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Pedro Almodóvar desde su pasado de punk y oficinista

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Almodovar

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Incansable, prolífero y multipremiado, el cineasta español estrena este año la película Madres Paralelas.

"No lo consientas, que lo que él quiere es una aventura”. Es 1999 y Francisca “Paca” Caballera está sentada junto a su hijo Pedro Almodóvar. Hablan ante las cámaras porque aquellos que siguen la trayectoria de él, saben que sin ella no habría nada. Que es madre y musa y que por las décadas de las décadas seguirá inspirando cada acto artístico de su hijo. Allí, Paca citaba a Antonio, el padre de Pedro. La aventura era dejar el trabajo estable -“porvenir y buena paga”- en una telefónica por el cine.

Pedro Almodóvar lleva más de 20 títulos. Los últimos son La Voz Humana, su primer trabajo en inglés, un cortometraje que estrenó a fines de 2020 y está por lanzar su última película, Madres paralelas. Ya hay varios proyectos más en preproducción. Dice Paca en la entrevista de 1999: “Si él tenía 10 años. Ava Gardner venía en los cromos —tarjetas— del chocolate, y era tu preferida, y tú conservabas aquellos cromos porque decías ‘igual que Ava Gardner voy a ser yo’”.

Materializar el sueño

De lunes a viernes trabajaba en la telefónica, los fines de semana rodaba Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980). Esa trama empezó con un guion de 16 páginas pensadas para un cortometraje y terminó como su primer largometraje. “Igual estábamos meses sin rodar y, de repente, te llamaban y decían ‘oye, ¿el sábado que viene puedes rodar? Es que hemos conseguido dinero para comprar película y rodar una escena’, y entonces se hacía así”, dijo Olvido Gara (Alaska), una de las protagonistas, a Vanity Fair. En ese vaivén de vida “segura” y caos de fines de semana, Almodóvar vivió los inicios de su carrera.

Ser una ‘chica Almodóvar’

“Los niños iban con las madres a todos los sitios. Y si no iban con las madres, se quedaban con las vecinas”. El cineasta explica así, a Euronews, por qué la mayoría de sus películas se centran en universos femeninos, con personajes marcados, poderosos, con actrices que se reiteran en los créditos. “Además que los hombres como sujetos dramáticos son más aburridos”.

Antes, lo suyo con el cine fue como una de esas historias que arrancan de la nada misma, cargadas de romanticismo: se mudó del pueblo a la gran ciudad, fue rechazado por la Escuela de Cine en Madrid, trabajó fuera de lo artístico, juntó dinero, compró una cámara 8 mm, hizo un par de cortometrajes sin sonido, la mayoría se pasaron en bares y no volvieron a ver la luz, en 1978 estrenó oficialmente uno —se titulaba Salomé y estaba basado en la obra homónima de Oscar Wilde—. Hasta que ese chico marcó a una generación.

Almodóvar pertenecía a “La Movida”, un grupo de intelectuales del underground madrileño que desde la contracultura se oponía al franquismo en la etapa de transición hacia la democracia. Era esa una época de movimiento, crisis, enojos y libertades.

Por aquellos años el cineasta también fue punk y escribió libros. Empezó porque quería crear canciones para sus películas y terminó por convertirse en un disco, ¡Cómo está el servicio... de señoras! (1983), junto a su colega de La Movida, Fabio McNamara. Era música experimental, para un cine experimental en una vida experimental.

Pedro —el mismo del cabello puntiagudo solo que por aquel entonces negro en lugar de gris, el mismo de la voz ni demasiado grave ni demasiado aguda pero segura, el mismo de atuendos llamativos pero con las mejillas pintadas con un rubor rosa y unos labios rojos y aretes redondos— está sentado en un programa de los años 80 y habla de música, de “autógrafos en pechos”, del espacio en el escenario, de cantar para adolescentes, de conciertos. “Es evidente que no somos músicos, yo desde luego no lo soy. Nuestras canciones corresponden a nuestros gustos, pero nuestra capacidad de tergiversación y transformación es tal que el plagio acaba convirtiéndose en una obra maestra incluso a nuestra costa. Es así, lo siento”, dice y ríe. El de los años ochenta es un Almodóvar cargado de ironías, de humor ácido, de cosas para decir. Hoy sigue siendo un poco así.

Desde el pueblo a Madrid

Antes, muy antes, el romance entre este hombre y su vocación comenzó en el pueblito del que se fue. Calzada de Calatrava, en La Mancha, que por entonces tenía menos de 10 mil habitantes. Hoy son unos 4.000, hay un parque que se llama Pedro Almodóvar y el cineasta usó rincones del pueblo como escenario en Volver (2006).

Fueron las películas que vio de niño —no muchas ni muy buenas, más bien esporádicas y olvidables— las que le mostraron un mundo de posibilidades.

“Al principio me fascinaba porque veía muy pocas películas. Había muy poco cine en mi pueblo. Recuerdo películas sobre todo de capa y espada, de aventuras, de piratas y tal. No recuerdo títulos muy concretos. Me acuerdo sí de Las dos huerfanitas, pero no sé qué versión. Una muy muy expresionista que me hizo sufrir muchísimo”, contó en 1985.

Del pueblo recuerda a su padre con sus cuentos de arriero, los carnavales, la vida de las vecinas, los corrales, el estar sentados afuera de la casa tapados con mantas para resguardarse del aire, a sus hermanas cosiendo en el taller de una modista. Luego se mudaron a Extremadura, de donde recuerda, sobre todo, a los educadores católicos que, ha dicho, no estaban preocupados por su formación intelectual —en 2019, el cineasta contó sobre los abusos sexuales que ocurrieron en su colegio—.

A los 18 años se fue a Madrid y allí empezó la “aventura” que terminó por convertirlo en uno de los referentes no solo del cine español, sino internacional. Premios Oscar, Goya, de Cannes, dejan constancia. Junto a su hermano Agustín fundó, en 1986, la productora El Deseo, con la que buscan financiación para todas sus películas y, desde entonces, nadie confunde los rojos ni los cantos ni los personajes femeninos del cine de Pedro Almodóvar (ver recuadro).

“Yo necesitaba Madrid”, dice Salvador Mallo (Antonio Banderas) en Dolor y Gloria, la película más autorreferencial del cineasta. En 2018 fue reconocido por el Ayuntamiento como “Hijo adoptivo de Madrid”, y dijo: “Me acuerdo perfectamente del olor del metro. Era un olor pegajoso, supongo que por la falta de ventilación. El recuerdo no es un olor negativo, sino era el recuerdo de un Madrid real (...). Era la ciudad de los cines, de los teatros, de los cine clubs (...) Yo me sentí enseguida hijo de Madrid y Madrid me adoptó de inmediato (...) Ser hijo adoptivo, una vez que ya tienes esa relación, es como si tu madre atravesara un día como sensible y estuviera un poco blandita y decidiera darte un abrazo y decirte que te quiere”.

Para un chico que venía de un pueblo pequeño y lejano de las urbes españolas, vivir del cineparecía casi una utopía, pero se entregó a la aventura.

Tres películas

Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón
Afiche de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, de Pedro Almodóvar

Los inicios del legado

Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón fue su primer largometraje. Así la describió Almodóvar: “Seres humanos fuertes y vulnerables que se abandonan a la pasión, que sufren el amor y se divierten”.

Todo sobre mi madre
Imagen de la película "Todo sobre mi madre". Foto: Difusión

La más aclamada

En 1999 estrenó una de sus películas más emblemáticas, una que hablaba sobre una madre que pierde a su hijo. Aquí, cambia Madrid por Barcelona como telón de fondo. Por esta cinta recibió su primer Oscar.

Dolor y Gloria
Dolor y gloria

De frente al público

En Dolor y gloria Antonio Banderas interpreta a Salvador Mallo, un personaje autorreferencial de Almodóvar. “Yo soy de naturaleza pudorosa, pero me he metido en una película que realmente habla mucho de mí”.

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