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"El público infantil es el más exigente"

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Foto: Ariel Colmegna

Fanático de los Beatles y de Defensor, cantó en contra de la dictadura y compuso jingles para los principales partidos políticos. Volvió a la televisión y a los niños con Master Class.

La risa de Gonzalo Moreira suena con fuerza en uno de los estudios de la planta baja de La Mayor. La voz ronca del músico hace lo suyo. La doble pared de la casona del Parque Rodó transformada en productora también. La luz del ambiente es tenue y cálida. Hay un sofá, una consola de sonido y un vidrio detrás del cual se han grabado miles de canciones. La tarde pinta tranquila, aunque Moreira asegura que, igual o más que en los ‘80, en su agenda no hay espacio para casi nada más.

Hoy, aunque La Mayor la dirige sobre todo su hijo mayor, Federico, él sigue yendo, incluso más de lo que debería. A los 62 años, todavía maneja muchos de los clientes, como los partidos políticos, que en cada zafra electoral recurren a sus músicas y letras. Allí, en su despacho, también sigue componiendo canciones y revisando estrofas inéditas que, quizás, pronto, vean la luz en forma de disco. Después de las cinco de la tarde, recibe en esos mismos estudios a sus alumnos de Master Class, el talent show de Canal 12 en el que es "maestro" junto a su excompañera de Rumbo Laura Canoura, Victoria Ripa y Guillermo Freijido.

Hace años que el músico que brilló con Canciones Para No Dormir La Siesta y Rumbo dejó paso al empresario. Fue una reconversión más natural que planificada. Y siempre, de alguna manera u otra, Moreira vivió de la música. "Obviamente vivo diferente ahora", reflexiona. "Tengo un mejor pasar a nivel económico, pero aquellas épocas fueron muy divertidas, con mucho movimiento. Había mucha energía por todos lados, te daba ganas de hacer cosas, estaba bueno".

Ganas y miedos.

Una de sus pertenencias más preciadas es una guitarra española con boca de nácar, mástil de ébano y fechada en 1910 que su abuelo Mario trajo cuando desembarcó en Uruguay pero nunca tocó. En su casa, la música llegó con su hermana Leticia, que hizo carrera primero en la televisión local y luego en Buenos Aires. Y él la siguió. La leyenda familiar cuenta que con solo seis meses repitió su primera melodía y que cuando todavía manejaba pocas palabras pidió de regalo "el coso que gira", refiriéndose a un tocadiscos. Su primer álbum fue El puente sobre el río Kwai; el segundo Please Please Me, para su cumpleaños número nueve. Nunca más se separó de los cuatro de Liverpool. "Crecí con los Beatles, fue la gloria para mí. Cuando vino McCartney a Uruguay fui a verlo las dos veces. Me parece un anormal".

Su padre, decorador profesional, lo soñaba arquitecto. Moreira hizo el intento en el bachillerato, pero nunca llegó a la facultad. "Ya trabajaba con él, hacía algunos dibujos, pero en un momento dije esto no es para mí". Hubo mucha presión y algo de enojo. "Pero a mí me gustaba la guitarra... y acá estamos", dice y la carcajada vuelve a aparecer, fuerte y auténtica. La música lo hacía —y lo hace— feliz. Su gran maestra de las cuerdas fue Olga Pierri, pero también estudió batería con Gustavo Etchenique y Sergio Faluótico, percusión con Nico Arnicho y armonía con Esteban Klísich.

Con su hermana hizo los primeros dúos y la primera aparición en televisión, en el mítico Discodromo Show. También con ella llegó a una obra de teatro infantil que, producto del éxito y la necesidad, dio lugar a Canciones para no dormir la siesta. "Yo iba a todos los ensayos, que eran en La Gaviota. Me pedían ideas, algunas voces, al final uno de los músicos no apareció nunca… y el Corto (Buscaglia) me pidió que ocupe su lugar. ¿Yo? Encantadísimo, ¿cómo no?". Eso fue en 1975. Al año siguiente estaba previsto estrenar en El Galpón, pero el teatro fue clausurado. Volvieron en el 78 a El Circular y en el 79 agregaron funciones trasnoche, solo para adultos. Sin embargo, los temas más recordados, como Chim pum fuera y El país de las maravillas llegaron bastante después, en 1984, con la democracia golpeando la puerta.

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Sus temas apelaban a cierto "jeito" para transmitir un mensaje opositor a la dictadura. Sin embargo, nunca vivió con miedo. "A mí nunca me pasó nada, salvo algún susto". Uno de ellos ocurrió en 1982, cuando el grupo convocó 14 mil personas en el Cilindro Municipal en un espectáculo por los derechos del niño para Unicef y varios "camiones de milicos rodearon el edificio".

Los últimos años de Canciones —cuyos discos se siguen vendiendo reeditados por Bizarro— coincidieron con el surgimiento y auge de Rumbo, que también integraban Mauricio Ubal, Gustavo Ripa (socio en La Mayor hasta 2005), Miguel López, Laura Canoura y Carlos Vicente. El grupo editó tres álbumes y se volvió a juntar para el celebrar el Bicentenario, en 2011.

—¿Nunca pensó en irse del país?

—No, me gustaba acá. Aparte nos sentíamos medio importantes... No pretendía hacerme millonario con eso, pero me gustaba lo que hacíamos.

—¿Cambió la forma de hacer música con el fin de la dictadura?

—Cuando terminó la dictadura todo el mundo quedó Opa… ¿y ahora contra quién cantamos? Esa disyuntiva fue muy complicada. Pero con Canciones seguimos, tuvimos el Chim pum fuera para que se fuera y se terminaron yendo. Y hasta el 90 estuvimos con el grupo. No fue un tema de dictadura si estamos o no estamos. En el caso de otros grupos, como Rumbo, creo que no merecía morir después de la dictadura pero también creo que se cumplió un ciclo. Si bien no pasó nada, no hubo ningún problema, dejamos de componer.

Niños y política.

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En La Mayor trabajan Federico, Guillermina y Joaquín, tres de sus cinco hijos. Tras 28 años de actividad y unas tres mil canciones grabadas, sigue siendo un negocio familiar que, sin duda, creció y se potenció combinando discos, publicidad y política. Ahora, además, sumó un estudio certificado por Dolby para mezclar sonido de cine, un servicio que no existía en Uruguay. Salvo algún que otro curso corto, Moreira no tiene formación en empresas. Sin embargo, admite que tiene "olfato" y que aprendió "a los golpes".

En las elecciones de 2014, el músico tuvo el honor y la responsabilidad de componer los jingles de los tres principales partidos políticos. "En las internas trabajamos para el Partido Nacional y el Frente, y como resultado me llamaron los colorados", recuerda. Aunque no ofrece "exclusividad", asegura la "confidencialidad". "Todos quedaron conformes con el resultado, con lo que se logró después de que los materiales fueron y vinieron mil veces. No es que hago la canción y me dicen Aaah, qué divino".

—¿Le pesa hacer trabajos políticos?

—Cero, nada, es un cliente más. No me pongo ninguna camiseta, me las saco todas. Es más, me tienen podrido con la derecha y la izquierda, la izquierda y la derecha. Déjense de joder y hablen de las cosas bien hechas y las cosas mal hechas.

—¿Lo cansó la política o trabajar con los políticos?

—El trabajo para nada, es más, me gusta. Pero en los últimos años, sobre todo después del gobierno de (José) Mujica, me quedé muy desilusionado de la izquierda... de lo que se llama "izquierda". Si se llega a despertar (Líber) Seregni se muere de vuelta. Creo que los egos mal manejados son tremendos. El que logre manejar bien los egos es el que gana.

Mezcla de familia "tana y gallega", Moreira se reconoce exigente —primero consigo mismo y después con los demás— y calentón. Cuando el chispazo se apaga, le entra una "culpa tremenda". Ahora, con años de terapia encima, se siente bien y tranquilo. Volver a trabajar con niños también está jugando a favor. Con ellos se mueven, una vez más, los engranajes de la creatividad. "El público infantil es mucho más exigente que el público adulto. Si al niño no le gusta algo, te da vuelta la cara y se pone a molestar. Y está perfecto. No me gusta tratar al niño como inferior, todo lo contrario, hay que poner una energía extra para llegarle".

Alguna vez, subido al escenario de Master Class, Moreira advirtió que el canto no es su fuerte. "Me escucho y no me gusto. No soy un gran cantante, lo que tengo es mucho escenario". Y, entonces, decidió convertirse él también en alumno y empezó a tomar clases con Fernando Ulivi. "Mejoro, pero no tanto como los niños", dice y ríe una vez más. "Necesito mejorar porque quiero tocar de vuelta, no sé si grabar un disco... nada me corre. Fue una cadena de cosas, una necesidad de reinventarme. Ya no busco la perfección pero sí las cosas que me hacen bien al alma".

SUS COSAS.

Pilates.

Gonzalo Moreira siempre fue de hacer deporte. Supo jugar el fútbol, al que tiene abandonado para evitar lesiones. También disfruta con el tenis y de andar en bicicleta. Pero el ranking de sus favoritos lo lidera pilates. "Hago como hace cinco años. Mi columna y mi cuello eran un desastre, y pilates me cambió la vida, es una maravilla".

Las motos.

Gracias a su amor por las motos logró su primer papel en una obra de teatro, Flor de Pillo al ataque. Ahora tiene una Kawasaki "grande" que corre ligero y piensa vender. "Es demasiada plata puesta en un aparato que uso poco, a fin de año se va", adelanta.

Defensor.

"Soy enfermo, enfermito, me pongo loco con los partidos", admite sobre la pasión por Defensor, heredada de su padre Francisco. Siempre que puede, va al Franzini con su nieto mayor. Y sus hijos lo han acompañado a varios países siguiendo a la violeta. Comparte el fanatismo con Jaime Roos, con quien tocó dos años y a quien admira.

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Foto: Ariel Colmegna

GONZALO MOREIRADANIELA BLUTH

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