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El skate uruguayo, entre sueños olímpicos y seguir fiel a su origen

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Meghan McCubbin

DE PORTADA

Consolidado como un deporte donde hay mucho talento, el skateboard nacional quiere ir a más pero es difícil sin apoyos.

No es casualidad que cuando uno habla con algunos skaters se acuerde de algún surfista con el cual se haya cruzado en una playa. Los primeros skaters eran surfistas que no podían manejar el síndrome de abstinencia mientras esperaban que las olas tuvieran el tamaño y la frecuencia de sus deseos. Entonces, le ponían rueditas a unas tablas y salían a surfear en el cemento.

En realidad, las primeras tablas de skate eran parecidas a las “chatas” que hoy son un lejano recuerdo para algunos veteranos que tal vez evoquen aquellas tablas con rulemanes con las que se tiraban por la pendiente de una calle.

Pero algunos de esos surfistas quedaron tan prendados de esas primeras patinetas que empezó a florecer una nueva actividad, con sus códigos y cultura. El skate avanzó tanto que se bifurcó en distintos estilos, generó una industria y una estética y hoy es una de las nuevas incorporaciones al abanico de disciplinas olímpicas.

Consensos

Para algunos skaters uruguayos, esa es una buena noticia. Otros se encogen de hombros y siguen pensando que el “espíritu” de la actividad —no la competencia—, es lo más importante. “Los Juegos Olímpicos necesitan más del skate que el skate de los Juegos Olímpicos”, dice uno de los consultados para esta nota.

Hay internas entre los skaters y esa —competencia versus estilo de vida— es una de ellas. En una de las cosas en las que todos sí están de acuerdo es que Kike Machado es una referencia ineludible para hablar de skate en Montevideo.

Kike Machado
Kike Machado, ´por Mauricio Carreño. 

Machado es de esos entusiastas a los que les sobra energía para andar, fundar la primera tienda para skaters (Planeta Skateshop), producir y realizar videos para otros y para sí mismo, auspiciar a través de su emprendimiento a quienes compiten y, en general, crear un sistema solar en torno al cual orbitan casi todos los que en algún momento anduvieron en una patineta de manera más o menos seria.

Ahora tiene 43 años y empezó a andar cuando tenía 10 años, en su barrio Portones. “En aquella época, todo era muy difícil de conseguir. Además, era caro y de mala calidad. Tampoco había lugares para andar y entrenar”, rememora. Pero de manera paulatina se fueron acercando cada vez más y la cultura skater se fue armando de a poco, con los vaivenes típicos de todo fenómeno emergente. Machado aún recuerda la impresión que le causó ver a Marty McFly andar en skateboard en la película "Volver al futuro" y habla de lo inspirado que se sintió.

Michael J. Fox
Michael J. Fox como Marty McFly en "Volver al futuro".

Años más tarde y lejos de Portones, en barrio Colón (en el Complejo América) Emiliano Alvez (26), también empezaba a desarrollar el sentido del equilibrio, tan importante para poder andar en skate. “Mis padres no me dejaban salir del complejo. Pero había varias plazas, preciosas para andar e incluso una pista”.

En el barrio había un pibe que la rompía, según Emiliano. El Mara, le decían. Por “maravilla” y por “Maradona”, porque además de andar muy bien en skate era un talentoso jugador de fútbol. “Era muy hábil con sus piernas”, rememora Emiliano. Con amigos, él veía al Mara como una inspiración: “Lo íbamos a ver cuando competía. Ganaba siempre”. El Mara se alejó de las pistas, pero Emiliano había quedado fascinado con las posibilidades de andar sobre cuatro pequeñas ruedas, hacer saltos, vueltas y desplazamientos estrafalarios sobre barandas y otras protuberancias edilicias.

Empezó a tener la patineta bajo sus pies durante horas y horas y cuando habla con Revista Domingo acaba de regresar de Merlo, provincia de Buenos Aires, a donde fue a competir. “Tuve dos caídas y solo con una ya quedás muy atrás”, cuenta. Como toda disciplina que llega a tener competidores de elite, la exigencia es muy alta.

La primera vez que Emiliano fue a competir fue en la pista de skate del Puertito de Buceo, el “Punto Ur” de los skaters montevideanos. La inauguración de esa pista en 1999 -coinciden todos- es uno de los hechos más importantes de la cultura skater nacional. Fue la primera y aún sigue siendo, 21 años después, la más grande e importante.

Emiliano Alvez
Emiliano Alvez, por Marcelo Bonjour. 

Desde entonces ha habido mejoras sustanciales en cuanto a acceso a lugares para andar en skateboard. Y no solo eso: las calles están mucho mejores, dice Federico Rossotti (30), otra de las estrellas del ambiente. Rossotti también parece ser hiperactivo. O tal vez sea la necesidad la que lo impulsa a competir, a tener su propia marca de ropa, a ser tatuador y hasta asesorar a arquitectos cuando estos van a construir una pista.

Empezó a andar hace 20 años y desde entonces, dice, la ciudad se hizo mucho más amigable. “Ha mejorado en todo sentido. En los últimos años, en particular, las calles mejoraron un montón, y se hicieron muchas plazas nuevas. Montevideo es muy buena para andar en skate. Lo que no tenemos acá son bowls (ollas) decentes. Ahora van a hacer una en el Parque Rodó. La que hay en la Plaza Líber Seregni no es muy buena”, comenta.

Federico Rossotti
Federico Rossotti. Foto: Christian Olivera. 

Por eso, acota, asesora a quienes van a construir nuevas pistas. A 21 años de la inauguración de la primera en Montevideo, y luego de muchos intercambios entre la comunidad skater, Intendencia y alcaldías, ahora parece que las partes se entienden mejor. “Hicieron un montón de pistas por todas lados, pero muchas no están bien hechas. Algunas sí, pero son chiquitas. Se necesitaría una nueva pista grande, luego de 20 años. Eso es algo que está en el debe en Uruguay. Una pista nueva y actualizada, porque el skate ha evolucionado”, dice Federico.

—Veo en tu cuenta de Instagram que andás sin protección alguna. ¿Es una regla implícita de la cultura que cuando se llega a cierto nivel las protecciones dejan de usarse?

—Las protecciones no se usan tanto. Es que andar en skate son muchas cosas. Una de ellas es que es una expresión artística callejera. Y un estilo de vida. Los que lo vivimos así, no lo vemos como un deporte competitivo. Y nos arriesgamos. El skate es algo jugado, rebelde. El verdadero skater callejero no usa protección.

—¿Te has lesionado?

—Tengo varias esguinces, fractura de muñeca... Tengo fierros y tornillos adentro de las piernas, que van a estar ahí para siempre. Pero de las lesiones te recuperás (risas).

Con todo, Rossotti compite. Los campeonatos son, para algunos, un “mal necesario”. En torno a ellos puede surgir interés de marcas en auspiciar a tal o cual skater, además de que es una manera de atraer no solo público sino también a una posible futura estrella.

Emiliano tiene la actitud opuesta a Federico respecto a la competencia. Para él, medirse contra otros es algo deseable y cuando mira hacia afuera, siente cierta desazón. Porque en otros países, los skaters que compiten cuentan con mucho más apoyo que en Uruguay para desarrollarse y crecer como deportistas. Según cuenta, en Perú es impresionante el apoyo con el cual cuentan los mejores. Pero también en Brasil y Argentina hay mucho más sostenes en torno a los más destacados de la movida.

Y eso es importante cuando surge la oportunidad de, por ejemplo, poder competir a nivel olímpico. Porque para llegar a los Juegos Olímpicos hay que competir y clasificar en varias etapas. Cualquier uruguayo que apunte a eso en la actualidad tiene que romper la chanchita: hay que pagarse todo.

El clan

Más allá de diferentes posturas respecto a competir o no, hay un grupo de skaters que están despegados del resto y que, según los entendidos, podrían competir contra los mejores de otros países. Kike Machado, por ejemplo, dice que para él, hay seis skaters que están al más alto nivel: Javier Suanes, Emilio Doufur, Federico Rossotti, Gonzalo Hernández, Benjamín Mc Mullen y, Meghan McCubbin, a quien él califica como una “promesa”.

Meghan, con 19 años, es estudiante de Medicina y anda en skate desde que tiene memoria. Ella se define como una skater “street”, a diferencia de los que prefieren las rampas y las ollas en las pistas. “Me gustaría aprender más rampa, pero lo mío es street, es en lo que compito”, dice Meghan por WhatsApp. Es la calle, con sus veredas, muros y escaleras la que la atrae, a ella y otros.

A ella, que hace poco empezó, le gustaría que “el deporte se desarrolle más”. “Que haya más pistas y mejor construidas, que haya pistas techadas (actualmente, no hay), que haya más apoyos y torneos. Si pasa eso, viene todo lo demás atrás: más interés, más viajes a otros países para competir y más mujeres que también empiecen a andar”, dice consciente de que ella es una anomalía en el ambiente dominado por hombres.

Quienes se toman el aspecto competitivo más en serio llegan a emigrar para contar con mayores posibilidades. Machado enumera a cinco uruguayos que están viviendo afuera como los mejores: “Santiago Rodríguez, Diego Suanes, Fabricio Abreu y Tino Arena”.

El apellido Suanes vuelve a aparecer. Es que los Suanes son un clan de skaters. Diego se fue a España a tratar de competir. Javier sigue en Uruguay y aunque Gabino agarró para la música —es integrante de la banda de hip hop Dostrescinco—  también se sube a la tabla y es capaz de hacer piruetas difíciles.

Javier empezó a andar los 10 años y ahora tiene 32. También él es cultor del estilo “street” y los más de 20 años de experiencia y entrenamiento lo llevaron a competir al más alto nivel en Uruguay.

Sin embargo, desde hace un tiempo está más dedicado a la creación de contenidos audiovisuales referidos a la cultura skater. Aunque sigue andando muy a menudo es muy difícil, dice, poder dedicarse al aspecto deportivo del skate de manera seria sin un marco de apoyo que le permita entregarse con el compromiso y el rigor que implica el profesionalismo y la competencia de elite (Javier es odontólogo de profesión).

Como observador privilegiado del ambiente, afirma que existe el talento y el nivel necesarios como para llegar a unos eventuales Juegos Olímpicos. Pero en términos generales, añade, Uruguay está bastante lejos de países como Perú, Argentina y Brasil, en donde los deportistas cuentan con mayores apoyos e incentivos para cultivar sus destrezas.

Javier Suanes
Javier Suanes. Foto: Mauricio Minacapilli. 

Para Machado, el aspecto competitivo no se condice con el “espíritu” del skate. “Para nosotros, para gran parte de los skaters, los Juegos Olímpicos nos necesitan más que nosotros a ellos. El verdadero espíritu del skate es patinar, divertirse con amigos y es muy difícil puntuar el arte. No es qué prueba hagas, es cómo la hagas. Está bueno hacer campeonatos, porque acerca a muchos chicos, promueve al skate y le da un marco de seriedad. Pero, por otro lado, se pierde ese espíritu que decía, que no es andar por puntaje”.

Para ilustrar esa actitud, Machado cuenta una anécdota: “Una vez, en uno de los campeonatos, había un funcionario de la Intendencia y cuando todo termina me comenta que nunca había visto que en un torneo deportivo, los competidores aplaudieran y festejaran las pruebas logradas por sus adversarios. A eso me refiero con el espíritu”.

Rossotti dice algo similar y señala lo fácil que es entrar a este mundo. ¿Qué se necesita? “Una buena tabla e ir a una pista a aprender”, dice Rossotti. Según él, siempre va a haber alguien dispuesto a ayudar.

Machado resalta la importancia de contar, de entrada, con buen equipamiento. Se podría comprar, dice, uno de juguete por poca plata, pero con esos no se puede hacer prácticamente nada. Lo mejor es invertir en una tabla pagando entre $ 4.000 y $ 5.000. De esa manera, uno se asegura que el equipo aguantará los primeros pasos y desafíos, según razona el dueño de Planeta Skateshop.

Las habilidades sociales, en tanto, no solo son necesarias para generar una sensación de comunidad e identidad entre skaters. También son fundamentales para negociar con otras tribus urbanas que aspiran a pistas y lugares propicios para saltos, vueltas y piruetas: los patinadores de inline skates (“rollers”) y los ciclistas BMX. Tanto unos como otros también tienen sus culturas, circuitos y competencias.

Rossotti dice que a veces pasa que alguno de esas tribus rompe estructuras puestas por los skaters para practicar. Una actitud que a veces se asemeja a los conflictos hacia la interna de los artistas callejeros, cuando unos pintan sus obras por encima de la de otros. Pero también dice que nunca hay problemas demasiado serios. Todavía prevalece cierto respeto y sensación de comunidad.

Meghan, por su parte, dice que si choca con alguien, “prefiere” hacerlo con los que andan en patines. La bicicleta ya es un elemento que puede generar impactos mayores en una colisión. Pero, en realidad, lo que más le preocupa son los niños que, como son niños, todavía no dominan los códigos y las normas implícitas que surgen en las pistas.

Por distracción o desconocimiento se pueden cruzar en el camino de alguien y causar un momento de peligro. “Siempre sale algún niño lastimado. Pasa también que los padres que van a cuidarlos se sientan al borde de la pista, justo la parte en la que nos deslizamos”, cuenta.

Con todos los desafíos que siguen estando ahí, la cultura y el deporte del skate ya alcanzó la mayoría de edad en Uruguay. Hay cultores, pistas y nivel suficiente como para competir fuera del país.  Aún así sobrevive parte de la sensación con la que nació: la de ser un fenómeno alternativo, donde el sentido de comunidad y la actitud de compartir y respetarse siguen siendo señas de identidad y pertenencia.

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