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Para perderse entre los callejones de Melbourne

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Melbourne

VIAJES

Esta ciudad de Australia, ranqueada entre las de mejor calidad de vida del mundo, tiene un montón de rincones y galerías que parecen cruzar casi cada cuadra y que llaman a dejarse llevar.

Ismael se sentó en un banco a pocos metros de distancia de donde yo, sentado también, anotaba algunas ideas sobre Melbourne, la ciudad que acababa de recorrer con algo más de libertad, luego de algunos días siguiendo los pasos de un grupo de prensa. Ismael vestía traje gris claro, camisa tan blanca que parecía recién sacada de la bolsa y una corbata celeste brillante que, vi de reojo, hacía juego con el pañuelo que asomaba apenas de su bolsillo y con las finas rayas de sus medias también grises. Como la lapicera dejó de escribir, grabé en mi celular lo que me faltaba por decir. Cuando terminé de hablar, Ismael dejó de mirar su propio teléfono e hizo un gesto con la cabeza y el vaso de café. Dijo: "Hola", preguntó mi nombre, y luego: "Podés llamarme Ismael".

Esa es, más o menos, la frase con que comienza Moby Dick. Lo comenté y él lo sabía; le parecía buena forma de presentarse. Luego de un par de comentarios sobre mi cámara —le llamó la atención el aspecto vintage, dijo—, de preguntar qué hacía yo ahí, me contó que era de Buenos Aires, pero llevaba 12 años en Melbourne, antes había estado casi dos en Sydney, y trabajaba en una oficina de inversiones.

Las callecitas de Melbourne tienen ese qué se yo. Mejor dicho, los callejones o lanes, y también las galerías o arcos que parecen cruzar casi todas las cuadras del centro de la ciudad. Están las calles principales y a mitad de cada cuadra parece haber siempre un estrecho pasaje, a veces una galería llena de tiendas, a veces unas callejuelas apretadas y cubiertas de grafitis, o llenas de mesitas de café, o de grafitis-y-mesitas de café.

Hay uno en particular (muy turístico, hay que dejarlo en claro desde ya). Se llama Royal Arcade, una galería elegante y sobria que tiene una de sus entradas en Bourke Street, una media cuadra antes de llegar a Elizabeth Street.

En pleno distrito financiero, Royal Arcade es el sitio por el que pasan todos los tours que se hacen en la ciudad y eso tiene una razón. Cuando Melbourne era apenas una ciudadela de calles de tierra, más parecido a un pueblo del Viejo Oeste de las películas, la emergente clase que se enriquecía con la versión australiana de la Fiebre del Oro construyó esta señorial galería como una manera de que las damas y sus nuevos vestidos elegantes pudieran pasearse tranquilamente, lejos del polvo —en verano— o el barro —en invierno— que cubría las calles principales. Salvo algunas restauraciones y, desde luego, la renovación de las tiendas, pocas cosas más han cambiado en esta galería que se abrió hacia fines del siglo XIX, y que marcó la pauta de varias otras galerías que se estrenaron más tarde, y que son parte ahora del entramado de pasajes y callejones alternativos a las calles principales.

Té, dulces y botas

En la galería que es casi la continuación del Royal Arcade, Block Arcade, hay dos escalas que uno debiera hacer. La primera, probablemente la haga de todas maneras cuando vea la multitud de gente detenida, mirando en la misma dirección: hacia las vitrinas que protegen un colorido despliegue de delicados dulces y tortas que seguro hacen subir el azúcar con la pura contemplación. Es el Hopetoun Tea Room, un salón de té súper turístico, siempre lleno y posiblemente uno de los rincones más fotografiados de la ciudad porque es también uno de los negocios más clásicos: abrió en 1891 (un año después de que se estrenara el Block Arcade), y parece que siguiera igual que entonces.

La otra parada no es un lugar en sí, sino varias: son las tiendas que venden esos adefesios de botas llamados Ugg (no se lo tomen a mal; el nombre deriva de "uggly": feo), hechas originalmente de cuero de oveja y forro de polar, que los australianos reclaman como un producto nacional surgido a principios del siglo XIX, pero que fueron patentadas por una firma estadounidense que las ha masificado por el mundo.

En Block Arcade hay al menos un par de esas tiendas y una inexplicable cantidad de clientes preguntando por esas botas. Mejor harían en seguir más allá, cruzar Collin Street y entrar a Centre Place, una de esas callejuelas, que partieron como la trastienda de las elegantes galerías del sector, y que ahora son un atractivo en sí.

Centre Place es un estrecho pasaje bien protegido del sol, que en verano puede ser intenso, con bastante sombra provista por las elevadas paredes de edificios que lo flanquean, donde se ve un montón de grafitis francamente notables, y una serie de pequeños cafés y restaurantes, con mesitas en la calle (pocas mesas, bien pegadas a la pared, porque el pasaje es realmente estrecho). Es una callejuela vibrante, colorida, llena de detalles que llaman la atención, lo que hace especialmente curioso el caso de The Soup Place, que sobresale por su muro cubierto de mensajes en súper fluorescentes post its, cada uno de los cuales corresponde a un cliente que dejó pagada una sopa extra para personas que la necesiten.

Lo de Centre Place es, además, otra muestra de que lo que parte mal en Melbourne puede terminar bien. Este callejón, que era el área de la basura para varias bodegas del sector, y que se usó hasta como urinario hasta mediados del siglo XX, fue uno de los primeros en recuperarse como espacio público en los años 80.

Lo que uno aprende rápido en Melbourne es que el vagabundeo es fecundo, que el mapa no es importante y que se puede caminar sin rumbo con total confianza porque algo —siempre— va a encontrar. Esto es válido casi para cualquier ciudad, pero lo es especialmente en esta, donde uno ve un callejón, un pasaje, un portal, algo que sirve como desvío de las calles y avenidas principales, y ya sabe que lo mejor que puede hacer es entrar ahí. De esta manera, se podría pasar un buen rato en ACDC Lane, una de las mayores concentraciones de grafitis de la ciudad, donde ahora dos chicas se toman una selfie usando como fondo una estremecedora pintura en blanco y negro que recrea la muerte de Aylan Kurdi, el niño de tres años encontrado en una playa del oeste de Turquía, cuya imagen estremeció al mundo. Por un tiempo.

ACDC Lane recuerda, claro, a una de las bandas australianas más famosas del mundo, aunque el homenaje es fallido porque las autoridades no aceptaron incluir el característico rayo que va en el nombre, pero eso importa poco a los viajeros que llegan aquí.

No muy lejos, y algo menos concurrida porque, bueno, al principio es más difícil de encontrar, está Presgrave Place, que es otro estrecho callejón que sí podría considerarse una galería al aire libre, por la cantidad y sobre todo por la variedad de muestras de arte callejero que hay, incluyendo intervenciones y pequeños montajes que requieren atención. Una muestra: una especie de maqueta con personajes en miniatura en un estrecho relieve del muro de ladrillos.

Presgrave Place empalma con Howey Place, otro pasaje comercial, discreto y tranquilo, que podría parecer un contrapunto con el estilo del pasaje de los grafitis, pero —esto también uno lo aprende rápido— aquí son dos caras de la misma moneda.

Ordenamos un croissant en Lune, una ondera cafetería en Fitzroy, uno de los barrios periféricos de la ciudad. "Periférico" es un decir, porque está a unos 10 minutos —con tráfico— manejando desde el centro, ya fuera del alcance de la parte gratuita de la red de tranvías de la ciudad (el sector más "turístico" de Melbourne está cubierto por una red de tranvías que cualquiera puede usar sin pagar).

Fitzroy es uno de varios barrios que se han desarrollado a medida que la gente, los propios residentes de Melbourne, pero también cada vez más extranjeros asentados aquí, buscan un sitio alternativo. Y aquí está el corazón "bohemio", repiten todos los folletos, desde los oficiales de la ciudad hasta los que se encuentran en la interminable oferta de cafés, tiendas un poco hipster y emprendimientos como el propio Lune, que más que croissanterie parece un laboratorio. 

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