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Una postal que se renueva

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La represa diseñada por el arquitecto Enrique Stewart Vargas es un clásico de Villa Serrana.

Al resguardo de cinco cerros, Villa Serrana crece mientras lucha por mantener su esencia, que según algunos vecinos está en riesgo.

DANIELA BLUTH

La primera vez que Jeannine Caubarrere pisó Villa Serrana supo que allí quería envejecer. Fue un día de invierno, en 1973, y llovía torrencialmente. Unos amigos la condujeron hasta una cabaña con vista al valle que estaba a la venta. Y cuando esta uruguaya entonces radicada en Washington abrió la ventana que daba al gran balcón, la lluvia se detuvo y salió el sol. Algunos dirán que fue casualidad. Para ella, una demostración más de que la energía de esta localidad de Lavalleja en medio de cinco cerros es única. "Miré y dije ‘pahh, acá quiero ser vieja’", recuerda hoy, a los 71 y con la satisfacción del sueño cumplido. Durante varias décadas la villa fue su lugar de descanso y vacaciones, hasta que en 2004 se mudó definitivamente. Hoy, su morada no tiene nada que ver con la de antaño. Ya no luce paredes de troncos ni techo de quincho. Eso sí, el balcón se mantiene y creció respecto al diseño original. "Cuando me vine a vivir, tenía un señor que venía con su esposa y todos los días agarrábamos un cuarto y lo refaccionábamos. Me tomó tiempo, porque me gusta ir inventando, pero mi pasión es la construcción".

A Jeannine también le gusta la paz y la tranquilidad que allí se respira. Desde su balcón, como casi desde cualquier punto de cualquiera de las sierras, prima el verde. Salvo el camino de acceso —en el kilómetro 145 de la Ruta 8—, las calles son de pedregullo. No hay alumbrado público ni transporte colectivo. Tampoco abundan la señalización y los servicios. Está la comisaría, una inmobiliaria, una barraca, la escuela, algún almacén, contadas opciones para comer y un par de hospedajes. Sí hay ganado, que recorre la zona en busca de las mejoras pasturas.

Ubicada 25 kilómetros al Noreste de Minas, entre los valles de los arroyos Penitente y Marmarajá, Villa Serrana tiene un origen peculiar. Una sociedad anónima creada en 1945 es la dueña de los terrenos y fue la que, inicialmente, contrató al arquitecto Julio Vilamajó para levantar allí un lugar de descanso de estilo europeo. Estaba lejos del mar, pero su naturaleza panorámica era poco frecuente. Así fue como Vilamajó diseñó el parador Ventorrillo de la Buena Vista, en la ladera del cerro Guazubirá, y la posada y restaurante Mesón de las Cañas, unos metros colina abajo, dos obras claves para la villa. Pero el desarrollo de la zona fue lento y desparejo, y terminó perdiendo terreno frente al creciente auge de la playa como principal atractivo turístico del Uruguay. Ambos emprendimientos cerraron al poco tiempo de inaugurados, convirtiéndose en leyendas de un esplendor que nunca se terminó de consolidar.

Pero en los últimos cinco años la postal empezó a cambiar. En 2011, con un préstamo de 183 mil dólares del Banco Interamericano de Desarrollo y una obra a cargo de los arquitectos Marcelo Viola y Luis Zino, se recuperó el Ventorrillo de la Buena Vista, que reabrió ofreciendo restaurante y alojamiento. Al poco tiempo, también se restauró —obra de los arquitectos Marcelo y Martín Gualano— el Mesón de las Cañas. Los turistas empezaron a volver. Las consultas sobre los terrenos aumentaron. Las ventas y la construcción de viviendas, también. El precio de los solares se multiplicó por diez; hoy 1.000 metros valen unos 25.000 dólares. La población permanente, tradicionalmente estancada en 70 personas, ascendió, según el Censo 2011, a 89.

"Villa Serrana estaba como dormida, pero de un día para el otro se empezaron a vender terrenos, a hacer construcciones, a abrir restaurantes... hay turismo. A mucha gente que viene de toda la vida no le gusta eso, porque es verdad que está cambiando. Esto se despertó y hay un montón de proyectos preciosos", dice Margot Olivera, responsable de la inmobiliaria Villa Serrana. Con su oficina estratégicamente ubicada junto al acceso principal, Margot recuerda sus inicios, hace 8 años, cuando podía pasar un fin de semana sin atender ningún cliente. Ahora, dice, no hay un día que no reciba algún extranjero, sobre todo brasileños y europeos. Ella misma es propietaria de varias cabañas que alquila durante todo el año. Además, tiene entre manos el proyecto de armar un "glamping", algo así como un camping pero con glamour.

Cambios.

Al haber nacido a impulso de una sociedad anónima, la villa —como la llaman la mayoría de sus pobladores— no se parece a ningún otro pueblo o balneario del Uruguay. O en realidad sí, su dinámica es similar a la de un barrio privado. Aún hoy, Villa Serrana S.A. es propietaria de la mayoría de los terrenos, muchos de los cuales tiene a la venta. Pero por otro lado, sus sucesivas administraciones tuvieron una gestión irregular, convirtiéndose en uno de los principales morosos de la Intendencia de Lavalleja (IML). Así las cosas, en 2013 ambas partes acordaron que, para colaborar con el empuje que está viviendo la zona, la sociedad haría inversión en obra a cambio de deuda. "Hay cosas que ya se hicieron y muchas otras proyectadas, como un muelle para poder pescar, siempre manteniendo el espíritu", dice Mercedes Carchio, subgerente de Villa Serrana S.A.

Su primera acción fue el pórtico de entrada, rústico y con un gran cartel en madera que enlista los atractivos que el visitante encontrará tras entrar a la villa. La segunda fue un puente-deck de madera sobre la histórica represa construida por el arquitecto Enrique Stewart Vargas. En el predio que la rodea —declarado patrimonio histórico— también instalaron bancos, mesas y un conjunto de juegos infantiles. Pero esta vez, la iniciativa despertó polémica.

"El diseño de la represa estaba buenísimo, pero estuvo 30 años sin mantenimiento. Ahora le instalaron un deck encima y todo el dentado original quedó sepultado. Es cierto que no cumplía con los requerimientos de seguridad actuales, pero se podría haber buscado otra solución. Lo que hicieron es un claro ejemplo de sobrediseño que no va con el espíritu del lugar", opina el arquitecto Fernando Aguirre, integrante de la Liga de Fomento de Villa Serrana. Desde la Liga intentaron a través varias veces de frenar las obras, pero no tuvieron respuesta por parte de la IML.

Sentado en uno de los bancos de la nueva pasarela junto a unos amigos, Héctor, un asiduo visitante de la villa, confiesa que encontrarse con la nueva obra "fue una sorpresa desagradable". No solo le disgusta, dice, sino que le "molesta". "Destrozó la estética de la represa, que cumplía su función de una forma bella. El patrimonio se preserva, no se modifica", enfatiza mientras mira el lago reseco y plagado de camalotes.

También es cierto, sostienen otros, que esa suerte de deck es práctico y permite cruzar de un lado al otro de ese lago artificial, maniobra antes inviable. Además, se instalaron baños públicos y un desfibrilador, recurso más que valioso para una zona sin policlínica como es Villa Serrana.

Para Jeannine lo peor no es el deck, sino la hilera de luces LED que lo ilumina cada noche. "Es una cachirulez. ¿A santo de qué las pusieron? Si alguien quiere cruzar, que pongan un farolito… o tres farolitos. Pero esto es como Disneylandia. Estoy en mi casa tranquila, y lo único que veo es eso". Para ella, sin dudas, las prioridades debían haber sido otras. "Hace siete meses que no llueve, era el momento ideal para limpiar la represa. Pero eso no se les ocurrió. Hacen cosas innecesarias solo para vender Villa Serrana". Desde la sociedad, coinciden en que la intensidad de las luminarias iba a contramano del espíritu del lugar. "Por eso decidimos bajarlas, pero no las vamos a sacar, porque son útiles, sobre todo en las noches en que no hay luna", explica Carchio.

Pablo Bregonis es electricista y, paradojas de la vida, uno de los pobladores que está juntando firmas para que el tendido de UTE no llegue a la zona del Bosque, debajo del cerro de la Leona, donde vive. Es que allí, en la cima, funciona el Observatorio Eta Carinae, fundado en 1997 por el astrónomo Gonzalo Vicino. Cada enero, el observatorio abre sus puertas a locatarios y visitantes para celebrar el día del astrónomo amateur. También desde allí, donde la oscuridad del cielo es un valor en sí mismo, Vicino descubrió una estrella. "Somos varios vecinos que estamos en esto. Queremos que siga viniendo gente, pero que se tome conciencia de que este es un lugar especial y que hay que preservarlo", explica.

Pablo, Camila Nicolini y Matt Bencivengo son parte de una suerte de "movida joven" que trabaja para concientizar sobre la importancia del capital natural de Villa Serrana. En pocos meses se organizaron para desarrollar jornadas de limpieza, armar huertas comunitarias e incluso poner en funcionamiento una guardería. "Yo amo este lugar, estudié agronomía por este lugar... es sumamente energético y lo quiero cuidar", justifica Camila, residente desde hace tres años, habitué de toda la vida. "Hay que darle un valor que hoy no se le está dando. La gente no tiene criterio con la basura, no le importa nada", comenta. A comienzos de mayo, Pablo y Matt encontraron una camión de la barométrica Ancar descargando el contenido de su sifón al costado del acceso del kilómetro 145. Tomaron fotos e hicieron la denuncia ante la Intendencia, pero no obtuvieron respuesta ni explicación alguna.

Pese a los cambios en el paisaje urbano y humano, Villa Serrana sigue siendo una gran reserva de flora y fauna. Es habitual toparse con alguna vaca o caballo en medio de caminos y predios. Y las consecuencias son buenas y malas. El pasto está siempre al ras, pero la bosta —en muchos casos utilizada adrede como abono— también tapiza las zonas de parque, como la que rodea la represa, punto obligado de toda visita a la villa. Los árboles y arbustos, que forman parte del diseño original de Vilamajó, también son la esencia de esa postal histórica que hoy se empieza a desdibujar. "En los últimos 4 años se ha vendido tan masivamente que es difícil controlar qué pasa en cada solar. Hemos visto gente talando guazubirás y coronillas para tener mejor vista, o por simple desconocimiento", cuenta Camila.

Esencia.

Aunque prácticamente todos los terrenos de la villa tienen buena vista, aquellos que están sobre la falda del Guazubirá cotizan mejor. A pocos metros del Ventorrillo y de la única escuela de la zona —a la que asisten apenas ocho niños— están las casas más grandes y mejor construidas. "Comparados con otros balnearios o departamentos, los terrenos siguen siendo baratos. Quizás por eso a la hora de construir la gente no hace grandes inversiones", reflexiona Aguirre, de la Liga de Fomento.

En la villa no existe un plan de ordenamiento territorial. En su lugar, hay un "plan preliminar" que la Facultad de Arquitectura armó en 2002 y ciertas "pautas constructivas" a cumplir, legado del gran Vilamajó. Igual que procedió él, todas las casas deben nutrirse de materiales de la zona y contar con alrededor de 30% de piedra, ladrillos de barro y madera. Pero, viveza criolla mediante, eso no siempre se controla ni se cumple. "La normativa está perfecta, pero hay que hacerla cumplir y esa es la tarea de la Intendencia. Hay que tener cuidado para que el lugar no pierda su esencia y el crecimiento se dé con orden", opina Margot, de la inmobiliaria Villa Serrana.

En ese sentido, la falta de agua es uno de los temas más sensibles. Las casas recogen de la lluvia y, al no haber red de saneamiento de OSE, la mayoría tiene pozo negro con robador, un sistema que deja de ser viable con un crecimiento exponencial como el que está viviendo la villa. "Ya hay problemas y todavía no hay 300 casas construidas. Imaginate si se construye en los 2.000 lotes que todavía están disponibles", advierte el arquitecto Aguirre. Y agrega: "Cualquier proyecto serio debería ser sustentable y tener la planificación necesaria para que estas cosas no pasen más".

Hasta ahora, sin embargo, el movimiento de gente y autos se concentra los fines de semana y los feriados. El parque de la represa se llena y los restaurantes van agotando las propuestas de su menú. Los hoteles, todos con pocas habitaciones, suelen estar completos. En la inmobiliaria, la charla ronda en torno a los precios de los terrenos. Y, a caballo o a pie, muchos visitantes hacen la recorrida soñando con un hipotético rancho entre las sierras. Los Romerillos y el Baño de la India son las zonas con mejor prensa, pero lo cierto es que hay solares para todos los gustos. "Salvo la zona del Ventorrillo, donde está todo vendido, hay todo tipo de terrenos: altos, bajos, con vegetación, limpios... Se puede elegir hasta si lo que se quiere ver es la puesta o la salida del sol", dice Margot. Naturaleza, energía y tranquilidad son conceptos que aparecen, más allá de los matices, en cada uno de los testimonios. Como el de Pablo, que lo resume así: "Lo que hace tan lindo este lugar es su geografía: son cinco cerros con un lago en el medio. Lo que no queremos quienes vivimos acá es que se convierta en tierra de nadie como pasó en varios balnearios de Rocha". Así de simple. Y así de difícil también.

El turismo, una apuesta en Lavalleja.

Convertirse en un destino turístico de todo el año es el "desafío histórico" de Lavalleja, dijo la intendenta Adriana Peña, reelecta el domingo 10 de mayo. Por eso, en su nueva gestión Peña apuesta a "terminar con la transformación" del departamento, que durante su primera administración incluyó bituminizar los caminos de acceso a puntos de interés como el Cerro Arequita, el Salto del Penitente y Villa Serrana. "Eso ha hecho que la gente llegue a los lugares y nos posicionó como un destino turístico a nivel internacional, con gente más allá de la estacionalidad", comentó. Sin embargo, todavía hay acciones pendientes, como lograr la instalación de un hotel de cadena internacional en Minas. "Ya no tenemos capacidad hotelera disponible, tanto en la capital como en sus alrededores", advirtió la intendenta. "Hay que apostar al turismo, que genera ingresos para todos los sectores".

Hay unas 230 viviendas.

Según los datos del Censo 2011, del Instituto Nacional de Estadística, en Villa Serrana viven 89 personas, 45 hombres y 44 mujeres. Además, hay 230 viviendas, 42 ocupadas y 188 abandonadas. Un solar de 1.000 metros vale alrededor de 25.000 dólares y pasar la noche en alguno de los hospedajes unos 2.000 pesos. Desde la Ruta 8, se puede acceder por el kilómetro 139,5 o 145 (este camino está asfaltado).

Ventorrillo y Mesón: dos íconos que se mantienen de pie.

El 2011 fue el año bisagra. En octubre, tras dos años de intensas obras y una inversión que casi alcanzó los 400 mil dólares, reabrió sus puertas el icónico Ventorrillo de la Buena Vista, la única obra proyectada, construida e inaugurada por Julio Vilamajó en Villa Serrana. Enclavada en el Valle de la Alegría, la estructura original había sido inaugurada en 1946 y declarada Patrimonio Histórico Nacional en 1979. Tras dos décadas de abandono y vandalismo, lo que quedaba de él era poco y nada. "Para recuperar la apariencia original se sacaba un palo y se ponía otro. Lo curioso es que en el proceso empezamos a sentir la presión de los técnicos de Patrimonio, de la Facultad de Arquitectura... Y ahí nos dimos cuenta que eso ocurría porque el Ventorrillo es parte de la identidad de todos los uruguayos. Reconstruirlo era una gran responsabilidad", recuerda Alberto Vignale, el nuevo responsable de este parador y posada. Además del servicio gastronómico con "intención gourmet", como lo define Vignale, el Ventorrillo tiene para alquilar cinco apartamentos según el diseño de Vilamajó. "Originalmente eran diez habitaciones con un baño compartido, tuvimos que resignar algunas cosas sin perder la esencia", dice este hombre que se puso el proyecto al hombro cuando muchos le decían que estaba loco. Allí, la funcionalidad y la geometría siguen siendo tan protagonistas como la vista.

Pero el Ventorrillo no está solo en esta aventura. Pocos meses después de su reapertura reinauguró el Mesón de las Cañas, la hostería también obra de Vilamajó (1947) que incluía 12 habitaciones con un amplio salón comedor, terrazas a nivel del suelo y una piscina abierta en medio de las sierras. Igual que en el Ventorrillo, la reconstrucción apostó a recuperar la esencia y los materiales originales, logrando que la propuesta "se mimetice con el paisaje", dicen los encargados Manuela Gómez y Pablo Gázquez. El cambio de la villa, también coinciden, es notorio. "En los últimos años se mejoraron muchas cosas para que la gente vuelva. Y hoy ese cambio es una realidad. Con el Ventorrillo y el Mesón en el corazón del lugar, estamos viviendo un nuevo auge de Villa Serrana", sostienen.

La represa diseñada por el arquitecto Enrique Stewart Vargas es un clásico de Villa Serrana.
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El Ventorrillo de la Buena Vista, obra de Julio Vilamajó, reabrió sus puertas en 2011.
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Los fines de semana y feriados son los días más concurridos por turistas.
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Villa Serrana funciona como una gran reserva de flora y fauna.
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Jeannine Caubarrere es una las alrededor de 80 personas que viven en la villa todo el año.
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En los últimos años, muchos turistas europeos empezaron a interesarse por invertir en la zona.
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