demostraron que sí había maderas y algunos restos de barcos, pero no un casco. Toda la carga de la Loreto se extrajo a fines del siglo XVIII, al igual que restos de la propia embarcación que luego se utilizaron para otras cosas”, afirma Laporta. Los trabajos estuvieron a cargo del arqueólogo uruguayo Roberto Bracco y del catedrático español Martín Bueno, quienes elaboraron un pormenorizado informe para la compañía.
Otra polémica que rodeó a los hallazgos fue el robo cometido por un ingeniero que en su momento trabajaba en la ampliación de la terminal, el cual sustrajo dos secciones del mascarón, una de las cuales envió por correo hacia su oficina en Bélgica. “Un sábado de noche me llamaron por teléfono y me pidieron que fuera al puerto. Lo tenían detenido a este hombre, a quien le prohibieron salir del país hasta que se recuperaran las piezas”, recuerda Laporta. Había sido una tontería del ingeniero más que otra cosa, porque difícilmente podría haber sacado algún rédito económico de esos trozos de madera.
Un león rampante y decapitado
Establecer a qué navío perteneció el mascarón del león con garras y melena (al que le falta la cabeza), hallado durante las obras de ampliación de la terminal, fue el resultado de una investigación meticulosa. El primer paso fue determinar la especie de madera con la cual se había hecho. Se trata de un pino, Pinus silvestris L. o Pinus resinosa Soland, una madera extensamente utilizada por las marinas europeas, principalmente ibéricas. Luego la atención se centró en discernir qué embarcaciones utilizaban este tipo de emblemas. En las principales marinas de guerra del siglo XVIII, la imagen de la figura de proa usualmente aludía al nombre o apodo del buque. España fue una excepción entre los años 1753 y 1793. Por decreto del rey, la Armada Real utilizó como figura el león engallado coronado. Por lo tanto, se trataría de un navío de la Marina Real Española botado antes de 1793. Las dos opciones que se manejaron fueron Nuestra Señora de Loreto (cuyo hallazgo en esa área fue denunciado por el buzo argentino Rubén Collado a mediados de la década de 1980) y La Atrevida, descartándose finalmente la primera.