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Serrano Abella: vida y pensamiento de la voz del interior

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Serrano Abella en la vereda de su casa. Foto: Rosalía Souza

DE PORTADA

En el campo, la gente le reconoce la voz: desde hace 51 años Serrano Abella emite "Hora del Campo".

"Pero yo conozco esa vozu201d. Serrano Abella todavía recuerda las palabras de aquel hombre. Y también el nombre, pero no lo dice. Sí cuenta que fue en un ranchito perdido en unas sierras de Treinta y Tres, al que solo se llegaba a caballo, y que el hombre era hosco, huraño, peculiar. Recuerda que lo buscó porque alguien le dijo que tenía datos y una foto de Martín Aquino. Fue antes, mucho antes, de que siquiera asomara la idea del libro sobre el último gaucho uruguayo. Tan antes que todavía no se había mudado a Cerro Largo y Hora del campo se emitía desde la difusora Treinta y Tres. Pero ya entonces Abella andaba detrás del matrero Aquino.

A Abella le habían avisado también que el hombre era medio reacio, y que si quería verlo tendría que ir a fin de mes, que era cuando las mujeres de la casa se iban a cobrar la jubilación a Santa Clara. u201cMe dijeron que cayera ahí, cuando él estuviera solou201d. Eso hizo. Un día, con la tardecita asomando, ensilló un caballo y fue. El hombre lo atendió con alambrado de por medio, y aunque lloviznaba no lo invitaba a bajar del animal. u201cYo le seguía hablandou201d, dice Abella. Y cuando pensó que no lo iba a amansar, el hombre le dijo que conocía esa voz.

u201cCapaz que porque yo tengo una audiciónu201d, le respondió Abella, haciendo referencia a un programa de radio. u201c¿Pero no me diga que usted es Serrano?u201d, le preguntó el hombre tosco que se iba apaciguando. Después, la tardecita los agarró debajo de la anacahuita hablando del matrero, y con el hombre tocando polca y chotis en una guitarra española que le había traído un hijo desde Europa.

Serrano junto a su hijo Joaquín Abella en Hora del Campo. Foto: Néstor Araujo
Familia. Actualmente Serrano Abella conduce Hora del campo junto a su hijo Joaquín, en La Voz de Melo. Foto: Néstor Araujo

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Serrano Abella es una voz. Es aquel que dice que la radio llegó primero que él a todos los rincones del interior. Serrano Abella tiene 77 años y desde el 21 de junio de 1968 emite continuamente Hora del campo. También escribió dos libros, junto a Javier Vaz, Martín Aquino, el matrero (2009) y Los muros del silencio (2017). A veces escribe cuentos y tiene unos cuantos poemas firmados. Recita para sí o sus oyentes, lee, y recitó por mucho tiempo arriba de los escenarios. Acompañó a Los Olimareños en giras por los pueblos de Uruguay. Se crió visitando a Rubén Lena. Fue el intermediario entre los encuentros del maestro Lena y Alfredo Zitarrosa. Fue el que tildó a Wilson Ferreira de ególatra, para también admirar sus ideas y llevarlo a conocer a Lena. Ha relatado ciclismo y raid. Fue el que probó el teatro pero se quedó con la radio.

El de la radio

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En el pueblo todos se refieren a él como u201cel Serranou201d o u201cel Abellau201d. Y en el pueblo, como le dicen cariñosamente a cualquier ciudad del interior los que son de allí, es uno de los primeros en despertarse. Amanece a las cuatro de la mañana, en quince minutos llega a La Voz de Melo y prepara todo para acompañar la madrugada: a qué hora sale y se esconde el sol o la luna, que la temperatura, que el dólar, la carne y la soja, que si hay carrera acá o allá, que si corre el mestizo. A las 5 de la mañana tiene todo organizado.

La programación de Hora del campo y u201clas etiquetasu201d

Será por los ritmos más lentos, por el paisaje casi estático o por el placer de la costumbre, pero el programa de Abella, que desde hace un tiempo conduce con su hijo Walter Joaquín, mantiene una fórmula que funciona desde hace décadas. Con sus variantes, claro, como la interacción por el celular o las redes sociales o la de no salir más los domingos desde que se transmite en La Voz de Melo.

u201cDe 5.00 a 6.00 es la hora que está la peonada que va a salir a trabajar, tomando el mate de la madrugada. A las 6.00 arranco con los productores, porque el tipo que está trabajando, el peón de campaña, no le importa mucho el precio del novillo, ni la lana ni el cuero. Él quiere saber si corre el tostado del Serrano o el bayo de Fernández y cuándo hay carrera en tal lado. A las 6.00 entonces, sí, me despego un poco de ellos y hablo de soja, arroz, dólar. Y a las 7.00 agarra un ritmo más citadino. Salpicado con alguna información agropecuaria para no desprenderse del todo de la espina dorsal del programau201d.

Para Abella ser comunicador es ser comunicador. u201cOdio el apellido (NdR: la etiqueta) en la profesiónu201d, afirma. Sabe que La hora del campo es esencialmente agropecuaria, pero confía en que la gente lo ve como un programa periodístico. Si hay que hablar de lo que anda mal en el pueblo, se habla. Se habla de todo.

Otra cosa que se mantiene, es el interés de la gente por escuchar u201cel discou201d como le dicen cuando escriben o llaman para pedir una canción. u201cYo de alguna manera introduzco el apetito por esas cosas. Yo tengo una hora, la primera, donde paso las carreras y el movimiento social de la campaña. Y ahí mecho temas, música que creo que es la que a ellos les va a gustar. Son gente que sigue prendida a esa forma de hacer radiou201d. Eso sí, Abella dice que a lo único que se niega cuando le piden el disco, es a pasar temas argentinos. Le gusta reforzar el canto popular uruguayo. Solo de vez en cuando recuerda a Yupanqui. Pero después, dice, los u201curuguayos son grandes letristasu201d, y en la canción campera lo que importa, al final de cuentas, es lo que narra.

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u2014¿Se imagina sin Hora del campo?

u2014Yo no me imagino sin trabajar. Jubilarse es sentarse a esperar la muerte. Además, cuando cumplí 50 años de trabajo y 70 de edad, fui al BPS. 11200 pesos eran. La muchacha que trabaja con nosotros acá gana el doble y cada vez la necesitamos más. Pero tampoco me jubilaría. La madrugada anda empezando a cansar, pero no me pesa.

u2014¿Qué cree que significan para la gente esas horas suyas?

u2014A veces me asusta, porque todas las encuestas la dan como la audición del interior más escuchada. Yo creo que la gente la va a extrañar, hasta que va a pasar el tiempo y punto. Va a desaparecer como pasa con todo en la vida. A veces pasa y no deja rastro, y a veces deja alguna señal. Yo nunca trabajé tampoco con el énfasis ese, ni que lo recordaran ni que nada. Pero la radio ha llegado antes que yo a todos los lugares del país, siempre.

Para Abella, cada frase, persona o época se ilustra con anécdotas. Puede que tenga que ver con que es un tipo que sabe transmitir con la palabra hablada o, como dice Daniel Erosa en su biografía, puede que lo haya heredado de su madre doña Inés, cuando les leía libros a él y sus cinco hermanos, de niños.

Está, por ejemplo, una historia que tiene poco más de 40 años. La de un vasco que tenía estancia en la cuarta sección de Treinta y Tres. u201cVine a conocerlo. Ayer me pasó lo peor que me podía pasaru201d, le dijo el vasco. Y le contó que se encontró en la estancia con un congreso de peones adentro del galpón. u201cPregunté y el capataz me informó que la gente no salía hasta que terminaba el Serranou201d. Abella acompañó al vasco hasta la estancia y terminaron por ser amigos.

El discurso que le duele

u201cYo no peleo porque los estancieros tengan una hebilla de oro y plata que proteja el abdomen cada vez más prominente. El campo no es la cuatro por cuatro. Ese es un discurso que uno oye con dolor. Uno siente que ha fracasado como comunicador, porque no ha sido capaz de mostrarle a los hermanos de Montevideo que el campo es el peón, el capataz, el productor rural mediano, chico, grande, pero que está ahíu201d.

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Abella es palabra hablada. Tanto, que hasta cuando escribe lo hace en voz alta. u201c¿Qué es para usted escribir?u201d, le pregunto. Entonces deja el mate al costado de la butaca de cuero bajita en la que está sentado. Se pone de pie, las manos detrás de la espalda, agarradas, como paisano que camina por el campo, despacio, y dice: u201c¿Sabe cómo escribo? Así. Javier Vaz sentado allí en la computadora y yo escribo con la palabra, al ritmo de lo que hablo. No soy escritor. Soy un comunicador. Un narrador. He escrito algún cuento, corto, pero no es lo mío. Lo mío es buscar al otro con la palabra. Eso a veces se logra, a veces no se lograu201d.

u2014¿Y qué es para usted hacer radio?

u2014Soy visceralmente radial. Para mí es el medio de comunicación con más magia: primero la iba a matar el cine, después la televisión, ahora las redes sociales. Pero la radio es un milagro esplendoroso, y aún con plena vigencia. Y la radio, como todo el periodismo, es un gran desafío cuando uno lo hace con honestidad. El peaje más caro que tiene un periodista es su independencia. Cuando usted se abriga en los partidos políticos o se acostumbra a comer en la mano del poder, es todo mucho más fácil, pero también el solcito que alumbra la vida de un comunicador es su credibilidad.

u201cMartín Aquinou201d

Correr atrás del matrero

El primer libro que publicaron Serrano Abella y Javier Vaz fue Martín Aquino, el matrero. Ese fue el resultado de una obsesión que el comunicador había alimentado por el gaucho desde su niñez. Y, como en tantas historias de Abella, la responsable de su inquietud fue su madre. Abella la describe como una mujer de tal rectitud que no se salía de la idea de que el juez era el juez, el policía el policía, la maestra la maestra. Pero siempre estaba citando versos y anécdotas anónimas de Aquino que habían escrito los payadores. Un día, Abella juntó coraje y le preguntó: u201cMamá, pero al final Aquino vivía a tiros, ¿era bueno o era malo?u201d. Su madre, como todos las otras fuentes orales que recogió para su libro, le dijo que u201cAquino era un hombre bueno, mu2019 hijo, lo hicieron malou201d.

Después no paró de leer, de investigar, de ir a juzgados, comisarías, recoger testimonios (tenía 72 grabaciones). u201cLeía con un temor de que me rompiera la imagen que mamá me había contado de él. Y la de esas 72 personas que me hablaron de él. Porque con los sueños, las utopías, los afectos, tejen figuras y cada uno le pone su amor, y lo va engrandeciendou201d.

Lo que le quedó a Abella del matrero fue la idea de una figura que no pudo recuperar del todo. Dice que buscando la palabra exacta se siente que el resultado no es el deseado. Pero logró entender y transmitir a Aquino como símbolo de libertad gaucha, que las muertes que carga no fueron por la espalda. O eso dicen los partes policiales.

u201cUna vez, en una charla en San José que dimos con Napoleón Baccino -él ya había escrito su libro, yo todavía no el mío-, él dijo que Aquino era como el Che Guevara. Y usted sabe que yo en eso soy un imprudente, y tuve que marcar mi diferencia: el Che Guevara creía que había que corregir el mundo, la pobreza, y murió peleando por eso. Estemos de acuerdo o en desacuerdo. Martín Aquino peleó por su libertad. La suya. La cargó hasta la última instanciau201d.

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Independencia

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Cuando Abella vivía en Treinta y Tres, su departamento natal, ya era Abella. Era operario de la radio, pero también el de Hora del campo. Trabajaba de lunes a domingo, sin descanso. De lunes a sábado el programa era casi como ahora. Los domingos era el día u201calegreu201d, es decir, aquel en el que el micrófono estaba abierto para todos los que normalmente no cantaban por radio. u201cEra recalada de los clubes de Treinta y Tres que venían en la madrugada. Un borrachaje bárbaro. Yo tenía una guitarra, uno que tocaba la armónica y otro el bandoneón, y ahí venían y cantabanu201d.

Pero entonces empezó la dictadura. No se podía escuchar ni al maestro, ni a Los Olimareños, Zitarrosa, Carbajal o Viglietti. Un día pasó un disco de Atahualpa Yupanqui y lo citaron. u201cClaro que la libertad como la luz del sol siempre encuentra una rendija para colarse. Hablábamos disfrazados. u2018Qué helada, nunca estuvo tan blanca como hoy Treinta y Tresu2019u201d, recuerda Abella.

Serrano Abella en su escritorio. Foto: Néstor Araujo
Hoy en día Serrano Abella pasa gran parte de su día preparando el programa desde su casa. Foto: Néstor Araujo

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Y así aguantó, bastante tiempo, con algunos días menos reprimidos que otros. Como cuando relató el raid Aparicio Saravia, en el que corría su amigo u201cPiojo Olascoagau201d. u201cEl Piojou201d tenía un poncho blanco atado al cuello, y relatar la llegada al ritmo del galope, con la euforia marcada por los nervios, se transformó en catarsis. u201cSacá Piojo el poncho. Gritá como gritás siempre. Vivá este raid que se llama Aparicio Saravia, que le escribió a su hermano, Río Negro por medio, que la patria es el funcionamiento de todos los partidos en el pleno uso de sus derechosu201d. Y llegaron a la meta con un silencio sepulcral, lejos de la algarabía de la fiesta campera. Detrás de la línea había policías y militares. Pero Abella se había metido en su propio discurso: u201cLe di libertad a cantidad de cosas que tenía ahogadasu201d.

En el 81 se peleó con el director que había asignado el Ministerio de Defensa. u201cEl tipo parecía fenómeno, pero era un gran hincha de eso (el Golpe de Estado)". Y se iba a Rivera, tenía una propuesta para trabajar en la Radio Internacional.

En el camino a la entrevista en el Norte, paró a comer con Pelusa, su esposa, en la capital arachana. Se encontró con Kelvin Souza, entonces dueño de La Voz de Melo, y este le hizo una oferta. Melo era más cerca de Treinta y Tres. Se quedó. En La Voz de Melo era otro el respaldo. Abella seguía siendo honesto en su decir. u201cYo la dictadura la viví duramente. Me enfrenté. En la radio había gente de izquierda que me pedía que no hablara más porque estaba comprometiendo el salario de todos. Cuando vino la democracia, ellos estaban donde se leyó la proclama. Yo estaba abajo, con la genteu201d.

u2014Después de la dictadura, ¿le ha costado la independencia?

u2014Yo me he jactado siempre de que escasas veces me llega un aviso oficial. Me sobran los avisadores. ¿Pero cuál es la forma de comprar la independencia de un periodista? Con el poder o tirándole los perros encima, que eso me ha pasado más de una vez. Si yo fuera periodista en Montevideo, no me veo nunca con Di Candia, pero acá al intendente lo veo en todos lados.

u2014¿Le pesa la cercanía?

u2014¿Sabe que no? Yo me he enfrentado a todos los gobiernos. Con algunos me llevé bien, con otros muy mal. Con Villanueva Saravia me llevé muy mal. Era un tipo particular, que ponía de un lado a los que estaban a favor, del otro a los contras. Yo nunca me sentí contra tampoco, sentía que quería ejercer la libertad de opinar. Ahí sentí los primeros síntomas de compra de periodistas en el interior. Viene el halago, el aviso oficial, y el vivir cerca del poder. De lo contrario vivís en la intemperie, llueve y el sol quema si no tenés sombra cerca, protegete como puedas. Yo vivía de amenazas telefónicas crueles.

u2014¿Tenía temor?

u2014El que no siente miedo es un inconsciente. Pero uno sabe que el objetivo es vivir honradamente. No amilanarse ni arrodillarse, y desafía al miedo.

u201c¿Usted es amigo de Luis Sergio (Botana)? Porque no pareceu201d, le preguntó una madrugada un don que pasaba en bicicleta mientras Abella barría las hojas de la vereda. u201cYo le había pegado un hachazo fuerte en la radio por temas de Carnavalu201d, recuerda. u2018¿Usted sabe que soy amigo de Luis Sergio y nunca se me ocurrió que el intendente no me cobre la patente del auto o la contribución? Es su obligación. Y mi independencia periodística me dice que también tengo que cobrar cuando creo que se sale del cauce el funcionamiento administrativo de la Intendenciau2019, le respondíu201d.

Pueblo

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Las paredes del escritorio de Abella en su casa, son una línea del tiempo a la que la mancha de humedad no le saca lo pintoresco. Madera, maciza, oscura en estantes, escritorio y radios antiguas. Pabellones patrios y una bandera artiguista. Boleadoras. Relojes detenidos. Una estufa a leña apagada y olor a frío. Cuando no está en la radio, Abella trabaja desde ese espacio. Hay paz, y la calma de la calle Navarrete en Melo hace que desde adentro se escuche algún Benteveo.

Un retrato de Serrano Abella junto a Alfredo Zitarrosa. Foto: Néstor Araujo
Un retrato de Serrano Abella junto a Alfredo Zitarrosa. Foto: Néstor Araujo

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En la capital del país, el nombre de Abella pasa desapercibido. Abella es hombre del interior. Pero él también tiene su resistencia, y a Montevideo viaja solo por necesidad, casi nunca. No se lleva con la ciudad. u201cNo me acostumbro porque no puedo respirar esa soledad. La soledad en el rancho de Pelusa, amaneciendo o anocheciendo, es diferente a la de andar solo entre un millón y medio de tipos buscando una cara familiar para saludar. Ese ritmo febril de andar la vida a mí me parece que lo hace escaparse a uno del placer de vivirlau201d.

u2014¿Qué es vivir la vida?

u2014Amar. Soñar hasta el último día.

u2014¿Sigue existiendo el modo de vida que narran las canciones camperas?

u2014Quedó protegido. Quizá por la misma circunstancia de vivir lejano a los medios que logran desteñir lo mejor que tiene un país que es su originalidad. Claro que hay que adaptarse a los cambios, sería un necio sino, pero las raíces no habría que discutirlas.

Los libros que ha leído o dejado por la mitad ocupan dos paredes, pobladas también de muchas fotos: de nietos, de Pelusa. De Pepe Guerra con Abella en el subsuelo del Cine Olimar, cuando Braulio López ya estaba en el exilio. Otra de Los Olimareños jóvenes y todavía libres. Del Sabalero y Santiago Chalar. Una de pie y traje junto a Zitarrosa. Otra de Zitarrosa solo con la guitarra. Algunas las encontró en la radio, otras eran suyas, otras se las regaló algún oyente.

Un retrato de Serrano Abella junto a Pepe Guerra y Santiago Chalar. Foto: Néstor Araujo
Historia. Serrano Abella sentado junto a Pepe Guerra y Santiago Chalar en el subsuelo del Cine Olimar. Braulio López, entonces estaba exiliado. 

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Hay fotos de su juventud como reportero o como actor de teatro. u201cAhí hacía de u2018El Zorritou2019, un personaje de Juan Carlos Patrónu201d, comenta mientras recorre con la mirada. Retratos de Aparicio Saravia, de Martín Aquino. También de Wilson. Al Serrano, amigo en el recuerdo, en la fe, en la esperanza. Wilson. 15 Set. 81, está escrito debajo. Y en las paredes también se leen poemas de Rubén Lena, de Lucio Muniz, de Santos Inzaurralde y de Julio Guerra.

Nostalgia de la infancia

A veces, la cena era un café negro. Cada tanto, encontrar un pedazo de carne en el ensopado era casi un juego para los seis hermanos. No había merienda en los recreos y Abella no borra la imagen de las madres que iban al patio a llevar unos potes de dulce de leche, por entonces novedosos, a los otros niños. La infancia primero fue en una chacra, al margen del arroyo Yerbal. Después en la ciudad. Abella tenía seis años cuando murió su padre, en una disputa de almacén, y su madre decidió vender los animales para comprar una casa en Treinta y Tres donde fuese más fácil educar a los hijos. Ahí Perla, la hermana mayor, consiguió trabajo y mejoró un poco la vida. u201cLa gente decía que papá era muy corajudo. Pero cuando tuve luz para entender, me di cuenta de que mamá fue la corajuda. Se quedó con seis hijos sin tener nada. Y si ninguno de nosotros es más, es porque no quisimos. Mamá nos dio todo. Era poco, pero era todou201d. Y aún con la dificultad, Abella se queda con esos momentos de su vida: persiguiendo lagartijas, con siestas interminables y correteando en los arenales.

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En las paredes, Abella mantiene su origen vigente. Su raíz. Por eso, aunque le agradece a Cerro Largo porque lo acogió cuando estaba malherido, lo que más se ve en la línea del tiempo es Treinta y Tres. Dejó de presentar el Festival del Olimar no por desagrado, ni por abandono, sino porque por cuestiones de salud Pelusa ya no lo acompañaba y bajar del escenario no era lo mismo.

u201cMi patria son los pitangueros del Olimar y del Yerbal. Los tres puentes, el río, mi madre. Son esas las raíces con que me alimentou201d. Recuerda con esto una frase que escuchó algún día, de que la patria es donde uno elige para que lo entierren, no para nacer. Él elige Treinta y Tres. Ese lugar donde, como le dijo Zitarrosa en una caminata en la madrugada, el cielo asombra. u201cu2018Cómo no van a ser cantores ustedes, con el cielo tan cercau2019, me dijo el Flaco".

En Treinta y Tres

Zitarrosa, Los Olimareños y la pieza que se llamó Villa Miseria

Cuando doña Inés, la madre de Serrano Abella, compró una casita en Treinta y Tres, designó un cuarto de los varones al que podían invitar a quien quisiesen. Así, ella podía controlar lo que hacían los hijos y con quiénes se juntaban. Así, también, ellos empezaron a tener contacto con el mundo artístico de su ciudad.

u201cPor ahí llegaron desde los tipos más vagos del mundo, hasta cantores. Víctor Lima escribió parte de su repertorio en esa pieza. Le llamábamos la Villa Miseria. Le pusimos un cartel. A veces llegaba de los bailes y me tenía que acostar en una cobija en el piso, porque mi cama estaba ocupada. Pero eso nos enriqueció cantidadu201d.

Abella resalta que la vida artística de Treinta y Tres por aquellos años era de privilegio. Tres compañías de teatro independiente, cantores por acá y por allá. Tablados. El maestro Rubén Lena. Él era parte de todo eso. Era un recitador, al punto que llegó a girar por el interior con Los Olimareños.

A Braulio López lo conoció en quinto de escuela, después al Pepe Guerra. Con Braulio iban a los tablados e intercambiaban actuación por choripanes y pasaban la gorra. u201cMientras Braulio cantaba tango, yo pasaba el sombrero. Después yo recitaba y él pedía la plata, que repartíamos de madrugada abajo de algún farolu201d.

Después llegó la época de Alfredo Zitarrosa. Se conocieron porque los dos representaban a los trabajadores de radios: Zitarrosa en Montevideo, Abella en Treinta y Tres. El olimareño fue el intermediario del primer encuentro entre Zitarrosa y Lena. u201cY vamos y tocamos timbreu201d, le dijo Abella cuando el montevideano le habló de su deseo. u201cFuimos y no terminaban nuncau201d.

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