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Sergio Devotto sueña con tirar unas flechas con Cavani antes de irse al Mundial de Arquería

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Sergio Devotto tiene 54 años y viajará a Italia para representar a Uruguay en el Mundial de arquería.
Nota sobre arqueria medieval en la escuela de tiro con arco y flecha Arqueria Los Fogones, en la sede del Untmra en Montevideo, ND 20220624, foto Estefania Leal - Archivo El Pais
Estefania Leal/Archivo El Pais

HISTORIAS

El arco y flecha como deporte lo enamoró con 51 años, aunque tiene ancestros indígenas. Quiere triunfar en Italia, traer un título, pero antes planea reunirse con el ídolo salteño.

Entre los juegos preferidos por Sergio Devotto (54) cuando era niño figuraban cazar pajaritos y sembrar por doquier. Bien dicen que lo que se hereda no se roba. Y en él aplica a la perfección. Este hombre cuya ascendencia indígena se delata en el primer golpe de vista -cara ancha, ojos color café, melena lacia, negra azabache y larga- se las ingeniaba para plantar en cualquier sitio donde pudiera colocar tierra y semillas: hacía de cada balde o tarro una maceta. Y así crecieron en casa de su madre nueve árboles sembrados por él. También se daba maña para armar arcos caseros de vara de mimbre y piola.

El gusto por cultivar nunca lo perdió y siempre mantuvo su huerta orgánica, esa que hoy lo alimenta. Pero de cacería no salió nunca más y recién volvió a picarle el bichito a los 51 años. Y así, sin querer, con el simple afán de aprender a cazar jabalíes, descubrió un deporte muy vinculado a sus ancestros charrúas -la arquería- y no solo eso, de dio cuenta de que podía destacarse. Tanto que salió vicecampeón nacional, integra la selección uruguaya de tiro y el 31 de agosto se subirá por primera vez a un avión para representar a nuestro país en el Mundial de Arquería. Viajará a Italia con otros nueve uruguayos arqueros: siete hombres y dos mujeres -una es Andrea Castromán, campeona nacional y dueña del récord nacional en la categoría femenina-.

Sergio sueña en grande y quiere dejar a Uruguay en lo más alto, porque no todo es Qatar y fútbol este 2022: “Me estoy preparando en serio. Siento que puede ser mi única oportunidad y quiero ganar”, dice convencido a Revista Domingo.

Antes de debutar en un vuelo y en una competencia internacional, deja abierta una invitación: “Mi sueño es tirar unas flechas con Edinson Cavani antes de irme al Mundial. Me comentaron que es un deporte que le hubiera gustado practicar”, asegura.

¡Qué puntería!

Una tarde de 2019, Sergio se encontró buscando en Google un sitio donde aprender a cazar jabalíes. Le costó encontrar información pero dio con Carlos Piñero, un sanducero que le recomendó acercarse al club Raíces Arquería Montevideo (RAM) donde iba a ser bien asesorado por su hijo, Alexandro Piñero.

Le hizo caso. Llegó al RAM sin arco en mano y pidió uno con una potencia de 45 libras o más, lo necesario para poder cazar jabalíes, algo que tenía entre ceja y ceja. Alexandro, el instructor, lo miró con desconfianza y le consultó: “¿Alguna vez tiraste con arco?” “No, he tirado con unos caseritos que hice yo”, respondió Sergio. Le prestó un arco longbow -muy similar al que usaban los indígenas- y le ofreció darle una clase gratuita para probar.

“Yo no sabía ni pararme. Me explicó cómo pararme en la línea de tiro y me hizo tirarle a una diana a 10 metros”, recuerda entusiasmado.

Abrió el arco, tiró, y para sorpresa de muchos -incluso propia- dio en la diana. Alexandro no acreditaba lo que veía e insistió en saber si era su primera vez con este instrumento. Y lo animó a tirar otro, que también pegó en la diana. Y así sucesivamente cuatro veces.

El hombre quedó tan maravillado con esa puntería que le propuso a sumarse a las clases. Sergio no tenía dinero para pagar la cuota mensual así que llegaron a un acuerdo: el alumno le armaba y reparaba los paraflechas y con ese trabajo abonaba el curso. “Fui a tres clases, después me salió bastante trabajo y no fui más. Pasaron ocho meses y yo seguía enamorado de la arquería, pero estaba con dificultades, no tenía tiempo”, cuenta Sergio.

Hasta que un día, Alexandro lo volvió a contactar: quería contratarlo para que le hiciera una mudanza con su camioneta. Sergio se encargó del flete y se enteró de que seguía necesitando alguien que le armara los paraflechas. Y así, por obra del destino, retomó las clases bajo el mismo acuerdo y con las mismas ganas.

En el RAM se vinculó con Silvia Fernández y Daniel Román, una pareja de instructores en arquería que este enero decidió fundar su propio club -Arquería Los Fogones- con el objetivo de difundir esta disciplina que los apasiona. Sergio es uno de los 30 socios. Y tienen otros 30 alumnos en la escuela, de edades variadas, que van de 7 a 67 años.

Silvia y Daniel animaron a Sergio a presentarse al primer Torneo Uruguayo de Arquería Medieval (TUAM) realizado en octubre del año 2020 en San José. Obtuvo el primer puesto y, desde entonces, no hubo forma de que se separara de la arquería. Eso sí, su meta inicial de cazar jabalíes quedó atrás porque se fanatizó con este deporte federado a través de FUTARCO (Federación Uruguaya de Tiro con Arco) y regido por la World Archery.

“Nunca fui a cazar. Tengo un arco que tiene la potencia ideal, pero no voy. Ni siquiera hablo de cacería. Me enamoró como deporte. Y para mí es algo muy grande y sorprendente porque descubrí a los 51 años un deporte en el que encima soy bueno”, reconoce emocionado.

La sangre tira

Hay equipo. Gerardo, Sergio, Silvia, Andrea y Daniel. Foto: Estefanía Leal.
Hay equipo. Sergio junto a Gerardo, Silvia Castromán, Andrea y Daniel. Foto: Estefanía Leal.

Decir que Sergio Devotto llegó a la arquería por accidente es subestimar a la genética. Esa especial puntería, que apareció sin que la entrenara, es innata y la heredó de sus ancestros. Integra la comunidad charrúa Jaguar Berá y aunque nunca se hizo un ADN para saber a ciencia cierta si tiene sangre indígena, su físico, sus facciones, su porte, una mancha en su cuerpo, su amor por la naturaleza y sobre todo su emoción al hablar de este pueblo nómada que se caracterizaba por vivir de la caza y la pesca convierten ese análisis médico en un mero trámite sin relevancia.

La prueba de que la sangre tira está en sus gestos cotidianos. Esa conexión con la tierra desde que era un crío sembrando semillas donde encontrara lugar. La venta de árboles nativos, tierra abonada y leña en atado. La huerta orgánica que tiene en su casa. Y su compromiso con la causa: participó, junto a la comunidad Jaguar Berá, del desarrollo de un recinto exclusivo de árboles nativos dentro del Parque de Los Fogones bautizado Oyendau (palabra charrúa que significa ‘memoria’).

Sergio siente escalofríos al contar que 12 días atrás esta comunidad plantó un ombú, árbol sagrado para los indígenas, en ese predio. “En sus raíces, los caciques le daban la orden a sus mujeres de esconder a los niños para poder huir. Muchos murieron, otras fueron esclavizadas y no volvieron a buscar a sus niños. O los españoles los encontraban y los asesinaban. O morían de hambre debajo del árbol. Para nosotros ese árbol es muy sagrado. Me mueve”, dice con lágrimas en los ojos. Y vuelve a demostrar que no necesita ADN que corrobore su identidad.

Idea fija

Escucha desde que tiene uso de razón los relatos de su abuelo en boca de su madre. Ese hombre era hijo de indios, cruzó el Río Uruguay a nado desde Argentina, se juntó con una señora italiana y fruto de esa relación nació la madre de Sergio. Así que este 1° de septiembre, cuando ponga un pie en Roma para competir en el Mundial de Arquería también podrá conectar un poquito más con sus distintos orígenes. Es que, según dice, el arco y la flecha le reflotaron laidentidad charrúa que siempre tuvo latente y lo hicieron ser más militante.

“Meterme en este mundo complementó lo que ya venía haciendo, que era ir a algunas marchas, pero el deporte me lo potenció”, afirma.

Tanto le tira que dio el brazo a torcer y se subirá a un avión: “Mi hijo vive en Barcelona, en dos oportunidades me quiso mandar pasajes y no quise ir. Me parecía que él tenía que venir, ocurrencias mías, el que se había ido era él, yo no tenía interés de irme de mi país”, cuenta.

Esta vez la motivación está en mostrar al mundo un pedacito de esa tradición charrúa, como es el arco y la flecha, e intentar dejar a Uruguay en la cima de algo que le es tan propio.

Por eso entrena a diario sin cesar. Cada vez que tiene un rato libre camina esos 80 metros que separan su casa del Parque de Los Fogones y practica en el campo de tiro de animales que se armó especialmente para poder demostrarle al mundo que los charrúas siguen siendo los mejores con el arco y la flecha.

“Los compañeros me han dicho ‘te vas a ir a sacar una foto al Coliseo, estamos a una hora de Roma’. Yo voy al mundial, no sé dónde es eso y no me interesa. Yo voy al mundial y voy con esa meta: quiero ganar, no me interesa conocer Roma, no me interesa conocer el Coliseo, no me interesa conocer Italia. Me interesa llegar al campo de tiro y, si tengo media hora libre, entrenar, porque tengo esa meta. Para mí es una única oportunidad”, cierra Sergio.

rumbo al mundial

Deporte federado que se hace a pulmón

La pasión de Silvia Fernández (53) por la arquería se remonta a la infancia: armaba arcos con las ramas de sauce que encontraba en el fondo de su casa. Siempre quiso hacer un curso en el Club Uruguay de Arquería (Cuarq) pero le quedaba muy lejos de su casa y no llegó a concretarlo. Daniel Román, su esposo, le regaló un arco para su cumpleaños de 50 y la impulsó a buscar dónde aprender. Dio con el RAM y fue un camino de ida para la pareja. Según dice Silvia, eso le sucede a todos los que llegan a Arquería Los Fogones, club fundado en enero de 2022 con el objetivo de difundir la disciplina y que la gente “pueda tener el primer contacto con el arco y la flecha”. Ofrecen un curso de iniciación de seis clases donde se brindan tips básicos y de seguridad para poder tirar. También dictan un taller en el Castillo Idiarte Borda con clases de dos horas cada martes y sábado: el costo mensual es de $400 y es de marzo a noviembre. Allí aprenden a tirar, pero también sobre el armado de flechas para hacer su propio equipo.

Silvia cuenta que para lograr masividad, Los Fogones se apunta a todos los eventos que se los invita y llevan su clásica dinámica ‘Tire y pruebe’. Siempre son gratuitos pero en la Zumbatón que el sábado 16 de julio a partir de las 14:00 en el Parque Los Fogones será especial: se cobrará un bono colaboración de $ 100 destinado a financiar el viaje al Mundial de Andrea Castromán, también miembro del club.

“Todo es a pulmón, participar del Mundial tiene un costo superior a US$ 4.000. FUTARCO apoya con la inscripción y la vestimenta, el resto corre por cuenta de los arqueros. La Secretaría Nacional de Deporte apoyó con gran parte del dinero para que viaje Sergio (no todo) pero no hay apoyo para Andrea. Por eso todos los eventos que hemos hecho desde marzo tienen un costo”, explica Silvia. Los lectores interesados en colaborar con esta causa pueden hacerlo a través de la cuenta BROU 00620988 00001 (caja de ahorro) a nombre de Silvia Fernández.

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