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Fin de semana en la capital de Escandinavia

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Ciudad Vieja Estocolmo

VIAJES

Tres días de invierno en Estocolmo. Un paseo por varias de las atracciones de una ciudad de la cual sus habitantes se enorgullecen, a menudo con razón.

La capital de Escandinavia, dicen los holmienses. Noruegos, daneses y finlandeses seguramente se molesten con esas “sobradas”. Pero se la guardan. Incluso dentro de Suecia los que nacieron o viven en Estocolmo tienen fama de agrandados. Algo de eso seguramente hay, pero Estocolmo tiene con qué sostener su orgullo.

La ciudad es un imán para turistas, que llegan en masa atraídos por un sinfín de razones: los callejones de la Ciudad Vieja (Gamla Stan), los paseos por sus parques, los recorridos en bote por el archipiélago de la ciudad (más de 20.000 islas), la historia cultural —de Estocolmo son tanto el dramaturgo Strindberg como ABBA y el productor Max Martin— rica tradición arquitectónica y mucho más. Esta nota propone un recorrido apretado e intenso por la ciudad, durante un fin de semana y con un presupuesto “Clase Económica”.

Viernes

Si se llega por avión, lo más barato para trasladarse desde Arlanda hasta el centro es por ómnibus. ¿Cómo informarse sobre esos viajes? Si se sabe inglés, es fácil. Suecia es prácticamente bilingüe: la gran mayoría de los suecos hablan inglés fluidamente. Por eso, casi toda la información importante está en ese idioma además del sueco, tanto in situ como online. Más allá de eso, Estocolmo es tan cosmopolita como Nueva York: por su calles más transitadas se escuchan, como en Babel, todos los idiomas y es recurrente la presencia del castellano, en muchas de sus variantes.

La primera parada es Gamla Stan (foto principal), el casco histórico, a apenas una estación de metro de T-Centralen, el punto para el sistema de trenes urbanos, llamado Tunnelbanan. Esos trenes van y vienen de las entrañas a la superficie de esta hermosa ciudad (además del metro, Estocolmo tiene unos modernos, cómodos y muy puntuales tranvías), y algunas de sus estaciones valen la pena por sí mismas, dado que son casi como instalaciones artísticas. Para trasladarse dentro de la ciudad conviene comprar una tarjeta SL (SL Kort) en algún local de la ubicua cadena de quioscos Pressbyrån.

estación metro Estocolmo
Una de las estaciones del metro de Estocolmo.

Gamla Stan es de lo más turístico que hay. Sus estrechas calles empedradas están repletas de tiendas de memorabilia típica. Pero lo mejor del barrio es la arquitectura: allí están algunos edificios importantes (la sede la Academia Sueca, la que entrega el Nobel de Literatura) e iglesias significativas, como la Gran Iglesia (Storkyrkan) y la Iglesia Alemana. Las dos merecen una visita y no llevan mucho tiempo: ninguna de ellas es demasiado grande y están repletas de arte.

Storkyrkan Estocolmo
Storkyrkan.

De ahí al centro hay apenas unas cuadras y un recorrido frecuente es cruzar de Gamla Stan hacia el centro a través del Puente del Reino, cuyo nombre es mucho más rimbombante que su extensión o estructura. Se puede seguir después de pasar por el corredor del Parlamento (Riksdagen) por la Calle de la Reina (Drottningatan), una peatonal (hay muchas peatonales en Estocolmo) con muchas tiendas, bares, cafeterías y boliches. Por esa calle se llega a la plaza más conocida de la ciudad: Sergels Torg, que tiene una forma circular y está como “un piso más abajo” del nivel de la calle.

Desde Sergels Torg se puede seguir en dirección hacia el norte por la calle Svea y llegar a Hötorget, otra plaza famosa. Ahí no solo está la Casa de los Conciertos, uno de los venues musicales más tradicionales. También se hace una feria muy concurrida durante los fines de semana. Además, hay un nivel subterráneo en el cual hay un mercado enfocado en artículos y comidas deluxe. Ahí, el aroma del café se entremezcla con los del chocolate artesanal, la carne, las especias, los quesos y los kebab, una de las comidas al paso más populares (y baratas).

Sábado

Desde T-Centralen hacia el sur, en cinco estaciones, se llega al Globen, una sala de conciertos y eventos esférica -de hecho, el edificio esférico más grande del mundo- que parece una gigante bola de golf y es una de las construcciones más características de la ciudad. Tiene dos ascensores que recorren su superficie hasta la cima y ofrecen una vista 360 de la ciudad. En un día soleado, se puede ver a Estocolmo en prácticamente toda su extensión, ya que son pocos los edificios realmente altos. El precio: 160 coronas (unos $ 650).

Respecto al dinero: a muy pocos se les ocurre andar con billetes y monedas. Forzando un poco las cosas, para la cultura sueca esa es una señal de atraso. Hay que llevar tarjeta de débito o crédito -y tratar de hacer muchas compras de una vez: las comisiones que cobran las tarjetas por ser usadas en el extranjero rondan los $ 200- porque, además, no es raro toparse con el cartel “Cashfree store”, lo cual significa que ahí no se admite pagar al contado.

También a poca distancia de T - Centralen pero hacia al norte, en la estación Odenplan, se llega a la Biblioteca de la Ciudad. Más allá de sus 400.000 libros, es una atracción arquitectónica circular construida en 1928 por Gunnar Asplund. El arquitecto también codiseñó otra atracción: el cementerio de nombre dificilísimo de pronunciar: Skogskyrkogården. En vez de tirar abajo árboles, Asplund y sus colaboradores adaptaron el cementerio al entorno natural. De ahí que más allá de un par de edificios de austero diseño, las tumbas se encuentren entre los árboles y los arbustos.

Luego, al Museo de Historia de la Naturaleza. El gran y bello edificio -construido en 1916 por el arquitecto Axel Sanderberg en el estilo “jugend”- impone respeto y despierta admiración. Más allá de las muestras permanentes y especiales, el museo tiene las únicas salas de cine IMAX de la ciudad. Precio para el cine: 60 coronas ($ 240). No se cobra entrada al museo.

Domingo

El último día y de vuelta hacia al sur. Cerca de Skogskyrkogården, el Parque Real Haga, en donde hay un acuario con tiburones y todo tipo de peces, una sala para mariposas y otra para ranas que recrean artificialmente un clima tropical. En invierno, es una suerte que exista un guardarropas gratuito donde dejar los camperones, gorros y bufandas y no padecer temperaturas de casi 30 muy húmedos grados. Detalle: el guardarropas es gratuito pero no tiene atención. Aunque se advierte de los riesgos de dejar la ropa sin supervisión, casi todos lo hacen. Entradas: unos $ 400 para niños hasta 15 años y casi el doble para los adultos.

Lo mismo ocurre en la última parada antes de abandonar la ciudad: el Museo Moderno. Ahí también la gente deja sus sacos y camperas sin supervisión. El museo está ubicado en una colina con una de las vistas más hermosas hacia el archipiélago. Casi siempre hay una muestra especial interesante, por la que hay que pagar entrada. El museo en sí no cobra ingreso y también tiene muestras permanentes o invitadas atendibles. De ahí, se baja por una escalera hacia el puente Skeppsholmen (incluso en invierno y de noche se pueden ver cisnes cerca) y si se camina hacia el norte se llega al Jardín Real, un relativamente pequeño parque que en invierno alberga una pista de patinaje de hielo. Se puede alquilar un par de patines a precios bastante accesibles ($ 120 para niños hasta 15 años y $ 240 para adultos).

Como en esa época del año empieza a oscurecer a las 15.30, una de las atracciones del parque es la iluminación, tanto la fija (faroles) como de estación: un sinfín de hileras de lamparitas LED que le dan al lugar un aire de ensueño y, incluso con temperaturas bajo cero, calidez. Es que Estocolmo no pierde su encanto ni en las condiciones climáticas más crudas y adversas. Con razón los holmienses son tan agrandados.

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