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Los rusos comenzaron a "descubrir" su propio territorio

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El vasto territorio ruso tiene bellezas naturales como esta que ahora sus habitantes "descubren".
PAVEL FILATOV

Viajes

Más allá de sus grandes urbes como Moscú y San Petersburgo, el país más grande del mundo en cuanto a territorio posee una riqueza que ahora sus habitantes comienzan a valorar de vuelta.

El cierre de las fronteras ha obligado a los rusos a conocer su propio país, el más grande del mundo. Más allá de Moscú y San Petersburgo, los turistas han descubierto lugares mágicos como Altái, Carelia o la isla de Sajalín.

“La pandemia ha hecho que los rusos vieran a su país de otra forma. El turismo nacional se ha disparado este verano”, comentó Maia Lomidze, directora de la Asociación de Turoperadores de Rusia.

El turista ruso, especialmente el pretendido en todo el mundo por su alto nivel de gasto, no se quedó en casa por miedo al contagio.

Algunas de sus ciudades históricas, como San Petersburgo, tienen una exquisita riqueza arquitectónica.
Algunas de sus ciudades históricas, como San Petersburgo, tienen una exquisita riqueza arquitectónica.

De hecho, recorrió miles de kilómetros en avión, helicóptero y en tren para llegar a destinos inhóspitos, que exigen una inversión en muchos casos mayor que viajar al extranjero.

Desde el enclave báltico de Kaliningrado, el norte de la parte europea de Rusia, el Cáucaso más profundo y el sur de los Urales, al sur de Siberia, el círculo polar ártico y el lejano oriente, más de 10.000 kilómetros y una docena de husos horarios.

“En nuestro caso, el número de viajeros se ha multiplicado por 4,5 veces en los últimos dos meses”, señaló por su parte Vadim Mámontov, director de la agencia RussiaDiscovery.

Esta agencia se ocupa de organizar viajes en grupo a lugares como la montaña más alta del Cáucaso (Elbrus), los volcanes de Kamchatka, las mesetas de Krasnoyarsk y las islas Kuriles.

“Como en los países europeos, cada vez hay más rusos que prefieren viajar individualmente, con familia, amigos y conocidos”, explica.

HUYENDO DE LA PANDEMIA. Destinos tradicionales como la antigua capital zarista, San Petersburgo, ha recibido un buen número de turistas locales, que han aprovechado la ausencia de los chinos para visitar palacios y museos, habitualmente atestados de extranjeros.

La pandemia hizo ver a los rusos que tenían un país por descubrir.
La pandemia hizo ver a los rusos que tenían un país por descubrir.

Con todo, el lugar más demandado estos días en Rusia es la región Altái, considerado por muchos avezados viajeros como uno de los lugares más pintorescos de Siberia.

Mámontov estima en seis a siete veces el aumento de turistas con destino a esa región, que presume de una cultura milenaria, que aún pervive en la zona, especialmente en sus chamanes.

“Yo creo que la clave no ha sido su belleza natural, sino el hecho de que muchos relacionan Altái con el aire puro, la limpieza y la ecología. Es decir, es un lugar ideal para alejarse de la civilización, algo muy importante después de tres meses de confinamiento”, señala.

El turismo interno se está convirtiendo en motor de reactivación.
El turismo interno se está convirtiendo en motor de reactivación.

A poco más de cuatro horas de vuelo de Moscú, Altái tiene todo lo que un amante de la naturaleza puede buscar, desde cañones a lagos y ríos de montaña, innumerables cataratas y picos de unos 4.500 metros.

LEJANO ORIENTE Y RUSIA EUROPEA. Conscientes de que podría no haber otra ocasión igual, los rusos también han optado por conocer la isla de Sajalín, que se encuentra en el océano Pacífico frente al archipiélago de Japón.

El viaje incluye la visita a las islas Kuriles del Sur, reclamadas por Tokio. En particular, Kunashir e Iturup, sorprenden al viajero con sus espectaculares acantilados, sus volcanes y playas salvajes, a las que se acercan asiduamente las ballenas.

El interés por Kamchatka también ha aumentado exponencialmente (4,5 veces). La península ofrece mar y nieve, volcanes y ríos llenos de salmones, osos y ballenas, caviar y centollos.

Por su cercanía por tren de San Petersburgo, Carelia era la opción menos arriesgada y menos costosa.

Con poco más de medio millón de habitantes y el tamaño de Portugal, esa región limítrofe con Finlandia está bañada por los lagos más grandes de Europa: el Ládoga y el Onega.

Pese a las restricciones dictadas por la pandemia, la isla de Kizhí (Onega) abrió sus puertas a los turistas deseosos de admirar su conjunto arquitectónico de iglesias y casas de madera.

La estrella es la iglesia construida sin un solo clavo y que tiene 22 cúpulas con forma de cebolla, imagen que que adorna todos los panfletos turísticos y que parece sacada de un cuento de hadas.

CRÍTICAS Y CARENCIAS. La demanda ha sido tan grande que las agencias han tenido que rechazar muchas solicitudes por la falta de hoteles o lugares habilitados para acampar.

“El mayor problema para la industria turística rusa es la falta de infraestructuras de transporte y hoteleras. Además, en algunos casos, debido a las grandes distancias, desplazarse en helicóptero exige un gran desembolso”, explica. Aquellos que han viajado por el mundo, añade, “nos han manifestado su decepción con la baja calidad de los servicios y su malestar por la cantidad de basura”.

“Pero la mayoría queda satisfecha, en especial los que optan por la naturaleza salvaje”, destaca.

Un 40% de los turistas optan por las playas del mar Negro. La península de Crimea y la región de Krasnodar, donde se encuentra el balneario de Sochi, son los destinos favoritos. Esta ciudad puede ser recordada como una de las sedes del Mundial de 2018, con aquel deslumbrante estadio multiuso donde se jugaron varios partidos. Pero también fue sede de los Juegos Olímpicos en 2014.

Ante la ausencia de turistas occidentales, Crimea vive de los turistas rusos, atraídos por el nuevo territorio ruso, aunque no son pocas, según Lomidze, las críticas por los precios desorbitados en la península.

“Se quejan de la relación calidad-precio en comparación con otras zonas costeras de Rusia y Europa”, apunta.

Mámontov espera que los rusos repitan la experiencia cuando se reabran las fronteras, mientras Lomidze confía en que los extranjeros vuelvan a Rusia, como ocurrió después de la Copa Mundial de fútbol, que fue una inmejorable campaña publicitaria.

“En 2020 esperábamos un aumento del 30% del número de turistas extranjeros, pero la COVID-19 lo estropeó todo. El turismo es como un vaso de agua. Es muy vulnerable a los cambios y tensiones”, lamenta Lomidze.

La pandemia ha supuesto para Rusia un duro golpe en su floreciente industria turística. Según datos manejados por la agencia rusa de turismo Rosturizm las restricciones impusieron una pérdida estimada en 500.000 millones de rublos, unos 6.000 millones de euros. Para tener una idea de la importancia de las pérdidas la agencia rusa informó que el año pasado el turismo ruso generó ganancias por 10.000 millones de euros, una cifra comparable a la de las exportaciones de armas, metales preciosos o madera, tres de los sectores industriales más poderosos de la nación eslava.

Desde el pasado 1º de agosto Rusia reanudó sus conexiones aéreas internacionales con Reino Unido, Tanzania y Turquía, con Suiza lo hizo a partir del 15 pasado y negocia otros destinos para restablecer los vuelos. Los rusos, en tanto, vuelven a “descubrir” su país. *EFE

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