NOMBRES DE DOMINGO
Es uno de los pocos músicos de hip hop uruguayo que ha logrado trascender fronteras. Cree en la música como salvación y por ello participó de un taller para privados de libertad.
Siempre quiso ser cantante. Y también dibujante. Después, ya de grande, pensó que lo suyo podía ser la psicología y estudió tres años de la carrera. Pero la vida bohemia pudo más. Y la pasión por la música, sobre todo. Sobrevivir en el under montevideano no es fácil, pero él había descubierto una corriente distinta y más cercana a la llama sagrada que sentía arder por dentro. El rap, una corriente musical que había nacido en las calles del Bronx neoyorquino y que continuaba respirando a nivel del asfalto aún en estas latitudes.
Santi Mostaffá (33) es uno de los pocos raperos uruguayos que ha logrado salir de fronteras y comienza a tener un nombre en el mundo. Pero eso no significa que haya alcanzado ningún estatus privilegiado. Es un músico uruguayo y como tal debe pelear palmo a palmo para sobrevivir y para mantener vivo su arte.
Por estos días está presentando su último disco, Escapismo, una colección de temas que hablan al oído de los jóvenes que buscan su lugar en el mundo. “Siempre me estoy escapando de algo”, confiesa. Y es lo que hace contando historias. Santi rapea con crudeza, con un estilo que no se ahorra nada y que en lo musical fusiona los estilos más diversos.
Algunos de sus videoclips dejan ver la rúbrica callejera y pendenciera de su obra, típica de la cultura hip hop, como es el caso de El club de la pelea, que integra su último disco. “Estuve tanto tiempo perdido / peleando conmigo”, dice en Andar, otro de los temas del disco.
La Mondiola
Es uno de los barrios más antiguos de la ciudad, lleva más de un siglo como vecino de Villa Dolores. Y en La Mondiola creció Santiago Mostaffá.
Su apellido tiene origen árabe, aunque parte de un malentendido. Su bisabuelo venía de Siria y recaló en Buenos Aires. Cuando fue a inscribirse en el Registro Civil no le entendían el nombre. “Se llamaba Mustaffá al Mubid, pero en el registro no entendieron nada, creo que le preguntaron qué nombre se quería poner”, cuenta Santi. Y su bisabuelo se puso Raimundo, y el que era su nombre de pila se transformó en apellido: Mostaffá. Luego el que sería su padre cruzó a Montevideo y conoció a su madre.
Sus padres se divorciaron cuando él y su hermano Juan Manuel eran muy pequeños. Él tenía 4 y su hermano 6. En el barrio de su infancia todavía se jugaba a la pelota en la calle. “Me siento viejo cuando lo digo, pero cambió mucho todo, toda la ciudad”, dice.
Pronto descubrió su afición por el dibujo y se enamoró de las historietas. Sus preferidas eran los X Men y Spiderman, pero sobre todo Wolverine del que tenía un enorme póster en el cuarto. Jamás se le hubiera ocurrido ni soñar con que un tema suyo estaría en una película del superhéroe de Marvel como pasó en 2017 con Logan (ver más abajo).
Ya en el liceo comenzó a hacer su barra de amigos. Después de clases se juntaban en la plaza a andar en skate y a escuchar música. Las proezas en patineta copaban a la mayoría de sus amigos. “Lo intenté pero no era lo mío”, confiesa. En cambio los ritmos que comenzaban a escuchar con fruición sí lo eran.
Y el ritmo que dominaba era el del hip hop. Más que el rock, o la música popular vernácula. De esa manera descubrió a los raperos “gringos” que le volaron la cabeza. Redman, un rapero de New Jersey, o el dúo Outkast de Atlanta, o el más laureado de los raperos blancos, Eminem, fueron los dioses de su Olimpo juvenil. La lista fue aumentando con los años, Delinquent Habits, o más cercanos los Illya Kuryaki & The Valderramas fueron no sólo formando su gusto sino indicándole el camino artístico que podía seguir.
Esa búsqueda que ni siquiera sabía que había iniciado de pronto lo llevó a un descubrimiento crucial. “Investigando en Internet encontré que había un grupo que se llamaba Sudacas En Guerra, que tenía un par de discos y había uno que estaba a la venta en un cibercafé”, cuenta.
Fue a comprarlo y cuando por fin pudo escucharlo a sus anchas alucinó. “No podía creer que hubiera hip hop en Uruguay, que se estuviera haciendo esta música”, recuerda. Era 2001 o 2002, el hip hop comenzaba a hacerse un lugar a través de grandes bandas como Peyote Asesino. “Pero los veía más lejanos, eran como una banda de rock que estaba buenísima, pero más distante”, recuerda Santi.
En cambio los chicos de Sudacas En Guerra se juntaban casi en la misma esquina que él y su barra. “En ese momento tuve clara una cosa: me encanta que esto exista en Uruguay y yo quiero ser parte de esto”, cuenta.
Aunque tal vez no lo advirtiera, su carrera acababa de comenzar. Había empezado a cursar en la Facultad de Psicología, pero al cabo de tres años sintió que su lugar no era ese. Y mientras tanto, la vida se cobraba sus cuentas. En la columna de las pérdidas en pocos años, Santi tuvo que anotar dos: en 2005 la de su hermano mayor, y en 2008 la de su padre.
A la sombra
Las letras de hip hop suelen aludir a una realidad por momentos marginal. De hecho, una corriente más radical dentro del rap se autodenomina “gangsta rap” —una deformación en la pronunciación de la palabra “gangster” en inglés—, un estilo que suele golrificar el modo de vida violento de los sectores más marginales de las grandes urbes.
De modo que el mundo de los delincuentes no es ajeno a la cultura hip hop. Para Santi Mostaffá la preocupación por “lo social” siempre estuvo entre sus prioridades. Había empezado a militar con intensidad en el movimiento No A La Baja, cuando en 2014 se debatía la posibilidad de bajar la edad de imputabilidad para las infracciones a la ley penal.
Y allí conoció a otros tres jóvenes con los que, conversando, surgió la idea de hacer algo por las personas privadas de libertad. “Se nos ocurrió hacerlo con el fin de buscar testimonios de personas privadas de libertad, si les había ayudado o no en algo, si se estaban rehabilitando”, recuerda Santi.
Y de ese modo comenzaron a hacer talleres de rap. Santi les enseñaba los fundamentos del arte hiphopero, pero sobre todo hablaban de las experiencias de los reclusos. “En general les gustaba bastante, se identificaban, era distintos con los adultos que con los más jóvenes. Los más jóvenes ya rapeaban o hacían freestyle, ya escuchaban mucho rap y mucho trap, los adultos no tanto”, cuenta el músico.
El programa Nada Crece a la Sombra ha obtenido notables avances en materia de rehabilitación. “La experiencia fue maravillosa”, recuerda Santi. Si bien se alejó del programa este año, volvió a evaluar su retorno para continuar trabajando en talleres con reclusos mayores de edad. En su experiencia anterior también había trabajado en uno de los hogares de la antigua Colonia Berro, con adolescentes en conflicto con la ley.
Conocer de primera mano las vivencias de los reclusos en un sistema que atraviesa las peores condiciones hace cambiar las ideas que se tienen “fuera de los muros”. “Terminé de dar los talleres con ganas de portarme bien”, comenta.
Aunque no tuvo directa relación con él en los talleres, Santi admira la figura de uno de los reclusos que está logrando su rehabilitación mientras cumple condena a través del rap. El artista que se ha hecho conocer como Kung Fu OmBijam está recluido en la cárcel de Punta de Rieles, pero es autorizado a salir periódicamente a dar recitales en multitudinarios encuentros de hip hop.
“Yo creo que él es una persona excepcional con mucha fuerza espiritual, es muy talentoso, cometió las cosas que cometió. Pero está salado que se pueda reconstruir y a su vez contagiarlo, eso es re admirable para mí”, confiesa Santi.
Es un convencido. La música no es sólo un pasatiempo, puede ser un camino de superación. “Y si está oscuro el final/ no es el final, todavía falta”, canta en Andar.
Música de película
Cuando encontró el comentario en la página de Facebook de una amiga el corazón empezó a latirle a mil. Su sello discográfico le había avisado un par de días antes que un tema suyo tal vez sería incluido en la banda de sonido de una película de un personaje de Marvel, Logan. Pero no le habían dado certezas de que efectivamente se oyera el tema en la cinta. “Una amiga que estaba viviendo en Francia, Valentina, la fue a ver al cine y luego escribió en su página: ‘Entrar al cine a ver una película y escuchar una canción de Santi Mostaffá’”, cuenta el músico. La película, según la crítica una de las mejores de la editorial Marvel y su fábrica de superhéroes, fue la última que tuvo al actor Hugh Jackman encarnando al ambiguo héroe de las garras de adamantio. La historia transcurre en un futuro distópico, donde Wolverine se ha retirado y vive con su nombre de civil, Logan, hasta que los problemas vienen a buscarlo. Al comenzar la película Logan sale del baúl de un coche mientras una pandilla de mexicanos está robando los neumáticos. De fondo suena Las mil y una noches, el tema que Santi Mostaffá compuso junto a Marcianos Crew y Contra Las Cuerdas. La escena es inolvidable.
Sus cosas

No se trata sólo de un gusto, hizo el curso de gastronomía en la UTU, tal vez pensando en una forma de ganarse la vida. Le gusta cocinar regularmente y cuenta a las artes culinarias entre sus aficiones preferidas y como una de las mejores formas de pasatiempo, cuando no está componiendo canciones.

Le gusta la buena literatura, casi siempre hay un libro en su mesa de luz. En sus canciones hay innumerables referencias literarias, incluso la portada de algún libro de Haruki Murakami se cuela muy al pasar en uno de sus videoclips. El gusto por contar historias, cree, tiene mucho que ver con sus hábitos de lectura.

Le tomó afición al dibujo desde niño, tal vez porque su padre también dibujaba y comenzó por imitarlo. Cuando descubrió el mundo de la historieta también se afianzó su gusto por el dibujo. Ahora, de tanto en tanto, le gusta tomar el lápiz y ensayar algunos bocetos. La conexión secreta entre el rap y las artes gráficas existe.