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Con Ricardo Pascale: “Mis pasiones parecen distantes, pero se retroalimentan”

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Ricardo Pascale. Foto: Leonarzo Mainé
Nota a Ricardo Pascale, economista, profesor y escultor uruguayo, por su exposicion El Espacio Integrado en el Museo Blanes de Montevideo, ND 20201216, foto Leonardo Maine - Archivo El Pais
Leonardo Maine/Archivo El Pais

EL PERSONAJE

Fue presidente del Banco Central en dos períodos. Aparte de la economía y la docencia, también se dedica a las artes visuales, con esculturas de gran proyección internacional.

Ricardo Pascale se pone un sombrero invisible y dice que si se quedaba solo en las finanzas, iba a morir en la orilla. Que la economía es mucho más que eso, que hay que mirar a los países que incorporaron la economía del conocimiento, que el problema de América Latina es que está retrasado en eso. Ricardo Pascale se quita ese sombrero serio y lo cambia por uno más suelto, más íntimo y suyo. Entonces dice que en el arte se está siempre en un continuo nado de una orilla a otra. Que si uno siente que llegó, entonces empieza la caída. Es mejor, dice, bracear por un mar infinito, adaptarse a las olas y la marea, y soñar con una costa posible.

En 1985 se convirtió en el primer presidente del Banco Central del Uruguay al retorno de la democracia bajo el gobierno de Julio María Sanguinetti. El país venía cargado con una deuda externa inmensa, además de muchos otros problemas, y él se propuso una estrategia. Al mando de una institución económica tan importante, no solo se movieron los esquemas profesionales. En lo personal también se montó cambios: necesitaba dedicar sus horas libres a aquello que lo apasionaba desde que era un niño.

En 1989 llamó al Sanguinetti y le pidió autorización para empezar a estudiar arte. “Siempre hice cosas por mi cuenta, en casa. Pero ya estando en función pública no podía más con el hecho de no hacer arte como yo quería”, cuenta a Revista Domingo. “Tuve que hablar con el presidente porque pensaba que podría tener sus repercusiones. Sanguinetti me apoyó mucho. Que ‘adelante’, que hiciera lo que me pareciera. Él sabía que yo no iba a descuidar nada de mi función”.

Hoy, además de un economista y docente destacado, Pascale es un artista contemporáneo que encanta en Uruguay y el exterior. Representó al país en la Bienal de Venecia del año 1999, ha expuesto en diversos espacios importantes como el Museo Nacional de Artes visuales en Uruguay o en Nueva York, Lima, Italia, Buenos Aires, entre otras. En su segundo período al frente del Banco Central, creó el Premio Figari en 1995.

Escribe Enrique Aguerre, director del Museo Nacional de Artes Visuales, en un texto para la exposición El espacio integrado en el Museo Juan Manuel Blanes, que ver la obra de Pascale “es una muy buena noticia para todos los que seguimos con atención la obra de un creador que, por su trayectoria, marcada por la singularidad e innovación, merece un lugar destacado en el arte contemporáneo producido en nuestro país”.

Empezar desde cero

Por suerte en su oficina de finales de los 80 tenía un baño cómodo, así podía terminar de trabajar en los números, darse un baño y ponerse ropa cómoda para llegar a tiempo al taller de Nelson Ramos. En lugar de escritorios y papeles, encontraba caballetes y pintura. En vez de traje y corbata, vestía una túnica. Alrededor había chicos y chicas, jóvenes que arrancaban de cero y él, aunque alguna formación había tenido en su infancia y continuó de manera autodidacta en su adultez, quería empezar de cero. Eso le dijo a su maestro y así sucedió. “Yo era uno más”, dice. Y siempre, aún después de años de carrera (en ambas disciplinas), predica esa humilde concepción de considerarse un eterno aprendiz.

“Tuve que elegir el taller y había muchos que eran muy buenos. El de Guillermo Fernández, el de Clever Lara y el de Nelson Ramos, que era el que más se parecía a lo que hacían las maestras que me habían enseñado en la infancia”.

Fue su madre la primera en notar que lo de Pascale y el dibujo era otra cosa. Que estaba esa facilidad típica de niño para expresar, para jugar con los colores y las formas, pero que había algo más. Era el modo de representar las figuras o quién sabe qué, pero decidió llevarlo a estudiar. Fueron sus primeras maestras en el arte, cuando tenía unos 10 años, las que le enseñaron sobre la libertad. “Ellas me dieron mucha técnica, pero con la virtud de dejarme volar. Y después en la vida pasé por todo lo que te podés imaginar. Hubo acuarelas, crayolas, óleo en barra, óleo, acrílicos. Ellas me mostraron que el mundo ese era infinito y les debo mucho”.

A la escultura la encontró después de retomar los estudios artísticos con Nelson Ramos. “Yo iba pintando hasta que en un determinado momento Nelson me dice: ‘Che, Ricardo, te das cuenta de que te estás yendo del plano’. Y sí, me estaba yendo de largo y ancho. Tenía la necesidad de salirme del plano, metía un pomazo, otro acá. Él veía que yo me estaba yendo y me decía: ‘Vos dale, si eso es lo que sentís, dale, dale. Y yo seguí, seguí, seguí”.

Primero fue la madera. Tenía en mente preparar una obra para regalarle a un amigo que cumplía 50 años, y en una visita a una curtiembre de la que era asesor, encontró el disparador.

“Yo ya había terminado el primer período como presidente del banco. En la curtiembre miro y veo unas maderas que estaban tiradas en el piso. Eran de los furgones, que son como unas vasijas enormes donde se mete adentro el cuero y se le tiran ácidos y otros químicos. Duran 60, 70 años, y después hay que desarmar y hacer otro”. Pascale recuerda que pidió una y le dieron todas.

“Esas maderas eran la obra. Todo lo que tocara era solo para perjudicarlas”.

Ahora está en una etapa en la que lo tienen cautivado las cuerdas y las curvas catenarias que se generan con estas cuando se sostienen desde los extremos.

En la sala itinerante del Museo Blanes (cerrada hasta nuevo aviso por la emergencia sanitaria) se puede observar cómo, colocándolas a determinada distancia, generan el efecto de una bóveda invertida. Este volumen, dice Pascale, permite que cada uno camine por donde quiera, por los costados, por el medio, entre las cuerdas, mientras suena música compuesta por Sylvia Meyer y se aprecia la arquitectura. El artista genera experiencias.

El otro sombrero

En el medio le gustó el fútbol y jugó en Peñarol, pero era otra época y su padre lo incentivó a que buscara otra carrera. La idea era una que le permitiera desarrollarse en una profesión de las más “típicas”. Así estudió economía en Uruguay y luego marchó a Estados Unidos para centrarse en las finanzas. Se fue convirtiendo en un referente en el rubro.

Con libros escritos, como asesor tanto para empresas como organismos internacionales, sintió la necesidad de hacer las cosas distintas.

En ese camino, a sus 26 años y recién llegado de Estados Unidos con su formación, se abrió la cátedra de Finanzas en la Universidad de la República. Pascale no lo dudó, presentó una propuesta y quedó. Así descubrió que la docencia lo fascinaba y que era otro campo en el que aprender por el resto de su vida.

—¿Cree usted que las maestras que tuvo en el arte cuando era niño, así como Nelson Ramos, fueron una influencia en su forma de enseñar una disciplina tan distinta como las finanzas?

—Sí. Mi creatividad se trasladó y se traslada a mi profesión como docente. Siempre busqué ser un docente muy distinto. Me gustó tratar de despertar una curiosidad en los chicos. Lo único que quiero es que sean mucho mejores que yo y que si tienen que discutir conmigo, que lo discutan. Y nunca, nunca dejarlos mal parados. Vos tenés que tener empatía. Siempre dejo que los estudiantes digan cosas aunque estén erradas, que creen, no quiero encorsetarlos en un paradigma o fórmula.

Entre sus aprendizajes está la economía del conocimiento, vertiente en la que ha profundizado desde hace más de dos décadas y en la que se doctoró. La enseñanza, dice, está diseñada de un modo muy antiguo, bajo la regla de que “triunfás si repetís cosas más que si creás”. Y ante eso Pascale pone al niño que dibujaba por delante. “Nunca lo quise perder y frente a todo, mi cabeza para mí funcionó siempre exactamente igual: buscando crear una forma de pensar y hacer diferente”. En cada una de sus pasiones, en el arte o la economía, dice: "Puede parecer que son distantes, pero se van alimentando. Y atrás hay un ansia de creatividad y conocimiento constante”.

Sus cosas

Referentes

Dos suertes que tuvo, dice, fueron viajar mucho y tener referentes excepcionales. “Yo aprendí un montón de Nelson Ramos, a quien le debo mucho, y a aquellas mujeres de mi infancia. Y después tuve y tengo amigos brillantes como Manuel Espínola Gómez, Marco Maggi o Alfredo Testoni que fue un gran fotógrafo y me enseñó muchísimo de luz”.

El periodismo

Es economista, escultor, profesor y jugó en Peñarol. Pero, además, en sus años de joven estudiante, Ricardo Pascale se desempeñó como periodista en el diario El Día hasta que cerró la empresa. “Fueron muchos años. Empecé cuando hacía facultad y escribí sobre todo un poco hasta de turf. Después fui jefe de la página económica. Lo recuerdo bien”.

Volver al pincel

En los años noventa Ricardo Pascale se pasó a la escultura y la pintura quedó en un segundo plano. En su viaje para la Bienal de Venecia en 1999 llevó todo obra trabajada en madera, pero asimismo, cada tanto toma el pincel por puro placer. “Con los pinceles está esa cosa de que me gusta sentir el trazo”.

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